Resulta difícil tomarse en serio la idea de que una carrera ciclista como la Vuelta a España deba convertirse en campo de batalla de conflictos internacionales. Y, sin embargo, eso es exactamente lo que algunos intentan; es decir, boicotear la carrera en nombre de Palestina, como si los kilómetros recorridos por los ciclistas tuviesen algún efecto directo sobre la situación política en Oriente Medio.
Lo ridículo alcanza cotas inauditas cuando se habla de cortes de carretera, pancartas gigantes y la intervención de políticos tratando de mediar. La imagen de Irene Montero intentando convencer a la policía para que permitan cortes de la carrera resulta, sencillamente, grotesca; no se trata de una manifestación, sino de un evento deportivo que congrega a aficionados y familias en las carreteras. Convertirlo en un escenario de presión política es absurdo e injustificado.
El boicot a un acontecimiento como la Vuelta no sólo es inapropiado, sino que vulnera derechos y expectativas. Los aficionados esperan disfrutar del deporte, los patrocinadores han invertido recursos legítimos y los ciclistas han entrenado durante meses para competir. Pedir que se suspenda, se altere o se manipule la carrera por causas ajenas a ella es, además de inútil, un acto de imposición sobre quienes no participan de esa causa política.
¿Asaltamos los campos de fútbol, boicoteamos el próximo Mundial, impedimos los estrenos de Hollywood? Esos no son los lugares apropiados para realizar una reivindicación, para eso están las calles previa autorización de las delegaciones del Gobierno.
No se trata de cuestionar la importancia de Palestina ni de las reivindicaciones sociales; sólo se trata de contexto y proporcionalidad. Una carrera de ciclismo no es el lugar para expresar un posicionamiento internacional ni para ejercer presión sobre gobiernos o ciudadanos. Convertir la Vuelta en un instrumento de protesta es una teatralización que ridiculiza tanto la causa como el propio deporte.
En definitiva, boicotear la Vuelta a España en nombre de Palestina es un ejemplo de desproporción y mala política, un espectáculo que no tiene ningún efecto real sobre la situación que se pretende apoyar y que, además, interfiere con un evento que debería ser disfrutado por todos. La indignación política tiene su espacio; la carretera, la meta y los kilómetros de esfuerzo de los ciclistas no deberían serlo.
Es decir, si el boicot a la Vuelta hubiera sido algo puntual, pancartas en la llegada de la etapa reina, banderas en las cunetas o cualquier otra acción propagandística controlada; seguro que habrían ganado a la opinión pública; pero en el momento en que se convirtió en una lucha entre los manifestantes y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, se pierde todo tipo de razón y no gana nadie.