Cuando todo arde, a España se le ven las costuras por debajo. Es igual que cuando llueve y el agua se desborda por los márgenes. No está el de la confederación, el otro en la sobremesa y el último, si quieren ayuda que la pidan. Se diluyen los límites y las demarcaciones… Y resulta que habíamos levantado un Estado poliédrico para colocar a los amigos en distintas capas y niveles. Hoy es el día de la liberación fiscal… Hasta este lunes, todo cuanto trabajamos fue para el Gobierno y las administraciones… La voracidad se ha vuelto pantagruélica… Y ya estamos menos los que trabajamos para mantener el Estado, que el Estado mismo. Todo lo devora el sector público y todo lo absorbe. El Leviatán aplasta al ciudadano y lo deja inerme a las llamas. Y luego, si viene un fuego, que vengan los agricultores a apagarlos.
Cuando todo arde, la ceniza vuela por los aires y se desplaza entre regiones. Ni el agua ni el fuego saben de demarcaciones, aunque por lo visto en España, sí debieran. Los de derechas consideran que el Gobierno no se mueve y los de izquierdas, que los presidentes autonómicos no están en su sitio. El duelo a garrotazos de Goya se transmite mejor que nunca en la Quinta del Sordo… Donde sordos somos todos, quienes pensemos que el otro no puede llevar razón. Así se levanta Iberia, ardiendo por los cuatro costados a cuarenta grados a la sombra. Donde unos ven cambio climático, otros ven la Agenda 2030. Las cabras no pastan y todo quisque privatiza los bomberos. Sánchez dice que tenemos el mejor dispositivo de Europa, pero el fuego llega a la boca de los pastores. Arde el Oeste completo en una llamarada bíblica, lengua de fuego que mata pueblos, enseres y vidas. Será el mejor del mundo, pero aquí no viene nadie y se queman los voluntarios. Prende el dinero público que no es de nadie, como dijo esa gran estadista Carmen Calvo.
Cuando todo arde, España se quema y no cuenta fuera. Un país que no sabe de qué se compone y cuáles son sus capas, cómo va a pintar fuera. El problema fue comprarle el discurso a vascos y catalanes que no querían ser España. Les dimos dinero para callarlos y nos reventaron en cuanto pudieron. Ahora todos queremos nuestro chiringo y aparato burocrático. Pagamos cinco administraciones – europea, estatal, autonómica, provincial y local-, con sus respectivos aparatos burocráticos, y nadie sabe dónde está el fuego y quién ha de abrir la llave del agua. Somos irrelevantes porque nos consumimos nosotros mismos. Hay quien habla de Chamberlain, pero siempre nos quedamos fuera. Vista la Historia, tampoco sé si es mejor o peor. Pero damos lo que damos… Para seguir peleando entre nosotros. El rey Amadeo lo dijo bien claro cuando salió de España hace siglo y medio. Ahí os quedáis… Y llegó la Primera República, perfecta síntesis y esperpento de lo que es Iberolandia. Por no hablar de la Segunda, que acabó como el rosario de la aurora.
Cuando todo arde, no quedan ni los poetas ni las brasas ni las cenizas. Polvo serán, mas ni siquiera polvo enamorado. Médulas que han gloriosamente ardido y dejado una memoria de olvido. Quizá mañana estudien la Transición y cómo ardió a lo largo del tiempo. Cuarenta grados recalientan la mollera a cualquiera, también a los políticos que escriben tweets. Si todo se arreglara con eso, este país sería el primero del mundo. Sólo queda el ejemplo de quienes prefirieron morir con sus caballos o salieron huyendo sin sus pertenencias. Al fin y al cabo, Diógenes el cínico buscaba hace veinticinco siglos a un hombre. Y parece que después de tanto tiempo, aún no lo ha encontrado.