Aquel día resonó por toda España la voz del oráculo de la derecha, Sr. Aznar, que exhortaba a que quien pudiera hacer, hiciera. En distintos lugares, empresarios, policías, guardias civiles, militares, jueces, eclesiásticos, disidentes partidarios y gente fanatizada, entendieron el mensaje. Era la orden esperada para poner su saber, su posición social, su profesión, su influencia al servicio de desbancar a un gobierno de izquierdas, apoyado por nacionalistas vascos y catalanes -¡qué grima! - como consecuencia de la composición del Parlamento de la Nación. ¿Existían otras posibilidades? Por supuesto que sí, la de un gobierno de derechas, sustentado y mantenido por el Partido Socialista. Se hubiera cerrado así cualquier opción a la izquierda y a la integración en el proyecto nacional de los históricamente recalcitrantes vascos y catalanes. ¿Serían las cosas de otra manera? Solo sabemos que nada hubiera sido igual.
La derecha y la ultraderecha no estarían mostrando su verdadera cara: gente violenta, que chilla, gruñe, ruge, brama, golpea y patea en el Parlamento de la Nación. Una expresión de barbarie. Esa es la gente que quería gobernar España con el apoyo de los socialistas. Y tal vez, aunque esto no esté claro del todo, no hubiera habido una ley de amnistía, avalada ya por el Tribunal Constitucional. Aquel procés, que la derecha embarró más que el mismo procés, no se encontraría en la normalidad actual y muchas de las medidas progresistas que se han aprobado ni se hubieran planteado. El PSOE, con Sánchez a la cabeza, no estaría sometido al fuego externo virulento que sufre personalmente. Tampoco al fuego interno que cada día desvela sus auténticos propósitos. Y en este punto han aparecido los oráculos de la izquierda, uniéndose a las posiciones de la derecha más asalvajada de la democracia. Es bueno que se hayan expresado claramente. Lo que no es tan bueno es que, quien pidió por la España de la dictadura el voto, ahora diga que no irá a votar.
¿Pero el voto no es la esencia de la democracia? Lo más trágico de todo es que, entre la tipificación de inmoralidad de la ley de amnistía entre la negación de la capacidad interpretativa del Tribunal Constitucional, invocan un Partido Socialista que nunca existió. A no ser que existieran partidos distintos: el de los cargos públicos y el de los militantes de base que trabajaban agotadoramente por unas ideas de igualdad, libertad y progreso. Yo soy miembro de ese partido que dicen existió y nada tiene que ver con lo que desde hace años se practica en los territorios autónomos donde, desde los gobiernos regionales, han suplantado a los órganos partidarios. En las batallas contra Sánchez es útil contar a los periodistas, sobre todo de derechas, que existió un Partido Socialista idílico -¿por qué me sonará esto a trumpismo partidario?- que nada tiene que ver con el que ellos llaman sanchismo. Una advocación que se inventó la derecha y que consumen algunos afiliados socialistas. Así hemos desembocado en un partido dividido. El mejor escenario que podía desear la derecha. Un partido acosado, agredido, debilitado y... dividido.
En cuanto al papel de los jueces, espoleados por extrañas organizaciones, no estarían persiguiendo al hermano de Sánchez o a la esposa del presidente. No estarían enfangados en procesar al Fiscal General del Estado por unos comportamientos que han sido desmentidos reiteradamente. No se manifestarían a las puertas de los juzgados contra un texto de amnistía cuya redacción se desconocía o no se pondrían en huelga manifestándose en contra de una ley que pretende mejorar el acceso a la función judicial. Un poder del Estado, como es el poder judicial, no se enfrentaría a otro poder del Estado como es el legislativo. Inconstitucional.
Y esto sucede, proviene de los mensajes de los oráculos que quieren acabar con un gobierno de izquierdas.