Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y superviviente nato, ha alcanzado un nivel de aislamiento político que ni Robinson Crusoe en una isla sin wifi. Lo suyo ya no es gobernar, es resistir en versión deluxe, con moqueta en Moncloa, chófer oficial y una agenda internacional tan vacía como el buzón de sugerencias del CIS de Tezanos.

España arde por los cuatro costados: corrupción, desgaste institucional, descrédito internacional y socios que cambian principios por presupuestos; pero él sigue ahí, firme, como si nada.

Bueno, firme no, recostado, con gesto solemne y mirada de "no sé de qué me hablan". Ha convertido el "yo no lo sabía" en doctrina de Estado. La ignorancia selectiva es su nueva arma política. Lo mismo te niega a tres corruptos en su entorno que una negociación con Puigdemont, que una firma en la OTAN que luego asegura no haber firmado.

Lo más surrealista es el "Club del Peugeot". Dos Secretarios de Organización del PSOE, que no es un cargo menor, ojo, implicados en tramas de corrupción. Pero él, que compartía viaje con ellos, parece que iba con los auriculares puestos y no escuchaba nada.

¡Él no se enteró de nada! Iban los tres presuntos mangantes en el asiento de atrás y Pedro, de copiloto, con la música alta y las ventanillas bajadas. No vio nada, no oyó nada y no dijo nada, ni olió el humo, aunque ya el coche olía más a comisaría que a ambientador de pino.

A nivel internacional, Sánchez es el hombre invisible. Ya no le llaman ni para hablar del tiempo y las flores. Su papel en Europa es tan relevante como el de un extra en una serie sueca. Pero aquí sigue, agarrado al sillón como si le debieran dinero. Ya no gobierna con una coalición: gobierna con un sudoku. Cada día una combinación imposible. Un día ERC, al otro Bildu, al otro Puigdemont, que ni siquiera pisa suelo español por miedo a que se le caiga encima la justicia. Pero Pedro pacta. Pacta con todo lo que respire y le dé una investidura, aunque sea a cambio de media democracia.

Y, mientras tanto, la corrupción le sube por las pantorrillas. Cada día un caso, un nombre nuevo, una empresa adjudicataria, un hermano, una novia, una sobrina, un alcalde, un asesor, etcétera. Y él, con cara de póquer, repite el mantra: "Perdón, yo no lo sabía". El presidente mejor informado de España resulta ser el menos enterado. Todo un prodigio.

Pero tranquilos, porque en sus discursos todo va bien. Le pregunta al espejito mágico y le responde que somos el país que más crece, el que mejor gestiona y el más justo. No hay problema sin relato. Aunque no haya soluciones, el storytelling lo resuelve todo.

Pedro Sánchez no gobierna; interpreta. Es un actor entregado, protagonista de un drama político que ya roza lo tragicómico. El problema es que la función la pagamos todos. Y la butaca no tiene salida de emergencia. Pero, eso sí, tranquilos: lo hace para que no gobierne la ultraderecha. Con dos… Ustedes ya me entienden.