Rastreando estos días las redes en busca de chorradas quimiofóbicas he trastornado al algoritmo y ahora solo me enseña recetas de protectores solares caseros, naturales, "sin químicos que dañen la piel y las hormonas". Carezco del arte y la legitimidad de los profesionales sanitarios que, además, hacen divulgación, pero lo compenso con contundencia. Cuidado con las magufadas de Instagram y TikTok y cuidado con exponerse al sol untados en manteca de karité, aceite de coco y cera de abeja. Ah, que también tienen óxido de zinc. ¿Pero no quedamos en que son “sin químicos”?

Y es que todo es química, como defiende mi amiga María José Ruiz García, doctora en Químicas y profesora universitaria. El marketing de lo natural ha convertido en moda el rechazo a la química en alimentación, salud y cosmética. Cuando lo que importa es de qué se componen las cosas y no dónde se han compuesto. Porque tanta química hay en la molécula natural más famosa del mundo, H₂O (y bien que nos la bebemos), como en la artificial anestesia (y bien que la agradecemos cuando vamos al dentista).

En su batalla contra la quimiofobia, María José cita a menudo a Francisco Grande Covián, médico, nutricionista y padre de esta elocuente sentencia: "Nada más natural, ecológico y biológico que la bacteria del cólera, y nada más artificial, sintético y químico que el cloro. Pero gracias al agua clorada no morimos del cólera".

Aunque vamos a morir de imprudencia y temeridad. El reclamo de lo natural triunfa especialmente en la industria alimentaria, donde hemos demonizado los aditivos. Sin embargo, basta con leer las etiquetas para encontrar los célebres números E, con su nombre completo o disfrazados de literatura. Preferimos "aroma" al número E160d, igual que preferimos "vitamina C" al número E-300 y, por supuesto, al ácido ascórbico, que da todavía más miedo y es lo mismo, un antioxidante que se usa como conservante y regulador de la acidez.

La ola quimiofóbica arrastra también a las personas que practican las terapias alternativas, carentes de cualquier tipo de respaldo científico, por desconfianza hacia la medicina tradicional y los efectos secundarios de los medicamentos. A este lado están los partidarios de la homeopatía o los antivacunas, que dan por sí solos para una columna entera. También quienes confían en charlatanes que suministran lejía (MMS) para curar el cáncer. Y no es que abandonen tratamientos avalados por años de investigación, sino que se ponen en peligro escuchando cantos de sirenas que solo conducen a la sangría económica.

Volviendo a los protectores solares, desconfíen de personas musculadas, bronceadas y con poca ropa que les invitan a cocinarlos en casa, a cucharadas y en un puchero. Ustedes no saben cómo van a degradarse los componentes una vez expuestos al sol; tampoco saben qué garantías de conservación tienen ni cuál es su factor de protección. Por tanto, duden de su eficacia y consideren que los protectores solares industriales son uno de los cosméticos sometidos a mayor control. No solo requieren la fórmula correcta, sino equipamiento de precisión y un entorno aséptico para su elaboración.

Y si ustedes son de los que no necesitan protector porque "han desarrollado callo solar durante el invierno", háganselo mirar también. Puede que no vean quemaduras, pero ¿saben qué está ocurriendo debajo de su piel? Con tanta tontería no hacemos más que franquear el paso al melanoma.