Alguien afirmó una vez que puedes decir lo que quieras, pero que al final eres lo que haces.

Por ejemplo: Ábalos defendió la moción de censura contra Rajoy en un encendido discurso contra la corrupción que, sobre el papel, era intachable. El problema es que, a continuación, comenzó a desviar dinero público para obras, para colocar a sus novias, para fiestas personales en Paradores y todo tipo de tropelías. Póngale el presuntamente a todo lo anterior, por si acaso.

Así que aquello que dijo el entonces secretario de Organización del PSOE no tiene ningún valor, porque su propia vida se ha encargado de desmentirlo con delicada crudeza.

Pasa con la corrupción y sucede con muchas otras palabras que nuestros políticos utilizan como banderas, pero que han quedado completamente vacías de significado. Una de ellas es inclusión. Todo tiene que ser inclusivo: la selección de personal, los equipos de fútbol, las leyes, las palabras y, por supuesto, la educación. El problema es que luego la realidad entierra las palabras dichas.

"Hablo desde lo que me duele, mi hijo, que es adoptado y no es un número; su necesidad no se puede valorar desde un despacho. ¿Eso es igualdad?". La pregunta la ha hecho este miércoles Encarna Garrido, presidenta del AMPA del Centro de Educación Especial Infanta Elena de Cuenca. Junto a otras dos madres y el responsable sectorial de Comisiones Obreras, han denunciado el estado de abandono en el que se encuentra el colegio.

Voy a escribirlo en párrafo aparte para que la frase, al menos esta, se quede grabada aunque le dedique usted una lectura diagonal a esta columna.

Hay un colegio de educación especial en Cuenca abandonado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

En el colegio hay 60 escolares, más de 12 con ingreso de lunes a viernes, y no hay personal suficiente para atenderlos. Son chavales con problemas gravísimos: de comunicación, de movilidad, con conductas disruptivas, etc. Los auxiliares llegan a atender, cada uno, hasta a siete alumnos cuando se supone que la ratio oficial es de entre dos y tres.

Pero en un centro como este, la ratio es siempre imposible.

Diariamente, los profesionales del centro tienen que afrontar imprevistos de todo tipo, que están provocando situaciones de estrés muy frecuentes. Por ejemplo: estás dando de comer a un chaval y tienes que ir corriendo a ayudar a otro compañero que se enfrenta a la agresividad de otro alumno. ¿Qué pasa con el primero?

La lista de situaciones es interminable.

Además, hay solo tres enfermeros, uno por turno, lo que hace imposible atender adecuadamente todas las necesidades de los chicos: darles la medicación, curar pequeñas lesiones, atender atragantamientos, asistirlos cuando hay ataques epilépticos… Por no hablar de la imposibilidad de hacer excursiones.

A la lista de despropósitos se suma la falta de la persona encargada de la limpieza, lo cual está generando situaciones peligrosas para unos alumnos con enormes dificultades y que, por ejemplo, están continuamente llevándose las manos a la boca. La trabajadora está de baja y la Consejería no ha cubierto su plaza.

Todo esto es responsabilidad del Gobierno regional, que debe dar una respuesta rápida a estos padres, que tienen el mismo derecho que cualquiera a que sus hijos reciban una educación de calidad.

Porque decir inclusión está muy bien, cualquier escritor de discursos puede ponerlo en un papel para que el candidato lo grite en un mitin electoral. Pero si luego no se llena de significado, la palabra queda como un cascarón vacío que no hace más que mostrar las grietas morales de nuestra democracia.