Siempre intento escribir y poner una gota ácida y mordaz al tema más candente de la semana, pero en esta ocasión he sido incapaz de discernir entre José Luis Ábalos o Donald Trump.
Empezamos la semana conociendo las presuntas irregularidades de Doña Jessica, apodada la "20 minutos", cada uno que piense el motivo que quiera. Esta señora, de la que no dudo sobre su profesionalidad, tuvo la suerte de trabajar en dos empresas públicas sin fichar ni un solo día y recorrer medio mundo de la mano de su pareja sentimental, porque estoy seguro que sentimiento sí había, el señor Ábalos.
Dicen que era Koldo el que compraba los billetes, reservaba los hoteles y se encargaba absolutamente de todo y, por tanto, Ábalos no sabía si su novia viajaba o no gratis. Seguro que el señor Ábalos tendrá muchas más ocupaciones que yo en la cabeza para no saber quién pagaba.
También hemos sabido esta semana que le gustaban los regalos caros y la vida placentera. No hace falta estudiar en Salamanca para compartir esos mismos intereses, pero el problema reside en quién hace frente a ese coste. Supongo que el exministro aplicaba la teoría de la solidaridad para que fuésemos el conjunto de los españoles los que pagáramos estas dispensas.
En fin, ni en la España del Lazarillo podríamos apreciar situaciones más irrisorias que las que estamos viviendo actualmente. Real y sinceramente deleznable, vomitivo y execrable.
Y luego, cruzando el charco, tenemos a otro líder ultra vitaminado, el señor Trump. Supongo que los americanos están hechos de otra pasta para tragar tantos disparates en forma de show americano, pero lo que tengo muy claro es que si yo hubiera nacido en Estados Unidos, me daría nauseas y vergüenza.
Aunque podríamos entrar a discutir si Zelensky es bueno, malo o regular, la evidencia absoluta es que Ucrania es un país invadido que parecía que iba a desaparecer del mapa a los tres días y lleva resistiendo tres años.
Contra todo pronóstico, ni se ha postergado ante Putin ni ante Trump. Evidentemente es una guerra con un coste económico y humanitario brutal y es necesario que un tercer actor internacional ponga fin a esta situación, pero siempre de forma justa; nunca, repito, nunca, con una imposición que dé como resultado la injusticia de un país arrasado, una generación perdida, un éxodo masivo por Europa, la pérdida de territorio y ahora la esquilmación de sus recursos naturales.
Es inaudito e injusto que Donald Trump quiera imponer su criterio. Quizás esté acostumbrado a que él ponga la música y los demás bailen, pero afortunadamente el país no es una de sus empresas y, por tanto, se necesita otro nivel de gestión. Entre admirar a Estados Unidos por contribuir con su riqueza a ser el mecenas de la investigación sanitaria, los defensores del mundo y los grandes adalides de la economía o ser un país temido por sus decisiones y declaraciones, él ha preferido esta segunda.
Lamentablemente, el show dura cuatro años y éste acaba de empezar. Mucho me temo que irá a peor día a día, porque sólo hay una cosa más preocupante que un político con poder desmesurado: que le rían las gracias.
En definitiva, y con gran pesadumbre, hay que decir que tenemos el mundo que merecemos por querer a dirigentes con más testosterona que neuronas.