Image: Es tan corto el amor y es tan largo el olvido

Image: Es tan corto el amor y es tan largo el olvido

Primera palabra

Es tan corto el amor y es tan largo el olvido

17 abril, 2015 02:00

Quería que las avispas hablaran a través de su piel insólita. Sintió siempre el terror de vivir sin ser amado. De la noche naval regresaba el marinero y de la espuma de su isla negra, el poeta. No sabía en dónde están encerradas las lágrimas, en dónde se esconde el llanto. Odiaba los adioses y se refugiaba en el barco entre la espuma del mar, del mar adentro. Llevaba a Baudelaire encima del hombro como si fuera un cuervo, a Lautréamont aullando en su féretro impune, a Federico en la voz de naranjo enlutado.

Tuvo el poeta una adolescencia turbia, triste y tierna, tembladeral sombrío en el que caen las hojas y las palabras, los golpes duros y el amor amargo. Estrujaba los libros para aprender la vida. Leía lejos de Garcilaso porque quería encontrar a Juan de la Cruz en los frescos manzanos temblorosos, en la noche amable más que el alborada, la que juntó amado con amada, amada en el amado transformada.

Perdido en la soledad marina, el poeta recogía los vestigios de la arena, la madera húmeda a la que convirtió en mesa de trabajo, los pájaros que cruzan bajo la luz decisiva. Para unos ojos que aún no habían nacido abrió las páginas del hierro y del rocío y escribió canciones desesperadas que tiñeron los siglos a fuerza de sangre y de suplicio. En su corazón nacieron las raíces de trigo de la amada, los ojos silvestres en desvelo, y era la hora delgada que navegaba sin prisa, buscando la luz moribunda, la sangre remota, la huella del polvo y la ceniza.

Ella, la amada, la que murió en primavera, era la hoja del humo y la lava encendida que estallaba relámpagos en la boca morada. El poeta llama a su compañera dura paloma, rosa bravía, ceniza del trigo violento, pan de la selva, la voz de la lluvia, la agonía de los mares lejanos. Siente que ella, en la oscura noche del alma, extiende su cuerpo y su pura cadera y forma parte del fuego que corre por las alas del ave marina. Recoge el enamorado el tierno musgo de la primavera, la flecha entumecida de la aurora, la llama de amor viva. Se dedica entonces a educar el amargo silencio del viento, las otras cenizas en los ojos del cielo, mientras las manos de la amada inmóvil, las manos profundas, hacen fluir ríos esbeltos en medio del cielo cuando el sol clava en la tierra su espada amarilla.

Tocaba los pies de ella en la sombra, sus dedos en la luz. Los ojos aguilares le guiaban en su vuelo. Matilde, con los besos que robé de tu boca aprendieron mis labios a conocer el fuego. Desde la avena cereal propagaba el poeta las sílabas araucanas. Pero caen ya las máscaras del espanto. Y el dolor infinito. Se le adelgazan entonces las palabras como las huellas de las gaviotas en la playa. Llega la hora en que su vida gotea sobre el alma de la amada. Pone las manos en sus hombros de seda y desentierra el dolor de la tarde hasta llenarlo todo de frutas extendidas y fuego oculto. “Oh niña entre las rosas, oh presión de palomas, oh presidio de peces y rosales, tu alma es una botella llena de sal sedienta y una campana llena de uvas es tu piel”. Regresa el amor que camina en silencio. Es la eternidad de las bocas enterradas, el día verde recostado en la nieve frente a la sal marina de Chile en primavera. Se queja el poeta de la actriz tan azul que quería violarle. Nace otra vez el mundo y el Aconcagua cristaliza las crines de su cabeza blanca. En las erizadas soledades retorna el amor profundo y sosegado. Se escucha de nuevo el trueno verde del océano. Pero es tan corto el amor y es tan largo el olvido...

El último libro de Pablo Neruda -un puñado de poemas inéditos o rescatados del olvido- ha provocado algunas críticas reticentes. No las comparto. Tus pies toco en la sombra agavillan, como ha escrito Pere Gimferrer, poemas definitivos. En muchos de ellos está el mejor Pablo Neruda, el poeta instalado junto a San Juan de la Cruz en la más alta cumbre de la poesía en lengua española.