Image: Heidegger y la fenomenología de la religión

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Primera palabra

Heidegger y la fenomenología de la religión

por Luis Maria Anson, de la Real Academia Española

12 abril, 2007 02:00

Luis María Anson

Fiesta en el jardín del arquitecto municipal de Darmstadt. Solo, sentado en el césped, un hombre entristecido, tocado con un sombrero, bebe a lentos sorbos el vino de un vaso de cristal. Se le acerca otro invitado, cautivado por tanta soledad y tristeza, y se sienta junto a él. El hombre del sombrero se lamenta de la impotencia del pensador frente a los poderes del mundo contemporáneo. Luego se le iluminan los ojos cuando la conversación deriva a la relación entre el pensamiento y la lengua.

El hombre del sombrero se llamaba José Ortega y Gasset, la más alta inteligencia del siglo XX español; su interlocutor era Martin Heidegger, el filósofo que influyó en Sartre y en Arendt, en Bubner y Gadamer, en Foucault y Derrida, también en Marcuse. Fue tan alta la calidad intelectual de Heidegger, tan profundo su pensamiento ontológico, que ha superado las lamentables veleidades políticas que mantuvo con el régimen nazi. En Sein und Zeit vertebra y supera el historicismo de Dilthey, la fenomenología de Husserl y el irracionalismo de mi admirado Kierkegaard ("Llevo como Pablo el aguijón a las carnes, no podía entrar en relación con los hombres, y de eso deduje que mi tarea era extraordinaria"). Heidegger, en fin, mejorará Ser y Tiempo para entender al hombre como Dasein: ser-ahí. Camina así por la senda ontológica el filósofo alemán de forma paralela a Ortega y Gasset, cuyo discípulo José Gaos tradujo el Sein und Zeit. Conozco también la versión de Rivera Cruchaga. No sé si este filósofo chileno tiene que ver con el poeta que le robó a Neruda la novia de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Albertina Rosa Azócar. Si sé que era discípulo de Zubiri y también sé, porque así se lo escuché a Emilio Lledó, una de las inteligencias más claras que he conocido, que Heidegger apenas sabía nada del autor de Sobre la esencia. El ser-ahí, el "ser en el mundo" de la versión de Gaos, el "estar en el mundo" de la traducción de Rivera Cruchaga, conducirá a Heidegger a la meditación última sobre el Sein zum Tode, el ser enfrentado a la muerte del verso rubeniano de no saber adónde vamos ni de dónde venimos. El movimiento hermenéutico deriva de alguna forma de la ontología heideggeriana sobre el ser y la muerte.

Discurro sobre estas cuestiones de tanto interés porque acabo de terminar Introducción a la fenomenología de la religión, una lección impartida por Martin Heidegger cuando tenía treinta años y que revela la preocupación de su inteligencia por el fenómeno religioso. Siruela ha acertado al publicar este libro esclarecedor.

El filósofo alemán mesa las barbas de San Pablo, aparta con crudeza al discípulo de Cristo de la exposición doctrinal y le instala en la vida fáctica. Las epístolas paulinas pasan a ser experiencias vitales del santo. Heidegger empieza a levantar así, junto a la filosofía de la His-toria de Vico y la que se estaba produciendo de Spengler, Toynbee o Huizinga, una articulada filosofía de la religión. El autor de Sein und Zeit, que abordó casi siempre sus reflexiones desde la metafísica general, desde la ontología, se reduce aquí a una esfera particular de entes que son los religiosos, con incidencia en las epístolas paulinas a los tesalonicenses y la expectativa de la parusía en la segunda de ellas, del advenimiento glorioso de Cristo al fin de los tiempos. Un libro, en fin, que nos redime de tanta frivolidad y tanta basura como todas las semanas lanzan algunas editoriales sobre los estercoleros de la vida literaria española.

Zigzag

Es uno de los pintores españoles más interesantes de los últimos años. Lo de menos son sus éxitos, tan reiterados. Lo de más es su independencia, su calidad plástica. Mario Antolín lo destacaba en su gran Diccionario. Su exposición en Feima, en la madrileña calle Fernando el Santo, me ha impresionado. La última obra de Rafael Freijeiro tiene algo de erizante. De aliento sugeridor. Es una tremenda meditación galopante. Ha superado el expresionismo abstracto para adentrar sus pinceles en nuevos ensayos como poemas del amor incierto. Hay algo de elegía, de canto ecológico por el dolor, en sus lienzos, que se dividen en dos zonas. En una los desperdicios, los dese-chos, la escombrería y la contaminación que amenazan a todos; en la otra, la naturaleza agredida que resiste, a punto de ser ahogada, asfixiada. Es el caos junto a la serenidad. Explosión formal del color, trágica belleza, zarandeadas formas, bronco nihilismo, deslumbrada retina, indeclinable independencia, fronteras de la vida y de la muerte, todo está en la pintura de Rafael Freijeiro, el artista que ha diseccionado el cadáver del tiempo que vivimos. Hay algo en sus cuadros de oro ignoto, de azul mágico juanramoniano, que se esponja bajo la agresiva cobrería de los colores altivos, mientras el cenit se va rompiendo de hoja en hoja, de mancha en mancha, de color en color trocado, sobre la altivez de una paleta que acaricia con el pensamiento.