Image: Memoria histórica

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Primera palabra

Memoria histórica

Luis Maria Anson, de la Real Academia Española

1 marzo, 2007 01:00

Luis Maria Anson

No es verdad que en la guerra incivil española se alinearan en un bando los buenos, los demócratas, los liberales, los defensores de los derechos humanos; y en el otro los fascistas y totalitarios. Stanley G. Payne lo ha explicado de forma nítida en varios libros imprescindibles. Como la Historia es parte esencial de la Cultura, no está de más reflexionar sobre los grandes ensayos históricos.

En la zona republicana se cometieron tantas atrocidades como en la nacional y se arrolló desde los primeros días el Estado de Derecho y el imperio de la ley. Ortega y Gasset, alertado por Besteiro, tuvo que huir de Madrid porque la ultraizquierda iba a asesinarle. Lo mismo ocurrió con Gregorio Marañón y Teófilo Hernando. Los autores intelectuales de la II República española tuvieron que marcharse al exilio porque en el Madrid republicano de agosto de 1936 hubieran caído asesinados, víctimas del extremismo de izquierdas. No es una opinión ni una especulación. Se trata de un dato objetivo. Melquíades álvarez y Rico Avello, por ejemplo, que decidieron permanecer en Madrid, fueron vilmente exterminados.

Y ello porque en la guerra incivil española, como explicó muy bien mi gran amigo Salvador de Madariaga, con el que mantuve en Oxford largas y aleccionadoras conversaciones, lucharon dos extremismos: la ultraizquierda, que quería imponer la dictadura del proletariado, es decir, el comunismo; y la ultraderecha, que pretendía establecer la dictadura de la clase media, es decir, el fascismo. Ganaron los ultraderechistas, que organizaron inicialmente un Estado fascista. Tras la Guerra Mundial, el engendro derivó en una dictadura militar y en un sistema autárquico en torno al mediocre caudillo vencedor, Francisco Franco.

Como consecuencia del desenlace de la guerra incivil, la izquierda moderada, que representaba Indalecio Prieto, no tuvo otro camino que el del exilio. Pero lo mismo ocurrió con el centro derecha, encarnado en José María Gil Robles. Si en lugar de Franco hubiera vencido Negrín, los exiliados habrían sido los mismos: Prieto y Gil Robles, es decir, la moderación.

De ahí la incongruencia de la memoria histórica. Ni los vencedores, ni tampoco los vencidos, merecen reivindicación alguna. La guerra incivil es una página que certeramente se pasó con el pacto de la Transición. Stanley G. Payne ha dicho que la ley de memoria histórica "es un profundo error. La memoria es emocional y subjetiva, no histórica".

El gran historiador ha afirmado que "el objetivo de la ley de memoria histórica es trazar una línea tajante entre buenos y malos". Y no. Todos fueron malos. Aquel horror merece, claro es, ser estudiado, analizado, comprendido. Y superado, como se hizo en la Transición. "Zapatero -ha escrito Payne- trabaja en sentido franquista al reconocer a un bando. Gran hipocresía. No puede haber justicia y dignidad hasta que se dé un trato igual a todos". Y concluye el prestigioso historiador: "La propuesta de IU es otro intento de tipo soviético de reescribir y falsificar la Historia". Lo que pretende Zapatero es la incongruencia histórica que Ercilla resumió en unos taimados versos: "Y habiendo ya cantado la victoria / de los contrarios hados rebatidos / quedaron vencedores los vencidos".

Las nuevas generaciones no quieren vencedores ni vencidos ni revanchas políticas. Así es que se pasan por el arco del triunfo la ley de memoria histórica. Los jóvenes serios miran hacia el futuro sin volver la vista al pasado. No aspiran a rastrear las huellas de la mujer de Lot, a convertirse en estatuas de sal. La memoria histórica sobre aquella atrocidad que fue la guerra incivil española, tal y como la entiende Zapatero, sólo puede reabrir las heridas que la Transición consiguió cicatrizar. No retornemos al destino cainita de nuestra nación. La radiante juventud criada en la democracia no quiere ver cómo caen de nuevo ensangrentadas las hojas de la Historia de España.

Zig Zag

Hermoso segundón, cara de plata. Cuando Paco Umbral quiere elogiar a alguien le califica como Valle al joven protagonista de Comedias bárbaras, al que el padre jarrapellejos disputa el amor de Sabelita. Umbral es el mejor de todos nosotros. Ningún escritor en el siglo XX ha sido capaz de fracturar tan bellamente sintaxis y gramáticas. Hombre de la esquina rosada, sus adjetivos y sus metáforas acarician la carne absorta del idioma. Acabo de leer Amado siglo XX, un libro de memorias en el que se recogen textos que componen la geografía personal del escritor. Umbral, que no acertó con el teatro, deja alguna novela ejemplar como Mortal y rosa, ensayos fulgurantes como El César visionario, que yo presenté en su día, y sobre todo libros de memorias. El autor de Amado siglo XX es el mejor memorialista de la pasada centuria. Su capacidad para la evocación y la nostalgia asombra. Con la palabra ya encanecida, y a veces hembra, se arrodilla ahora Umbral en las fronteras de la incierta vida, ensombrecido por la oscura penumbra del más allá, esperando indeciso, como un mendigo dorado, como un pordiosero de la penúltima hora, "más vida a la luz cementerial de este campo de flor".