Image: Ministerio de ¿Cultura?

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Primera palabra

Ministerio de ¿Cultura?

Luis María Ansón, de la Real Academia Española

7 septiembre, 2006 02:00

Luis María Anson

Gracias a la iniciativa privada y a la genialidad de algunos de nuestros artistas, España vive hoy una época de esplendor en la cultura, desembarazada desde 1975 de las cenizas de la dictadura. Algunas entidades financieras, determinadas instituciones, no pocas fundaciones, varios grupos minoritarios independientes, impulsaron el renacimiento cultural en nuestra nación. El clima de libertad ha permitido, además, que la expresión artística haya superado el rebuzno dictatorial, las espaldas serviciales, los años inhóspitos.

Tras el reconocimiento de la situación admirable, incluso embravecida, de nuestra cultura hoy, habrá que denunciar de inmediato que lo mucho conseguido en estos años de libertad se ha hecho a pesar de la política cultural de los distintos gobiernos de la democracia. La política cultural española ha sido un desastre sin paliativos.

Adolfo Suárez, que tantos servicios rindió a la convivencia española, no se enteró nunca del significado profundo de la cultura. La política cultural de sus gobiernos, salvo alguna excepción notable, no pasó de la serie audiovisual "Curro Jiménez" y del gesto novicio de postrarse de hinojos ante los intelectuales del exilio, lo mismo ante los de calidad que ante los tórpidos y yertos.

Felipe González sí se dio cuenta de que España es una de las cinco potencias culturales del mundo e intentó la operación De Gaulle con el nombramiento de Malraux. Pero Semprún no era Malraux y, antes de ser designado, ya se había producido la absorción del ministro por el habilísimo Jesús de Polanco. González se sometió a la política cultural de "El País" que consistía y consiste en aborrecer cualquier manifestación de lo que sus dirigentes consideran la derecha y elogiar hasta la náusea a "los nuestros". Podría parecer que "los nuestros" son la izquierda. Grave error. El sectarismo excluyente de "El País" sólo considera como "los nuestros" a una parte menor de la izquierda, la que ha aceptado, genuflexa, salvo excepciones, las directrices del periódico. Aún más. El diario de Polanco nada tiene que ver ya con las ideologías. Se ha convertido en un negocio, sólo en un negocio, que ha comercializado la cultura, al margen de la calidad. Es bueno lo que vende, lo que permite ganar dinero. En eso no se diferencia de Lara. La izquierda, la mayoría de la izquierda, bramó de ira durante el felipismo contra la política áptera de González y la degradación de la cultura profunda. La izquierda auténtica y los independientes padecieron el verbo asnal de cierta clase política, la palabra yacente y entumecida, la cultura deshabitada.

Frente a todo ello se alzó esta revista, El Cultural. El reconocimiento del mérito allí donde se produjera, sin tener en cuenta las ideologías políticas, la exclusión del sectarismo y de las fobias personales, la denuncia de las campañas de silencio, el rechazo a la crítica desalmada y torpe, la valoración justa de los creadores al margen del amiguismo, movilizaron a los sectores más vivos, más auténticos y originales de la vida cultural española en torno a esta publicación. "El País" perdió la aduana de la cultura. Fue una victoria insólita, todavía sin cicatrizar.

Hasta aquí lo que escribí hace unos años y que no ha perdido vigencia. En efecto, la ligereza, la improvisación, el todo vale, la ausencia de discernimiento para saber quién es quién, qué valores tienen importancia, han presidido la enanizada política cultural española. Se ha derramado el dinero a zapatos llenos y se ha despilfarrado. El Prado, el Reina Sofía, el Teatro Real, el Instituto Cervantes son las puntas del iceberg del fracaso de una política cultural deshuesada y exangöe. Los sucesivos ministerios de Cultura se han dedicado a la política de proteger a los amiguetes, al margen de la calidad, si bien los pardillos del centro derecha han respaldado sobre todo a los paniaguados de Polanco.

Justo es afirmar que no se puede alinear en la catástrofe de la política cultural española de los últimos 30 años a la actual ministra. Tras algunas vacilaciones iniciales, pero nadando contra corriente, Carmen Calvo ha estado donde debía estar y ha hecho una gestión notable, con sobresaliente para la campaña del IV centenario del Quijote. No hacer este reconocimiento sería perder la objetividad. Pero volvamos a la realidad: el éxito internacional de nuestros directores de cine, con el genial Almodóvar al frente; el triunfo de nuestros cantantes de ópera, el éxito en todo el mundo de pintores y escultores como Chillida, Tàpies o Barceló; el prestigio de algunos de los poetas y novelistas españoles en Europa y América; todo eso se ha impuesto a pesar de la aridez y la mediocridad de unos tórpidos ministerios de Cultura, dedicados con entusiasmo al nepotismo y a la política más ruin y deleznable.

ZIGZAG

Víctor Ochoa es uno de los nombres grandes de la escultura española actual. Fui a la Universidad de Salamanca a ver su exposición en el Patio de Escuelas y me sumergí en la riada de público que desfilaba de forma incesante ante las obras. El pueblo tiene un instinto certero para descubrir en dónde se encuentra el artista importante. Víctor Ochoa ha esculpido una vanguardia ferozmente independiente en la que aúlla el bronce, se cabrea el barro, se despereza la piedra y se descarga un onirismo erótico y retorcido, audaz y fugitivo. Sobrecoge la exposición de principio a fin. Es un grito de modernidad y anticipación, una descarga del oficio bien aprendido al servicio de una estética sobrecogedora y original.