Ensayo

Pelando la cebolla. La mala memoria de Günter Grass

Günter Grass

7 septiembre, 2006 02:00

Günter Grass. Dibujo de Grau Santos

Beim Haöten der Zwiebwl. Ed.Steidl, Güttingen, Alemania, 2006. 480 páginas. 24 euros

El autodesignado preceptor moral de la Alemania de posguerra, Günter Grass (1927), confesó en una entrevista al "Frankfurter Allgemeine Zeitung" (12 de agosto) su pertenencia juvenil a la Waffen-SS. La admisión de su pertenencia al temido cuerpo sugiere preguntas que exigen reflexión: ¿por qué Grass silenció durante tanto tiempo un desliz juvenil de tal índole? ¿ocasionará la declaración algún daño al valor de su obra literaria? Otra interrogación que deberá despejarse concierne el efecto de la noticia sobre el estatus del escritor literario del siglo XX. La comercialización ya hace tambalearse la figura del autor en su pedestal de artista, los escándalos provocados por hechos silenciados (Louis-Ferdinand Céline, Christa Wolf, Paul de Man, y muchos otros creadores más) quizás exijan también responsabilidades por el daño causado al entorno cultural.

Parto de que Günter Grass es, en principio, sólo culpable de haber silenciado durante tanto tiempo su comportamiento juvenil, porque no se le pueden pedir responsabilidades al Grass muchacho, perteneciente a una familia pobre de su natal Danzig (la Gdansk polaca actual), ni condenar el deseo de sumarse a un cuerpo de elite relumbrante para luchar por su patria.

El valor de una obra proviene de su significado cultural del que el literario es sólo un componente. Günter Grass resulta justamente famoso desde la publicación de su novela El tambor de hojalata (1959), y una parte de ese renombre proviene de la perspectiva intelectual del narrador, que incluso le valieron la merecida notabilidad conferida por los premios Príncipe de Asturias y el premio Nobel. A lo largo de su dilatada carrera literaria Grass adquirió un doble renombre como izquierdista insobornable y como escritor. Su posición intelectual reforzó su marca autorial y comercial, permitiéndole una acomodada forma de vida, acorde con una vitalidad gustosa del regalo, con mucha mujer y mesas bien servidas.

La famosa entrevista adelantaba el contenido de Pelando la cebolla (que en España publicará Alfaguara en unos meses), donde narra sus recuerdos de dos décadas cruciales de su vida, de 1939 a 1959, desde el comienzo de la II guerra mundial hasta la publicación de la mencionada novela El tambor. En una frase del tercer capítulo (del que reproducimos algunos fragmentos en estas páginas) confiesa: "Yo me inscribí voluntario en la Waffen-SS" (pág. 75). Toda la primera parte del libro viene dominada por el cuestionamiento de qué le llevó a ofrecerse voluntario, si fue la pobreza, el ambiente familiar, mientras obviaba los hechos evidentes de ver cómo los disidentes, un maestro, por ejemplo, desaparecían de su entorno.

Resulta realmente curioso el hecho de que Günter Grass confiese el pecado, pero no acepte claramente la culpa. Tampoco parece haberse propuesto contar con detalle el asunto. Todo el recuento es minucioso en los episodios narrados, pero en realidad resulta fragmentario, poco coherente. Está lleno de historias breves, instancias de su vida juvenil, el reclutamiento, el momento en que lo hicieron prisionero, etcétera. Sería una injusticia filtrar el libro entero a través de unas frases o decisiones juveniles, como dije antes, aunque igualmente resultaría inaceptable no sopesar el modo en que se confiesa.

El texto refleja sin duda al mejor Grass, dueño de un estilo inimitable, que no es ajeno al humor. Conocemos enseguida su antipatía hacia el padre, decidido partidario de Hitler, y del amor por su madre, una amante de la música y católica ardiente, de quien él heredó la disposición hacia el cultivo de las artes.

La segunda parte del libro viene dedicada a contar el ascenso del joven a la posición de un artista laureado, cuando publicó El tambor del hojalata. Cuenta a lo largo de sus numerosas páginas infinidad de recuerdos de su vida, los diferentes momentos cuando conoció el éxito como dibujante, como poeta, los diversos amigos, mujeres. Todo ello tiene menos interés que la primera parte, pero nos permite ir reconociendo episodios que vimos antes reflejados en sus novelas. Sí sorprende que en este glorioso hacerse del autor la culpa de la primera parte no aparece.

La obra está contada por un narrador en tercera persona, y sigue una forma muy concreta, la del pelado de una cebolla, que va desgajando los episodios de su vida. El libro viene ilustrado por una serie de dibujos de una cebolla en diversos estadios del pelado, más los de la portada y contraportada, debidos al autor. Uno tiene la impresión de que Grass necesitaba confesar su secreto, y que lo hace utilizando los mejores recursos de su repertorio literario. Por eso el libro está tan repleto de historias, de recuerdos, no siempre claros y completos, pero siempre contados con una enorme fuerza y precisión verbal. Grass se revela otra vez en este libro como un verdadero maestro del arte de contar, el que siempre ha sido.

No obstante, al finalizar la lectura sentí que otro muro de Berlín se caía, que la polarización política conseguida por el personaje Grass, al que acompañaron en el viaje tantos otros escritores, se deshacía, y que se venderá también comercialmente, como los trozos del muro. La confesión extraerá su precio, como debe de ser, porque Gönter Grass no acaba de aceptar la culpa, apenas comienza a contemplarla. Confío que la admisión del hecho le llevará a decir abiertamente: siento haber acosado a tantas gentes. Sí pienso que la cultura europea gana a Grass como autor de carne y hueso, despojado de la bermeja túnica sacerdotal y de la pose de oráculo, a quien escucharemos con placer sus historias de hierros y de felices experiencias humanas.

Citas de Pelando la cebolla

"Queda claro que yo me ofrecí voluntario para el servicio de la Waffen. ¿Cuándo? ¿Por qué?"

"Vestidos con el uniforme atraíamos las miradas. Poderosos púberes que defendíamos el frente interno, de casa […]. Finalmente nos tomaban en serio".

"En los cines del barrio [de Danzing] veía [...] a Alemania rodeada de enemigos, luchando con valor en una guerra a la defensiva, realizando esfuerzos heroicos en las estepas de Rusia. […] éramos un baluarte contra la marea roja".

"La pregunta persiste: ¿me asustó entonces el ver en la oficina de reclutamiento la doble S, que 60 años después todavía me horripila?"

"En la piel de la cebolla no encuentro ninguna señal de susto ni de miedo. Debí de considerar a la Waffen-SS como una unidad de élite, que entraba en acción cada vez que era necesario abrir un frente. […] Además las Waffen-SS tenían un aire europeo: agrupados en divisiones luchaban juntos franceses, flamencos, [...] en el frente del Este […] para salvarnos de una oleada bolchevique".

"Durante mi entrenamiento para el combate con tanques no supe nada de crímenes de guerra […]. Pero mi llamada ignorancia no puede encubrir el hecho de que pertenecí a un cuerpo, un sistema, que planeó y organizó la destrucción de millones de seres humanos. Aunque yo mismo no me considerara culpable, siempre queda algo en la conciencia que no se puede limpiar, eso que solemos llamar con frecuencia responsabilidad compartida. Es seguro que tendré que vivir con ello para el resto de mi vida".

"Con el paso del tiempo empecé a darme cuenta, aunque todavía dubitativo, de que desconocía o, dicho con mayor precisión, no quería admitir, que yo había estado envuelto en un asunto criminal, cuya carga con los años no se aminoraba ni era posible enterrar en el olvido, y del que todavía sufro."