Ignacio Echevarría

Se cumplen esta semana diez años desde la fundación de Caballo de Troya, al que me he referido en otro lugar como el proyecto editorial más atípico, más a contracorriente, más subversivo, combativo e (im)pertinente de cuantos se han impulsado en España durante los últimos diez años. También el más concerniente. La existencia de este sello fue un efecto colateral, por así decirlo, de la descomunal alianza (hoy ya rota) de Random House y Mondadori. El encaje de estas dos grandes moles editoriales dejó abiertas algunas brechas, y en una de ellas se alojó Caballo de Troya, un experimento sin precedentes que tenía por objeto detectar, en el ámbito de la lengua española, voces nuevas y diferentes, fuera de los parámetros al uso.



Caballo de Troya no hubiera sido posible sin la complicidad de un editor inquieto y con amplitud de miras, como es Claudio López de Lamadrid, y un veterano zahorí como Constantino Bértolo, caracterizado no sólo por su olfato para descubrir y decantar valores emergentes (en su colección "Punto de partida" debutaron en los años noventa autores como Luis Magrinyà, Marta Sanz y Ray Loriga), sino también para articular una poética editorial a contrapelo de las consignas del mercado.



Esto último puede resultar paradójico, sobre todo en el marco de un gran grupo empresarial, pero no está reñido necesariamente con el éxito, ni siquiera con la rentabilidad. Constituida con un presupuesto escasísimo, y sin respaldo publicitario alguno, Caballo de Troya -cuyos volúmenes destacan muy favorablemente por su austeridad- ha puesto en órbita, a lo largo de estos años, nombres como los de Mercedes Cebrián, Julián Rodríguez, Lolita Bosch, Javier Pascual, Elvira Navarro y Cristina Morales, por destacar algunos ejemplos entre los que el peso de las mujeres resulta significativo.



Como sea, lo insólito y verdaderamente distintivo de Caballo de Troya ha sido el aprovechamiento de la estructura de un gran grupo para desarrollar, casi subrepticiamente, y con tanta o más libertad y atrevimiento que los de las llamadas editoriales independientes, una línea de prospección radical, resueltamente alternativa, orientada a cuestionar -y, llegado el caso, sabotear- la ideología dominante desde una inequívoca perspectiva de izquierdas.



Con ironía flagrante, Constantino Bértolo se ha descrito a sí mismo como "un editor algo gallego, bastante marxista y poco sentimental". De la determinación política de su actuación ofrecen un indicio evidente no sólo el nombre de Caballo de Troya, sino también la divisa que lo acompaña, y que constituye una abierta declaración de intenciones: "Para entrar o salir de la ciudad sitiada". Una divisa tal vez demasiado utópica que sin embargo suscriben con ejemplar acierto algunos títulos emblemáticos de la editorial, que se adelantaron a diagnosticar y formular el sentimiento de descontento y de inconformidad que en España cunde de unos años a esta parte. Me refiero a títulos como El malestar al alcance de todos (2004), de Mercedes Cebrián; Materia prima (2007), de Francesc Serés; o, sobre todo, El año que tampoco hicimos la revolución (2005), del Colectivo Todoazén. La singularidad de este último libro aparece nimbada en la actualidad por un halo profético. Alguien tan poco sospechoso de fervores bolcheviques como Félix de Azúa lo saludó en su momento -no sin buenas razones- como "la novela más original de la edición europea (o mundial)". Una novela de terror y de misterio que sigue invitando, un año tras otro, a hacerse la misma pregunta que Azúa: ¿por qué la población de la que habla "no se ha amotinado y pasado a cuchillo a sus representantes políticos, procediendo luego a colgar de las farolas a los banqueros, financieros, plutócratas y oligarcas?".



Como sea, Caballo de Troya se ha destacado también por la contundencia de sus apuestas en el campo de la menos homologada narrativa latinoamericana (Mario Levrero, Aurora Venturini, Daniel Guebel, Sergio Bizzio, Damián Tabarovsky, Iosi Havilio, Marcelo Lillo) y por poner en juego textos excelentes y tan inclasificables como Últimas conversaciones con Pilar Primo de Rivera, de Antonio Prometeo-Moya, Leer con niños, de Santiago Alba Rico, o Creíamos que era mentira, de Elena Figueras.



El catálogo de Caballo de Troya (cuyos volúmenes sin solapas vienen presentados por unos impagables, a menudo desopilantes "Avisos de lectura") constituye el testimonio comprometedor y fehaciente de que no sólo es posible sino también necesario, quizás urgente, vehicular voces y discursos distintos a los que suelen alcanzar mayor visibilidad y resonancia, pues de ello deriva una tensión y un contraste muy convenientes para la salud y credibilidad del sistema editorial en su conjunto.



Enhorabuena.