Image: Frida Kahlo

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Opinión

Frida Kahlo

24 abril, 2003 02:00

Frida Kahlo: La columna rota (1944)

La pintura de Kahlo es dignataria de las naturalezas muertas que realizó cuando ella ya empezaba a ser una hermosa naturaleza muerta

No se puede escribir de Octavio Paz sin escribir de Frida Kahlo, la mujer azul a que me he referido en otros momentos y la que traigo ahora aquí como otro ejemplo de la mujer única y sacralizada que entronizaron los vanguardistas y algunos surrealistas. Frida Kahlo tiene una vida corta, de 1907 al 54, y comenzó a pintar en 1925, haciendo fecunda su convalecencia de un accidente que le causó más de treinta intervenciones quirúrgicas, convirtiéndola en la mártir de sí misma a la que Diego Rivera adoró siempre precisamente por esa cosa que tenía de niña enferma o de enferma eterna. En su pintura, unas doscientas obras, hay mucho reflejo del dolor físico. El dolor físico, como el placer físico, es una de las pocas realidades que posee el ser humano en esta vida. Por otra parte, las relaciones violentas entre Frida y Diego Rivera la marcan definitivamente, profundamente, como un medallón africano que, sin embargo, tuvo ápices de esnobismo en su pintura nativista, elemental y fuerte.

Kahlo conoció a Rivera en 1928 y se casó con él al año siguiente. Participaba con el gran muralista en la fe en el comunismo y la curiosidad emocionada y violenta por las culturas indígenas de México. El muralista estimulaba a Kahlo en su trabajo, la glosaba como verdadera, purísima y primigenia, y enfatizaba los caracteres indios de su herencia.

En esta época, el indigenismo, la asimilación fervorosa de la Historia y la cultura prehispánicas de México, expandieron en gran volumen el mito de las raíces nativas. El ser opinadas como primitivas fue una forma de reconocimiento para algunas mujeres artistas.

Kahlo tenía sangre india por parte de madre y era judía húngara por su padre. Comenzó como autodidacta y pronto se entregaría a los círculos delicados del arte profesional por su relación con Rivera. Rivera era un genio, lo que quiere decir que junto a él no florecía la inocencia artística, sino que todos los riveristas quedaban tocados por el misterio y el porvenir del arte. La verdad es que Kahlo fomentó el mito de su primitivismo, llegando incluso a adoptar el atuendo tradicional mexicano.

Pero Kahlo no gozó de la misma aceptación que los grandes muralistas mexicanos, Rivera, Orozco y Siqueiros. La cosa ha cambiado después y hoy el autobiografismo racial de Frida tiene el mismo valor crítico y financiero que el de sus compañeros.

La pintura de Kahlo en la Colección Lewin es dignataria de las naturalezas muertas que realizó cuando ella ya empezaba a ser una hermosa naturaleza muerta. Pintaba frutas de su jardín o del mercado, cosas que podían ilustrar su lecho de enferma con la luz y el color de la frutalidad mexicana. Kahlo se identificaba con la naturaleza al personificar sus frutas, dando así la réplica a Baudelaire cuando habla de los "vegetales consagrados". Hay flechas, clavos y espinas que penetran su carne en los autorretratos. Los cocos son calaveras que viven el dolor y piensan como ella.

Kahlo y Rivera se divorciaron por un tiempo en 1939 para volver a casarse en el 40 y en ese período de distanciamiento Rivera pintó el retrato de Kahlo. Kahlo aparece en varios murales de Rivera, sobre todo como militante comunista. Pero nos queda sobre todo el único retrato individual que Rivera hizo de ella.

Habría que preguntarse cuánto hay de esnob en el primitivismo de Frida Kahlo, que en definitiva era hija de un europeo de la Europa profunda, cuánto hay de verdad, que no es poco, en su nativismo mexicano, que, en cualquier caso, potenciaba su actitud rebelde frente al México de las oligarquías. En todo caso, Frida fue una mujer combativa y muy vistosa cuando frecuentó con Diego Rivera los salones de París y de Madrid.

Hay en el hispanoamericano un inevitable esnobismo cuando consigue retener la mirada del viejo París. Eso ya supone la gloria, una gloria anónima que a Frida Kahlo le ha venido muy tarde, cuando el nativismo se ha impuesto al marxismo y todos los hispanos se sienten hijos de César Vallejo, víctimas de París y mártires de su causa primigenia. Hoy incluso se hacen películas de Frida Kahlo y mueve más curiosidad esta mujer con su pintura que los consabidos muralistas de inspiración moscovita que superaron con su genialidad a los propios muralistas soviéticos. Frida Kahlo, por encima de esnobismos, es un manantío de nativismo femenino y pictórico que ilustra rudamente nuestra imaginación amante de aquellos pueblos, de aquellos misterios y de aquella América anterior a América. O sea, anterior a Américo Vespucio.