Poesía

La mitad de una mariposa

Jaime Campmany

9 mayo, 1999 02:00

Plaza & Janés. Barcelona 1999, 242 páginas, 2.600 pesetas

D oce meses después de haberse dado a conocer como novelista de gran aliento con El pecado de los dioses -su narración anterior, Jinojito el lila, tenía otro alcance y otras pretensiones-, Jaime Campmany publica La mitad de una mariposa, en realidad continuación de aquella novela, como segunda entrega que es de una trilogía todavía incompleta cuya valoración adecuada sólo podrá hacerse cuando se remate el desarrollo de la historia. De todos modos, tanto la primera novela como ésta admiten una lectura independiente. En La mitad de una mariposa ha tenido el autor, además, buen cuidado de introducir con naturalidad numerosas alusiones o referencias a hechos narrados en la obra anterior y que ahora sirven a la vez de informaciones nuevas -para los lectores que desconozcan la novela precedente- y de recordatorios o sumarios para los ya iniciados en la historia. Estas brevísimas analepsis, en algún caso incrustadas con formulaciones deliberadamente literales, garantizan la cohesión y la continuidad entre ambas obras, pero también facilitan su lectura como construcciones autónomas (Compárense tan sólo, por ejemplo, las palabras de Celina en las páginas 59 y 60 con la página 255 de El pecado de los dioses, o el relato del mismo personaje en la página 60 con lo que se cuenta en la página 17 de la novela anterior; y el recuerdo de las proezas sexuales del "bel’uomo" (pág. 67) repite casi a la letra las palabras de Enrico en El pecado de los dioses (pág. 187); pero los ejemplos son abundantes, y revelan un minucioso y eficaz cuidado constructivo).
El pecado de los dioses esbozaba la historia de la acomodada familia Duchessi, desde los tiempos de los abuelos hasta el matrimonio de la nieta, Totoya, con Giorgio Notti, vástago de un acaudalado fabricante milanés de electrodomésticos. La mitad de una mariposa arranca de ese punto para narrar la desdichada historia del joven matrimonio, cuya trayectoria parece gobernada por un "fatum" inexorable que, como en la tragedia clásica, planea sobre los personajes desde antes de su nacimiento. El "pecado de los dioses" de la novela anterior se refería al incesto y a las turbias relaciones entre la abuela Vittoria y su hermano. La mitad de una mariposa podría subtitularse "el placer de los dioses", porque acaba por ser el relato de una venganza y, como recuerda Marzia en un momento de la narración, "la venganza es placer de dioses [...]. El único placer que queda después de lo irremediable" (pág.176). Pero lo cierto es que el motivo del incesto se prolonga en esta obra como una herencia implacable, y la historia de los abuelos se reproduce en los nietos, que como una señal premonitoria han sido bautizados con los mismos nombres que aquéllos. El relato primario se centra en la estancia de Toyota y su marido en Bruselas -donde Giorgio debe hacerse cargo de una delegación de la empresa familiar-, aunque hay viajes esporádicos a Villa Luce, reuniones o celebraciones familiares que permiten la reaparición de personajes ya creados en la primera novela y que ahora enriquecen en algunos casos sus perfiles, como sucede con Elettra y don Pelayo y con el amplio elenco de antiguos sirvientes, entre los que figuran Celina, Giustina, Cecilia y, sobre todo, Enrico, el anciano jardinero cuyas adivinaciones le confieren estatura casi sobrenatural y que es, de todo el conjunto, el que mayor densidad alcanza ahora en esta nueva salida, como lo demuestran las escenas de su conversación con Elettra (págs. 76-80) y sus instrucciones a Fiorenzo horas antes de morir (págs. 189-192). Entre los tipos que asoman aquí por vez primera, dos tienen una importancia primordial en el desarrollo de la acción, y nada tiene de particular que la presencia de ambos en el mismo lugar -si bien en condiciones muy diferentes- cierre físicamente el espacio de la novela y culmine una acción que demuestra cómo la venganza es sólo un vano intento de compensar el carácter ineluctable del destino: Dan, el camarero homosexual, y Marzia, la eficacísima secretaria de la empresa. Ambos giran en torno a Giorgio como dos fuerzas de signo contrapuesto, entre las que prevalecerá la acción destructora de la fuerza negativa, como era de esperar en un escritor como Jaime Campmany, cuya exaltación del hedonismo apenas oculta una visión del mundo profundamente escéptica. Dan está bien diseñado externamente, pero acaso no como sería necesario para entender su cambio de actitud con Giorgio y, sobre todo, su brutal comportamiento. En cuanto a Marzia, constituye una buena creación literaria, que se une a la galería de caracteres femeninos clarividentes y decididos que pueblan las dos novelas de Campmany y que destacan por encima de varones frágiles o titubeantes, incapaces de sustraerse a sus flaquezas, necesitados por igual de afecto y de apoyo, como Giorgio, Mino, Martino o el hermano de la abuela Vittoria. Esta recreación de un mundo burgués en proceso de disgregación, que recuerda empeños como el de las series de La dinastía de los Forsyte, de John Galsworthy, o La ceniza fue árbol, de Ignacio Agustí, está servida por una prosa impecable, donde sólo parecen sobrar algunas intromisiones discursivas de la voz narrativa que recuerdan los hábitos del periodista de opinión pero no resultan aconsejables en el novelista. Así ocurre con la digresión sobre el ser humano que sigue a la llegada de los recién casados (pág. 43), las reflexiones acerca de las islas (pág. 23), algún breve pasaje sobre las mujeres (pág. 84) o el cierre de secuencia de la página 85. Habrá que esperar la próxima entrega de esta singular trilogía, escrita con solidez y sin ataduras a corrientes de moda.