Image: Barrio lejano

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Novela gráfica

Barrio lejano

Jiro Taniguchi

27 mayo, 2004 02:00

Ed. Ponent. Mon. 2 volúmenes. 200 y 208 páginas, 14 euros cada uno

Estamos tan llenos de prejuicios sobre la historieta japonesa (algunos no exentos por completo de fundamento) que corremos el riesgo de perdernos obras de hondo calado narrativo que, de vez en cuando, aparecen entre nosotros.

Uno de esos trabajos auténticamente singulares es Barrio Lejano, que el pasado año se alzó en el Festival de Angulema con el galardón al mejor guión y que acaba de conquistar el premio al Mejor Cómic Extranjero publicado en España en el Salón del Cómic de Barcelona. Su autor, Jiro Taniguchi (Tottori, 1947), es considerado por la crítica como uno de los dibujantes japoneses más vinculado a las estéticas occidentales. De hecho, en 1996 sacó adelante un proyecto, ícaro, a partir de un guión de Moebius. En España conocíamos algunos de sus trabajos, como la muy recomendable trilogía El almanaque de mi padre. Muy en la línea de aquella obra, en la que se buceaba con prodigiosa sensibilidad en la memoria personal, se encuentra este Barrio Lejano, donde Taniguchi hace gala de su capacidad para recrear las pequeñas cosas.

El pretexto lo constituye un ejecutivo de 48 años, Hiroshi Nakamura, que sufre un despiste en la estación de Kyoto, y toma un tren que le conduce a su localidad natal, Kurayoshi. Tras aceptar como un designio del azar esa circunstancia, el protagonista aprovecha para recorrer esa ciudad y visitar la tumba de su madre. Tras sufrir un desmayo, Hiroshi se despierta siendo el adolescente que fue. Su cuerpo es el de un muchacho de 14 años, pero su mentalidad es la de un hombre de 48.

Ese viaje en el tiempo le permite reencontrarse con una época desaparecida y disponer de una segunda oportunidad para comprender aspectos de la misma que le quedaron en penumbra. Si soslayamos algunos momentos del arranque, en los que Taniguchi se recrea en exceso sobre acontecimientos históricos que el personaje sabe que van a acaecer, enseguida empezaremos a saborear la capacidad de este creador fuera de serie para transmitir todas las peripecias que pueden hacer vibrar a un adolescente: la amistad, los primeros amores, la vida escolar, el entorno familiar...

Con una medida del fluir narrativo, que siempre me ha hecho recordar a las películas de Yasujiro Ozu, Hiroshi se ve sometido al desencadenamiento de unos hechos que no sucedieron en aquel momento tal y como ahora se están produciendo y que le llevan a temer que puedan proyectarse hacia un nuevo e incierto futuro. Como en el caso de El almanaque de mi padre, nos vemos en la necesidad de comprender a nuestros seres queridos para comprendernos a nosotros mismos. Estamos ante una de las pocas veces que los tebeos abordan cuestiones de semejante índole sin estridencias y con una utilización del montaje que contribuya a crear una poética que inunde de sentido cada una de las escenas.

Es, créanme, un trabajo excepcional incluso en su contexto, pero otro día habrá que hablar de Rumiko Takahashi, o de Keiji Nakazawa... para ir dejando de lado los prejuicios.