Image: Las puertas de la noche

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Novela

Las puertas de la noche

Alejandro Gándara

1 noviembre, 2013 01:00

Alejandro Gándara

Alfaguara, Barcelona, 2012. 248 pp., 18 euros. Ebook: 8'99 e.

Se diría que la nueva obra de Alejandro Gándara (Santander, 1957) es una continuación natural de otra suya anterior, Un amor pequeño (2004), con la intensificación de algunos rasgos. Ahora, el narrador-protagonista no es ya un ente de ficción, como lo era Ruy Nieves -en el que, pese a todo, se transparentaba con nitidez el autor-, sino que se identifica con Alejandro Gándara, como recalcan numerosos datos que van deslizándose a lo largo de la historia: tiene dos hijos adolescentes -e incluso la hija aparece, con su nombre, en una escena-, dirige la Escuela Contemporánea de Humanidades, publicó años atrás una novela titulada El día de hoy... Es probable, además, que las historias de Muriel, Alfredo y Román sean reales, ya que el autor las califica de "vidas narradas" al incluirlas en el capítulo final de agradecimientos.

Seguramente casi todo lo que se cuenta en Las puertas de la noche -título que evoca el lugar creado por Tolkien en El Silmarillion- responde a la realidad, pero es una realidad seleccionada, presentada con un escorzo peculiar, con una perspectiva que abulta unos elementos y minimiza o suprime otros; que deforma esa realidad, en suma, al acotar algunas de sus facetas y someterlas a un determinado enfoque. Ahí es donde nos encontramos en el territorio de la ficción, que no radica en la invención absoluta de los hechos, sino en su manipulación, en su acomodo para orientarlas en una dirección determinada.

Y las informaciones seleccionadas -historias de los amigos muertos, recuerdos infantiles, reflexiones sobre obras literarias (algunas de las cuales narran viajes al infierno realizados por personajes como Ulises o Lancelot), citas de creencias antiguas acerca de la muerte, cavilaciones sobre el pensamiento griego, sobre el final de Sócrates o sobre diversos pasajes bíblicos- presentan como tema común y nexo de unión la muerte. Éste es el asunto sobre el que giran las páginas de Las puertas de la noche. En realidad, el lector tiene ante él diversas variaciones sobre una continua meditatio mortis. Incluso aquellos pasajes que parecen alejarse del tema acaban, tras un recorrido circular, desembocando en él, como sucede en las minuciosas y brillantes reflexiones acerca de las despedidas, de lo que se pierde y se conserva (pp. 166-169). La misma configuración del libro se encuentra en esta línea. El autor ha establecido una construcción simétrica entre un prólogo, titulado "A los que van a morir", y un epílogo con el rótulo "A los que van a vivir". Acaso ninguno de ellos era necesario, porque las explicaciones excesivas pueden acorralar al lector y dejarlo sin espacio para reflexionar, y el prólogo deja al descubierto, además, una carga retórica demasiado artificiosa. El peligro de la hinchazón asoma en algún otro momento, como en la evocación de las conversaciones con los maquinistas del arrastrero en que el narrador se embarcó en su juventud. Por lo demás, el libro está escrito con brillantez, aunque la carga reflexiva que lo sostiene pese en ocasiones demasiado y el equilibrio entre relato y ensayo, en general impecable, se rompa. Los aficionados a la novela intelectual encontrarán aquí muchas páginas para meditar y revisar sus pensamientos, gracias también a una prosa cuidada en la que sólo cabe señalar pequeños lunares en concordancias ("uno de esos recuerdos que comparece…", p. 23; "muchos caían presa de la angustia", p. 116; "su único ancla", p. 224) o en alguna impropiedad léxica ("cerúleo", p. 75). Nada que no hubiera podido corregirse con una revisión más atenta y que no disminuye el interés de una obra que trata de sortear las convenciones del género narrativo más tradicional.