Image: Las corrientes oceánicas

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Novela

Las corrientes oceánicas

Félix J. Palma

6 julio, 2006 02:00

Félix J. Palma. Foto: Jaro Muñoz

Premio Luis Berenguer. Algaida. Sevilla, 2006. 335 págs., 19 euros

Las primeras páginas de Las corrientes oceánicas anuncian ya un excelente prosista, plástico e imaginativo. Alberto Ballesta, el narrador homodiegético de esta historia, se encuentra cada vez más distanciado de su mujer, Salomé, y de su hijo, Sergio, que se dispone a participar en una excursión escolar. Todo el planteamiento es de una justeza y de una precisión rigurosas, y también el relato del trágico accidente del autobús y de la desolación resultante, que ahonda todavía más, si cabe, el abismo entre el matrimonio. Lo que sigue a continuación es mucho más convencional, y responde al esquema de ciertas novelas de intriga, con la truculencia añadida del motivo de la secta satánica y de la apócrifa historia de sir Duncan Madox. Al final, cuando ya no queda misterio alguno por resolver y el personaje vuelve a su dolorida soledad y al recuerdo imborrable del hijo muerto, ahora compartido con la esposa, la historia recobra el grave dramatismo esbozado en sus comienzos y ofrece un final que está muy por encima del desarrollo del enigma que ha ocupado buena parte de las páginas anteriores.

Hay, pues, un notable desequilibrio entre la hondura que alcanza en muchos momentos la historia de la relación entre Alberto y Salomé, por una parte, y la trivial novela de misterio que ocupa el centro de la narración, con personajes difuminados y escenarios previsibles. Por otras razones, un desajuste análogo se produce en el estilo. La del autor gaditano es una prosa llena de imágenes y símiles sorprendentes, bien dotada para el gracejo, la caricatura y el humor, y de ello hay infinidad de ejemplos en la novela. El problema es que posee la misma tonalidad cuando narra escenas graves o dramáticas, en las que el gracejo no parece adecuado. Recién descubierto el cadáver de Sergio, la reacción traumática del padre se expresa así: "Tras embadurnar con mi desayuno la hierba salvaje de la cuneta..." (pág. 46). Durante la noche de vela en el Instituto Anató-
mico Forense se ven al otro lado de la calle "ventanas iluminadas, que tanto podían pertenecer a sonámbulos, ladrones u opositores" (pág. 50), y al amanecer los padres de los niños fallecidos son "un puñado de individuos afligidos con el mismo aspecto que yo de haber pasado la noche en un vagón de ganado" (pág. 51). Tampoco es comprensible que, en una situación desesperada del personaje, que ha caído en una perversa trampa sin escapatoria, anote: "Traté de hablar con Dios, incluso, pero me saltó el contestador y me limité a dejar un sucinto mensaje de auxilio" (pág. 301). En estos casos, el ingenio del prosista salta por encima del decorum de esa esperable correspondencia entre los hechos narrados y su formulación lingöística. Una trama bien urdida y una prosa variada y eficaz no siempre se compaginan adecuadamente.

Y cabe anotar lo incomprensible que resulta el hecho de que un escritor de esta envergadura caiga en errores de colegial: "me arrojé encima suya" (p. 124), "me daba lo mismo lo que andara haciendo" (p. 257), "que alguien se dignase a recoger su guante" (p. 276), "lo suficiente lejos del cubil" (p. 109), "como si se tratasen de las cartas de algún amante" (p. 65), "este ansia desconocida" (p. 332). También hay usos léxicos impropios, como "apacentar" por "apaciguar" (pp. 232, 303), "dintel" por "umbral" (p. 303), "evaluar" por "analizar, calcular" (pp.149, 151) y formas como "volatizaba" (p. 289), "pasta dentrífica" (p. 259) o "rotundez" (p. 74). Una revisión detenida podría haber mejorado el texto.