Image: El Cervantes de los primeros lectores

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Infantil y juvenil

El Cervantes de los primeros lectores

Maite Carranza recoge este viernes el Premio Cervantes Chico de literatura infantil y juvenil, que entrega el Ayuntamiento de Alcalá de Henares.

17 octubre, 2014 02:00

Maite Carranza

Casi treinta años de carrera y alrededor de cuarenta títulos en la calle. "Toda una vida", dice, al teléfono desde su casa de Barcelona, la escritora Maite Carranza. Por eso, por toda su carrera, el Ayuntamiento de Alcalá de Henares le entregará este viernes el Premio Cervantes Chico de literatura infantil y juvenil. La trilogía La guerra de las brujas, Mauro ojos brillantes, ¿Quieres ser el novio de mi hermana?, ¡Frena, Cándida frena! o Palabras envenenadas son algunos de los libros más exitosos -más vendidos, más traducidos- de esta escritora que un día, "de forma puramente casual", eligió escribir para los primeros lectores. "Yo empecé con relatos para adultos. Ni siquiera era lectora de literatura juvenil, pero poco a poco me fui decantando por esta literatura, que me daba la posibilidad de escribir historias más humorísticas e irónicas, con un tono fresco y desenfadado. Después ocurrió que estos relatos eran más valorados, comenzaron a llegarme encargos y peticiones, así que seguí".

El jurado ha decidido por unanimidad escribir su nombre junto al de Gloria Fuertes, Concha López, Joan Manuel Gisbert, Elvira Lindo, Santiago García-Clairac, Marinella Terzi, Alfredo Gómez Cerdá, Fernando Lalana, Laura Gallego y Jordi Sierra i Fabra. Y ella quiere que este premio sea, de algún modo, la reivindicación de una literatura que cumple la importante función de iniciar en los libros. ¿Fueron así los inicios lectores de Maite Carranza? "¡Qué va! Cuando yo era niña no existían líneas divisorias. A los catorce años leía a Tolstoi, a Dostoievski y a Flaubert. Pero también creo que era extrañamente madura". El lector que tiene en mente Carranza cuando escribe suele ser alguien de menos de dieciséis o diecisiete años, puesto que a partir de esa edad, dice, "se puede dar el salto a la literatura general". "No es una cuestión de comprensión lectora, sino de madurez y de soltura con el léxico, algo que suele adquirirse a partir de los diecisiete años". Carranza no cree que los niños lean hoy menos que antes. La cuestión estaría en saber cuándo, a partir de qué edad conviene rebajar la densidad de las lecturas a cambio de ampliarlas. "Tradicionalmente, no se daban a leer libros completos en las escuelas. Ahora, en cambio, los profesores (no todos, dice, hay mil métodos en esto) facilitan la lectura, y los niños llegan a leer hasta cuatro o cinco libros completos al año porque les obligan en la escuela".

Los libros de Maite Carranza demuestran que en literatura juvenil no existen, en principio, temas prohibidos. De hecho, uno de sus libros más reconocidos -Palabras envenenadas, Edebé- con el que ganó en 2011 con el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, trataba el espinoso tema del maltrato. Para adaptar semejante temática al público de sus libros, Carranza hubo de "hacer ameno" un relato de intenciones profundas, con carga psicológica, la historia de alguien que, a través de la manipulación, perdía la capacidad de decidir sobre su vida. Lo hizo con el cascarón de un thriller. Porque la clave está, afirma, en la forma: "Cuando hablo con los chavales, veo que entienden mucho más de lo que creemos. Son capaces de comprender el dolor derivado del miedo o el Síndrome de Estocolmo, así que mi mayor reflexión previa siempre tiene que ver con la estructura".

La novela juvenil perfecta en primer lugar ha de tener, opina Carranza, un conflicto cercano. "Funcionan las relaciones generacionales, el descubrimiento del mundo, la aventura, la amistad, la familia, su mundo inmediato", enumera. Además, la historia ha de tener "mucha emoción, personajes, complejidad y en la superficie una buena dosis de agilidad narrativa que no merme la calidad literaria". Para esto último, la escritora se sirve de su experiencia como guionista (su último trabajo: colaboró en la segunda temporada de Isabel). La televisión hace que se haya acostumbrado a seguir una serie de normas narrativas, y le da, además, el equilibrio imposible de la literatura: "Encuentro una armonía entre ambos mundos. Me encanta escribir guiones, sobre todo porque formas parte de un proyecto común. En cambio la literatura es una actividad tan solitaria... cuando pasó más de seis meses encerrada, necesito el ruido del trabajo en equipo".