José Echegaray, retratado por Sorolla

Fundación Juanelo Turriano. Madrid, 2016. 345 páginas, 35€

A los cien años de la muerte de José Echegaray (1832-1916), la mayoría de los españoles probablemente poco sepan de él más que recibió el premio Nobel de Literatura en 1904, que sus dramas dejaron de representarse hace mucho tiempo, y que los jóvenes escritores de la época firmaron un manifiesto en contra de la celebración de dicho galardón. Sin embargo, y al margen de que sus obras tuviesen un éxito extraordinario de público y de que parte de la opinión crítica de finales del siglo XIX apreciara aspectos de su teatro, la importancia de Echegaray en la modernización de la sociedad española contemporánea parece indiscutible.



Esto se deduce del presente libro de José Manuel Sánchez Ron (Madrid, 1949), conmemorativo del centenario, cuidadosamente editado con interesantes anexos e ilustraciones. Echegaray fue ingeniero de Caminos, político librecambista, partícipe en la revolución de 1868, dos veces ministro de Fomento, y otras dos de Hacienda en el ulterior sexenio democrático.



Algunas de las propuestas que defendió entonces, como la apertura económica de España al exterior y la libertad de creación de sociedades mercantiles, se revelaron acertadas, y otra de ellas -la concesión del monopolio de emisión de billetes al Banco de España-, si bien más discutida, estuvo fundamentada por la necesidad de conseguir un crédito extraordinario al Tesoro Público, cuando este se encontraba a punto de declararse en suspensión internacional de pagos. Por otra parte, la centralización de la emisión en un banco único era ya experiencia común en Europa. Una vez más sería Echegaray ministro de Hacienda en 1905, cuando habló del "santo temor al déficit", en contra de dicha práctica presupuestaria y del crecimiento de la deuda pública, habituales en nuestra historia financiera.



Sánchez Ron es historiador de la Ciencia, y a este aspecto dedica lógicamente la mayor parte de su libro sobre Echegaray. En sus páginas se repasa su severa formación intelectual, sus primeros trabajos en ferrocarriles, y su temprana pasión por el estudio de la Física matemática. El enfoque de Sánchez Ron dista de ser hagiográfico; por el contrario, su perspectiva es crítica, y ello reviste de más interés la valoración del personaje: Echegaray no fue un investigador original en Matemáticas ni en Física, pero contribuyó a introducir en nuestro país muchas de las aportaciones más importantes que de aquellas materias se hicieron en Europa, especialmente en Francia, a lo largo de medio siglo.



En su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias, en 1865, Echegaray negó que, desde la Edad Media, hubiese nada en España que pudiese llamarse ciencia matemática, lo cual suscitó una previsible y encendida polémica. Sánchez Ron cree que, además de resultar injusto, Echegaray incurrió entonces en errores y pobreza de datos. Sin embargo, un cualificado comentarista como el matemático Julio Rey Pastor atribuye tales defectos a una "época propicia para la vehemencia política" y afirmó que, en España, "para la Matemática, el siglo XIX comienza en 1865 y comienza con Echegaray". Y Santiago Ramón y Cajal lo definiría "incuestionablemente el cerebro más fino y exquisitamente organizado de la España del siglo XIX".



Sánchez Ron subraya cómo Echegaray, además de dedicarse entonces a la acción política, empezó una rigurosa labor de difusor de las Matemáticas modernas con la publicación de Introducción a la geometría Superior (1867) y Memoria de la teoría de los determinantes (1868), así como publicaciones sobre Física. Para Sánchez Ron resulta admirable su capacidad por compaginar la vocación científica con otros intereses. Y aunque desde 1874 fuera un celebrado dramaturgo, continuó hasta bien entrado el siglo XX dando a la imprenta numerosos escritos sobre cuestiones matemáticas y técnicas. Desde el año 1905 dictó, durante nueve años, un curso de Física matemática en la Universidad.



No deben omitirse sus formidables discursos parlamentarios, ayudado por su dominio del lenguaje y su estilo claro y eficaz, también patente en su extensa tarea periodística de divulgación. José Echegaray no llegó a traspasar la física racional y el electromagnetismo; no se introdujo en el relativismo ni en la física cuántica, pero cumplió brillantemente su función histórica de eslabón con una nueva generación científica.