Ensayo

Los tónicos de la voluntad

Santiago Ramón y Cajal

23 marzo, 2006 01:00

Santiago Ramón y Cajal

Gadir. Madrid, 2005. 373 páginas, 19 euros

El centenario de la concesión del premio Nobel de Medicina o Fisiología, compartido con Golgi, a Ramón y Cajal ha provocado la multiplicación de actividades y ediciones en torno a la figura y la obra del más insigne científico español de todos los tiempos. Así, J. Fernández Santarén acaba de recuperar Recuerdos de mi vida (Crítica /F. Iberdrola), "fundamental por lo que nos enseña de los sinsabores por los que tuvo que pasar hasta llegar a su condición de maestro", y "una lección en el terreno de la ética". Publicado en su versión definitiva en 1923, coincidiendo con su jubilación como catedrático de Madrid, ha visto sucesivas reimpresiones, la última en 1995 de la mano de Alianza. Quienes no lo conozcan descubrirán aquí la brillantez de la prosa, la precisión de sus escritos científicos, su inteligencia, lucidez y sentido del humor.

Invito con gusto a leer o releer este libro como preludio, podría ser, de una conmemoración: el centenario que este año se cumple de la concesión del premio Nobel a su autor. Sé que la Real Academia de las Ciencias, la primera que le abrió las puertas, desea celebrar con algún acto este acontecimiento, y ello enlaza con el objeto de esta reseña.

Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), en efecto, ingresó en nuestra Academia en 1987 con un discurso sobre Reglas y Consejos sobre la investigación biológica del cual es amplificación el libro bajo comentario. En él se habla ya de investigación científica en general, no sólo la biológica, porque toda investigación presenta problemas parecidos, pero no es de extrañar tampoco que la mayor parte de los ejemplos y de las experiencias en que se apoya los extraiga el autor de su propio campo de trabajo.

¿Qué nos dice hoy el contenido de su obra? No vale caer enun sofisma de tiempo: fue escrita en un momento determinado y para aquellas circunstancias, las cuales han cambiado a lo largo de más de una centuria. El autor mismo, a medida que se sucedían las ediciones, iba adoptando puntos de vista distintos de los que en un principio aportaba. No sé qué diríamos ahora, por ejemplo, de sus consejos sobre dónde conviene al investigador buscar esposa dentro de una clasificación de las mujeres que él hace. Lo mismo ocurre con las normas sobre presentación de resultados y de su publicación, que descienden a detalles que hoy son el abc de cualquier investigación. O de una política de pensiones, viajes, invitaciones a extranjeros, etc. Leyendo muchas de estas cosas puede uno darse cuenta de cómo ha cambiado el panorama.

Sí, pero, dejando lo que hay de circunstancial y aplicable al tiempo en que fue escrito, el núcleo del libro nos regala un buen abanico de ideas y de pauta todavía válidas o que deberían serlo. Parte Cajal de una situación de profundo desaliento nacional y quiere proporcionar soluciones con una serie de remedios morales, sacar al país de su postración mediante una renovación pedagógica, la creación de ciencia original... Para ello hay que robustecer la voluntad: a ella, más que a la inteligencia, se enderezan los consejos porque tiene "la convicción de que aquélla es tan educable como ésta y creemos que toda obra grande, en arte como en ciencia, es el resultado de una gran pasión puesta al servicio de una grnaidea". Las empresas científicas exigen, más que vigor intelectual, disciplina severa de la voluntad; el trabajo y la paciencia, más que el genio, están detrás de muchas grandes conquistas científicas.

Lejos de ellas se alinean los que llama "enfermos de la voluntad": los contempladores o diletantes; los simplemente eruditos; los megalófilos que atacan infructuosamente grandes problemas en vez de empezar modestamente por los pequeños; los organófilos o fetichistas de sus instrumentos de trabajos; los descentrados, repartidos entre función retribuida y actividad libre, y finalmente los teorizantes para quieres lo esencial es la estética de la concepción, no la realidad del resultado. Cómo no reconocer todavía cada uno de estos retratos.

Para el auténtico cultivador de la investigación el dibujo es otro: independencia mental, curiosidad intelectual, perseverancia en el trabajo, amor a la gloria y patriotismo. Su patriotismo no es pasión negativa que excluya la emoción de lo universal y humano, dice uno de sus colegas extranjeros, sino interés por lo propio junto con atención por lo ajeno: porque la ciencia no tiene patria pero los sabios sí. El ideal de Cajal se centraba así en "aumentar el caudal de ideas españolas circulantes por el mundo, granjeando respeto y simpatía para nuestra ciencia". Ese entusiasmo que él ponía viene acompañado de otras virtudes a veces disimuladas o quizá tenidas por elementales y que ahora, que con tanta frecuencia se pierden las formas, resaltan como un modelo de señorío: la sencillez, incluso humildad, con que habla de sus logros, su respeto hacia ideas que no comparte, la cortesía y elegancia, compatibles con la firmeza, en la exposición y oposición de sus razones,
personalidad la suya de la que esta lectura, un placer del espíritu, es un claro exponente.