Image: La canción de Roldán

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Ensayo

La canción de Roldán

Fernando Sánchez Dragó

27 marzo, 2015 01:00

Fernando Sánchez Dragó y Luis Roldán. Foto: Anrtonio Heredia

Planeta. Barcelona, 2015. 632 páginas. 21€ Ebook: 10'99€

Uno de los rasgos de Fernando Sánchez-Dragó (Madrid, 1936) es que su locuacidad le lleva, sin que haya que esperar mucho, a que lo cuente todo o casi todo. A su manera, claro. En este caso solo hay que esperar a la página 35 para ver todas las cartas boca arriba: el editor habitual de Dragó le cita y le tienta con el tipo de ofrecimiento que un escritor no puede rechazar. "Tenemos una bomba entre las manos (...) Un figurón de la España corrupta está dispuesto a cantar de plano". Es verdad lo del figurón, nada menos que Luis Roldán (Zaragoza, 1943), exdirector de la Guardia Civil y uno de los personajes más característicos de la corrupción de la etapa felipista. Lo de cantar de plano es ya harina de otro costal, pero eso quedará a juicio del lector y solo al final de las más de seiscientas páginas del texto.

Lo más normal en estos casos es que el sujeto en cuestión se despache con su versión -sus "memorias"- pero Roldán no quiere ser el autor del libro y propone el nombre de Dragó para la operación. Este se resiste arguyendo que esa clase de obra no es su género ni su estilo, pero termina aceptando no tanto -sugiere- por los argumentos del editor como por la concatenación de azares o "avisos" que le llevan a apropiarse del dictamen de Javier Cercas en Anatomía de un instante: a veces no es el escritor el que elige su tema sino el tema "quien lo está buscando a él". Una sucesión de casualidades (en París, Laos y el Teatro de los Gatos de Moscú) inclinan la balanza a favor de la aceptación, con solo una condición básica: Dragó admite el encargo pero escribirá una novela. "Una novela de no ficción", recalca y así, literalmente, aparece en la portada del volumen.

Esto último (¿un oxímoron..., o no?) conduce de modo inevitable a una breve reflexión sobre las fronteras de los géneros. La mención a Cercas no es casual, como no lo sería tampoco aludir a su última obra (El impostor) o citar al último Muñoz Molina (Como la sombra que se va). ¿Cómo encuadrar lo que ha escrito Dragó? Su propio énfasis en calificarlo como novela delata lo controvertible del empeño. No hay aquí personajes de ficción y sí un loable ánimo de recuperar la verdad histórica, con todo lujo de detalles por cierto. La referencia inevitable sería pues A sangre fría de Truman Capote. Dragó la cita en varias ocasiones, junto con Limónov de Emmanuel Carrère, El cero y el infinito de Arthur Koestler y hasta Crimen y castigo de Dostoievski, que presta su subtítulo al libro. Para bien y para mal Dragó se pone el listón bien alto. En esta hibridación de géneros que representa La canción de Roldán, si hay invención es, en todo caso, para rellenar lagunas que, de otro modo, quedarían simplemente como espacios en blanco. Otra cosa muy distinta es que el ego de Sanchez-Dragó se expanda incontenible a lo largo de las páginas, hasta el punto de desdibujar al propio Roldán.

Consciente del reto que ha asumido, Dragó reconoce que el valor de su obra no se podrá medir por revelaciones inéditas ni aportaciones documentales (con excepción del diario de Roldán en la cárcel de Brieva, de escasa relevancia más allá del testimonio personal). Pese a que el autor, con ayuda de Javier Redondo Jordán y Anna Grau, ha intentado entrevistar a los principales protagonistas de los acontecimientos y recopilar todo el material disponible, su libro no se inscribe en la órbita del periodismo de investigación como el que realizaron en su día Antonio Rubio y Manuel Cerdán. Dragó ha escrito una obra muy personal que disecciona la figura de Roldán pero que trasciende al hombre concreto y se convierte en una reflexión sobre una cierta banalidad del mal (en este caso un mal con minúscula comparado con el Holocausto: la corrupción) en una España de mezquinos, impostores y aprovechados. Él mantiene, con su énfasis habitual, que es la España de siempre, la de la picaresca, porque este país no tiene arreglo. Por eso dice también que "Roldán somos todos". O que todos pudimos llegar a serlo si hubiéramos estado en su situación, lo cual es ciertamente discutible. Menos cuestionable podría ser su conclusión última sobre Roldán como chivo expiatorio, en la medida en que otros a su lado cometieron iguales o mayores tropelías con muchísimo menor coste. En todo caso, si eso y la expiación de sus desmanes redime al personaje, como Dragó pretende, es algo que el lector habrá de juzgar por su cuenta.