Image: Las horas solitarias

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Ensayo

Las horas solitarias

Pío Baroja

2 marzo, 2012 01:00

Último retrato de Pío Baroja (Vázquez Díaz, 1956)

Ediciones 98, 2011. 368 páginas. 19,95 euros

Parece oportuna esta reedición de Las horas solitarias, aun cuando los lectores de don Pío disponen de este libro en la todavía no lejana edición de las Obras Completas de Galaxia Gutenberg. Libros como éste, no obstante, tienden a desdibujarse cuando se presentan en bloque, tentando al lector a pasar sin solución de continuidad de unos a otros, en la seguridad de que no saldrá de lo que parece un largo y caprichoso monólogo sostenido a lo largo de decenios, y singularizado por un tono y un estilo (o no-estilo) inconfundibles.

Sin embargo, resulta oportuno que libros como éste lleguen al lector de hoy en edición exenta: destaca así el carácter de cada uno. Y si algo le sobra a estas Horas solitarias es eso: carácter. Baroja parece más barojiano que nunca en esta colección de ¿artículos? ¿ensayos? ¿entradas de diario? Y lo es porque, con su desgaire característico, consigue armar un libro que ningún otro autor español, de entonces o de hoy, hubiera logrado armar con semejantes mimbres.

Publicado originalmente en 1917, cuando aún coleaba la Gran Guerra europea, Baroja se erige desde estas páginas en testigo de una actualidad que, pese a la gravedad de los acontecimientos del momento, él prefiere abordar desde la perspectiva de un hombre absorto en las aparentes menudencias de la vida cotidiana. Llamar a esto "actualidad", como hace Baroja en el prólogo de este libro, resulta, sin duda, un atrevimiento. Pero el caso es que la "actualidad", el trasiego característico de la frontera en tiempo de guerra -la mayor parte está escrita en Itzea, la casa vasca de Baroja, cerca de la raya de Francia-, llega a enseñorearse de estas páginas, y a convertirlas en anticipo de La selva oscura, la gran trilogía sobre la vida de frontera durante la I Guerra Mundial que el vasco publicó ya en tiempos de la República.

Efectivamente, tanto en el dietario -llamémoslo así- de 1917 como en esas novelas tardías encontramos el mismo escenario y el mismo pulular de gentes abigarradas -desertores, arribistas enriquecidos, contrabandistas-, en contraste con un entorno tradicional en franca descomposición. Sólo que en Las horas solitarias Baroja se abandona a un tono de confidencia que, aunque el lector advierta pronto lo que tiene de juego de ocultación -porque si algo no hace jamás Baroja es hablarnos de su intimidad-, logra transmitir con singular eficacia su visión de un mundo donde "pronto no habrá más que postes de telégrafo", donde se produce una cierta relajación de costumbres -y aquí aflora la soterrada pudibundez de Baroja- sin que esto vaya acompañado de una mejor sociabilidad o una mayor cultura.

La estructura del libro la aporta el mero sucederse de las estaciones; y, también, el peculiar método compositivo de Baroja, su modo de "enjaretar" -palabra típicamente suya- textos sin aparente conexión, pero traídos a colación por la marcha del discurso. Nada tan característicamente barojiano como su manera de presentar, por ejemplo, una serie de recensiones de lecturas -de Haeckel, Feuerbach, Bergson y un vapuleado Menéndez y Pelayo- como resultado de una forzada reclusión causada por las lluvias primaverales. Trampas, si se quiere, de autor que planificaba cuidadosamente la oportunidad y posible rentabilidad de sus libros, y que no desaprovechaba página alguna con la que engordarlos. Pero, también, recursos de quien tenía el don de infundir una modulación propia, personalísima e inconfundible, a cuanto escribía.

Por eso, y no por otros motivos espurios, este libro de "actualidad" sigue vivo casi cien años después.