Image: Ni Mussolini ni Franco. La dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

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Ensayo

Ni Mussolini ni Franco. La dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

Ramón Tamames

14 febrero, 2008 01:00

El general Primo de Rivera despacha con Alfonso XIII en 1923. Foto: Archivo

Planeta, 2008. 350 pp, 23 e.

Uno de los rasgos más acusados del actual panorama bibliográfico español es que la Historia ha abandonado la jerga de los especialistas, y los temas abstrusos, para salir a la búsqueda de un público cada día más numeroso. Se trata, además, de un fenómeno que exige capacidad de comunicación del autor, algo que no está al alcance de todos los historiadores.

Ramón Tamames (1933, Madrid) la tiene sin duda. A su veterana Estructura económica de España, que está a punto de cumplir medio siglo y ha sido fuente de información para varias generaciones de españoles, ha sumado docenas de títulos que son reflejo de inquietudes intelectuales muy variadas. Pese a su preparación inicial de economista, irrumpió en 1973 en el campo de la historia más reciente con un manual sobre la República y la era de Franco, en una colección de Historia que coordinaba Miguel Artola. Se trataba de una iniciativa editorial que pretendía ser renovadora, aunque los resultados fueran muy desiguales.

Ahora comparece con un estudio pormenorizado de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) . No se trata de un tema nuevo en su producción literaria porque había sido objeto de su atención en muchos pasajes de su Estructura económica y en su libro Una idea de España (1985). En el 2004 ofreció, además, una valoración comprensiva de la obra del dictador, en una de las entregas de una colección que buscaba enfrentar, en un mismo volumen, la visión de dos historiadores sobre algunos de los personajes más relevantes del pasado español reciente.

El periodo de la Dictadura es, desde luego, el peor conocido de los regímenes españoles del siglo XX y, con muy honrosas excepciones (González Calbet, Gómez Navarro, Ben-Ami), ha recibido relativamente poca atención de los historiadores, que han volcado su atención en los periodos inmediatamente anterior y posterior. Especialmente, en el de la guerra civil. También la segunda República, que hoy es presentada desde las instancias oficiales como el precedente del actual sistema democrático existente en España, atrae en mayor medida el interés de los historiadores, pese a que no fueron excesivas las reformas estructurales que introdujo en la vida española.

La dictadura de Primo de Rivera, por el contrario, se ha resuelto habitualmente con el debate sobre la responsabilidad de Alfonso XIII en el golpe de Estado -que a Tamames le parece indudable- y los éxitos iniciales en materia de orden público y en la resolución de la prolongada guerra que España sostenía en Marruecos. El desembarco de Alhucemas (1925) marcó el punto de mayor éxito del régimen dictatorial. Pero Primo hizo además grandes cambios en la estructura económica y en la sociedad española, que se modernizó de una manera muy notable. La preparación de economista del autor se hace patente en los capítulos centrales del libro, en los que se analiza las políticas económicas del Estado corporativista, así como los logros obtenidos en el capítulo de las infraestructuras y los monopolios públicos.

La conclusión queda ya adelantada desde el título. Ni Primo de Rivera fue el Mussolini de Alfonso XIII -pese a lo que el propio Rey comentara a Italo Balbo- ni su régimen puede reducirse a un simple precedente de la dictadura franquista, pese a que Franco tuviese muy en cuenta la experiencia de Primo a la hora de consolidar su régimen. El dictador español nunca tuvo la voluntad de aferrarse el poder que demostró el italiano ni trató de organizar un Estado represivo como el que se estableció en España a partir de julio de 1936. Una tesis no demasiado original pero expuesta con brillantez y con un excelente manejo de la bibliografía del periodo.

Los descuidos de la edición (Brenan es convertido en heraldo de no se sabe qué) perjudican la presentación de una obra que, no por buscar al gran público, tiene que renunciar a la excelencia formal.