Ensayo

Dibujando la tormenta. Faulkner, Borges, Stendhal...

Pedro Sorela

26 octubre, 2006 02:00

Alianza. Madrid, 2006. 470 páginas, 18 euros

"Poco han ganado nunca los estudiosos asiduos, salvo una ruin autoridad emanada de los libros de otros". Pedro Sorela recuerda esta sentencia de Shakespeare en el capítulo que le dedica al dramaturgo inglés en la presente obra, "lo cual deja pensando sobre el valor de trabajos como éste", apostilla melancólicamente en nota al pie. Que el asunto preocupa al escritor hispano-colombiano nos lo acredita que también, al centrarse en Stendhal, rescate una carta suya a Balzac en donde se manifiesta que la gran venganza del creador sobre el crítico viene de mano de la muerte: "¿Quién hablará de Villèle en cien años?". De hecho, Sorela presenta Dibujando la tormenta, título metafóricamente turbio que se ilumina con la enumeración de los cinco "inventores de la escritura moderna" (Faulkner, Borges, Stendhal, Shakespeare, Saint-Exupéry), glosados en sus páginas, como un proyecto iconoclasta y en gran medida anti-académico. Lo fundamenta es su gusto personal y no se preocupa ni siquiera del orden en que aparecen sus capítulos. Se invoca como última ratio el placer de la lectura, pero se reivindica a la vez que la literatura no es solo texto y que la vida de los escritores también es pertinente para la adhesión de sus lectores. Se protesta por el secuestro a que los grandes literatos son sometidos por los especialistas, pero paradójicamente Sorela responde a este estado de cosas escribiendo otro libro más que, a su vez, reconoce, al final de cada una de sus cinco partes, una escueta bibliografía de apoyo con algunos estudios, generalmente biográficos, sobre los escritores seleccionados.

Adelanto que en lo paradójico de Dibujando la tormenta reside parte de su atractivo e indudable valor. Porque Sorela confiesa que decidió escribirla cuando detectó entre los alumnos de redacción en la Universidad de Madrid un total desconocimiento de Stendhal. El desconcierto que tal noticia le produjo avivó en él la percepción de la "ignorancia masiva creada por el humor bárbaro (y cómplice) de la posmodernidad". Paradójicamente otra vez, el lugar que Sorela ha preparado es un texto de casi medio millar de páginas. Y para ello no se le caen los anillos en adoptar una postura adámica: comenzar hablando de los escritores que más le gustan para resumir sus vidas con la misma facundia narrativa que apreciamos en sus propias novelas, por ejemplo en Ya verás.

Sobre esta predominante atención biográfica no dejan de proyectarse algunos argumentos más abiertamente críticos. A Sorela le seduce especialmente un doble logro. Por una parte, lo que aquel lema husserliano resumía en la frase "a las cosas mismas", es decir, la búsqueda de lo esencial humano; y el manejo de un idioma terso como el que Coleridge demandaba a la poesía: las mejores palabras en el orden mejor. Todo ello lo encuentra cumplidamente en los cuatro primeros autores por él glosados. En cuanto a su especialmente admirado Saint-Exupéry, además de lo dicho está "la indisoluble fusión en él entre escritura y acción" (pág. 447). Algo de ese maridaje hay en Dibujando la tormenta: su autor quiere actuar contra la banalización posmoderna de lo literario invocando cinco modelos de fortaleza creativa, y lo hace mediante una escritura apasionada, brillante, a veces reiterativa. En el fragor del envite se deslizan algunos errores, como cuando en la pág. 170 se atribuye a un personaje que no lo es tal sino una batalla (Agincourt) la expresión "we happy few", que corresponde a la hermosísima arenga del día de San Crispín puesta en boca del rey Harry por Shakespeare en Henry V.