Image: Moteros tranquilos, toros salvajes

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Ensayo

Moteros tranquilos, toros salvajes

Peter Biskind

1 abril, 2004 02:00

Cartel de Easy Rider

Trad. Daniel Najmías. Anagrama. Barcelona, 2004. 671 páginas, 25 euros

Casi cuesta aceptar que películas como Tiburón o El exorcista sean ya historia. Pero lo que sorprende de este libro es la cantidad de razones que aduce a favor de una clara solución de continuidad entre el periodo en el que se produjeron estas películas y el presente.

Como se dice en el prólogo, entre Bonnie and Clyde (1967) y La puerta del cielo (1980) el cine americano experimentó un amago de revolución, en el que influyeron el relevo generacional, la asunción de los postulados de autoría que venían de las cinematografías europeas y la crisis del viejo sistema de estudios.

Fue, como todas, una revolución fallida. Tras unas pocas películas rompedoras, extrañas, personales (lo fue Bonnie and Clyde, lo sigue siendo Easy Rider), los directores de la nueva generación, respaldados ya por el aval de sus éxitos iniciales, se ganaron la confianza de las productoras y gozaron de una independencia y un poder sin precedentes, lo que les llevó a una situación de anquilosamiento similar a la que había conocido el viejo sistema de estudios. Tras unos pocos éxitos -El padrino I y II, Apocalypse Now, Malas calles, Taxi Driver, El exorcista, etc.- el capricho, la autocomplacencia y el despilfarro hicieron que algunas carreras -las de Coppola y Cimino, por ejemplo- descarrilaran, que ciertas burbujas -Bogdanovich- estallasen, y que los más espabilados (Spielberg) diesen con la fórmula de un nuevo cine comercial con firmes fundamentos empresariales y escasa exigencia artística. En cualquier caso, el periodo estudiado fue, en palabras del autor, "la última época en que hacer cine en Hollywood fue realmente emocionante".

El acierto de este libro reside en saber historiar con rigor el cine de ese periodo y, a la vez, ofrecer una cáustica y nostálgica crónica de las vidas de sus protagonistas, convertidos en representantes desmesurados (y un tanto impresentables, quizá) de los tópicos e ilusiones que animaron a sus coetáneos en buena parte del mundo desarrollado. Claro que no todos estos hippies con avión particular y chalés en Beverly Hills pudieron contarlo. De los supervivientes, pocos fueron los que no tuvieron que pasar por diversos tratamientos de desintoxicación y, en lo artístico, por no menos devastadoras curas de humildad. Menos duraron los propósitos renovadores, definitivamente arrumbados por éxitos comerciales como Tiburón y desastres empresariales como el de Las puertas del cielo. Tal es el melancólico balance de aquella efervescencia. Y quizá el mayor acierto del autor de este libro sea haber sido capaz de sugerir que esta historia particular, referida al cine, bien puede aplicarse a la generalidad de una época, de una generación. Y el caso es que lo sabían: tras los fantasmas familiares de El padrino y El exorcista se enmascaraban la familia Manson, el Watergate, Reagan y Bush.