Image: Douglas Sirk por Douglas Sirk

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Ensayo

Douglas Sirk por Douglas Sirk

Jon Halliday

19 diciembre, 2002 01:00

Douglas Sirk

Traducción de Jos Oliver. Paidós, 2002. 268 páginas, 16’50 euros

Hasta no hace mucho, el alemán Detlef Sierk (más conocido, tras su paso por la industria cinematográfica norteamericana, como Douglas Sirk) era considerado un aplicado realizador de melodramas excesivos, más o menos condenados a envejecer según el gusto del público iba siendo moldeado por nuevas generaciones de cineastas.

De que no haya sido así son responsables, sin embargo, el fervor que han seguido despertando películas como Escrito en el viento o Imitación a la vida y el que algunos entendidos hayan sabido ver el alto grado de exigencia artística con que está realizada buena parte de la obra de este director. En el libro que nos ocupa, Jon Halliday deja que sea un Douglas Sirk ya anciano y algo olvidadizo quien desarrolle algunos aspectos de su carrera y se explaye a voluntad sobre las circunstancias que la rodearon. El resultado, este Douglas Sirk por Douglas Sirk, viene a ser el cumplido autorretrato de un intelectual alemán de entreguerras que comenzó su carrera como director de teatro y, llegado el momento, creyó encontrar en la poderosa industria cinematográfica alemana de su tiempo un refugio contra las crecientes presiones del poder nazi. En cuanto comprendió lo erróneo de este cálculo, Sirk abandonó Alemania y, tras un periodo improductivo, inició la desigual carrera americana por la que es conocido internacionalmente.

A lo largo de este libro-entrevista, Douglas Sirk ahonda en la eventual distancia entre sus planteamientos artísticos y los resultados, siempre condicionados por el sistema de producción hollywoodiense. Más que lamento, de sus palabras se desprende una aceptación lúcida de las realidades de la industria y una serena indagación en las posibilidades que ésta brinda al creador consciente. En algún momento, Sirk equipara el melodrama cinematográfico con la tragedia griega, cuya subsistencia dependía también del favor de un público voluble. Como Eurípides, Sirk acepta esta realidad de partida y utiliza sabiamente los recursos inherentes al medio artístico en el que ha de moverse: en su caso, los suntuosos movimientos de cámara, la fotografía llevada al máximo de expresividad, la certera dosificación de las historias... Recursos con los que logra que historias tan disparatadas como la que cuenta Obsesión lleguen a ser películas de primera magnitud.

Halliday sabe gobernar su libro para dar la impresión de que es el propio Sirk quien monologa sobre sus logros y frustraciones como creador. Y quien, en último término, amplía su desengaño, fuente última del dolor que traslucen sus historias, al tiempo que le tocó vivir.