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Ensayo

El hombre práctico

Francisco Gutiérrez de los Ríos

22 noviembre, 2000 01:00

El conde fue un buen reflejo, entre sombrío, pintoresco y mazorral, de la España de Carlos II. En el inventario de bienes de su testamentaría figuran, en absoluta equivalencia, las obras de Góngora y veintidós chorizos e

Edición de Jesús Pérez Magallón y Russell P. Sebold. Córdoba, Cajasur, 2000. 323 páginas

Francisco Gutiérrez de los Ríos ha de ser reconocido como un antepasado ideológico de Feijoo y un "heraldo de la Ilustración", por haber adoptado la actitud de curiosidad y reflexión sin exigencias eruditas que conduce al género
que llamamos "ensayo"

Gutiérrez de los Ríos, tercer conde de Fernán Núñez (1644-1721), es uno de esos personajes de transición entre los siglos XVII y XVIII a los que se llama "novatores" por haber representado el primer atisbo de la Ilustración dieciochesca. Nacido en Córdoba y antepasado del sexto de su título, el más conocido autor de la Vida de Carlos III, D. Francisco fue un noble culto y letrado, coleccionista de arte y antigöedades y antítesis del aristócrata envanecido de su alcurnia y dilapidador de sus rentas: se ocupó, muy al contrario, de mejorar el cultivo y la productividad de sus tierras, estableció manufacturas en sus dominios importando técnicos extranjeros, y hasta puso en práctica actividades asistenciales en beneficio de sus colonos y vasallos.

Un anticipo del buen señor que, a fines del XVIII, delinearon Cadalso (en la Carta marrueca 69) e Ignacio García Malo (en la novela El bénefico Eduardo), y lo opuesto al noble indigno de sus prerrogativas y su rango al que retrató Jovellanos en la segunda Sátira a Arnesto, responsabilizándolo del descrédito de su clase y de las veleidades igualitarias y democráticas a que pudiera dar lugar. No por todo eso deja de ser el conde, en ocasiones, un buen reflejo, entre sombrío, pintoresco y mazorral, de la España de Carlos II. En el inventario de bienes de su testamentaría figuran, en absoluta equivalencia, las obras de Góngora y veintidós chorizos extremeños, y sabemos que prefería éstos a aquéllas. Por otra parte, sus reflexiones sobre el matrimonio, en el discurso 56, empiezan planteando los tres tipos de vínculo que la Historia ofrece: la poligamia, la monogamia con posibilidad de repudio de la mujer -opción de los "sapientísimos griegos y romanos"- y la monogamia estricta; materia sería de largo debate -nos dice, no sin ironía-, "si no estuviese esto decidido por nuestra sagrada religión".

El matrimonio debe procurar honor, ventajas sociales y tranquilidad de espíritu, junto a la "blanda y amigable compañía de la mujer", para lo cual ha de estar fundado en la "derecha y desapasionada razón", y ser ajeno a lo que puede inducir a una mala elección de pareja: el interés y el amor. En lo referente al halago de los sentidos, basta que la mujer no sea monstruosa. Es evidente que el conde no fue, en el terreno de la ética matrimonial, un pionero de la sensibilidad dieciochesca que desestimaba el rango y la conveniencia de familia y linaje en beneficio de la virtud y el sentimiento; pero en otros ámbitos sí puede ser considerado, como señalan los editores, un hombre de ideas avanzadas, y un precursor de la incorporación de España a la modernidad, en ese Hombre práctico terminado en 1680 y publicado seis años después en Sevilla, aunque con las iniciales de autor incompletas y con el falso pie de imprenta de Bruselas que la cautela recomendaba ante la posible heterodoxia de algunos de sus contenidos. La mayor libertad de pensar que trajo el reinado de Carlos III hizo posibles las ediciones de 1764 y 1787, que son el mejor indicio del reconocimiento, ya en plena Ilustración, de la orientación reformista de quien, como se dice en el estudio preliminar de los editores, ha de ser reconocido como un antepasado ideológico de Feijoo y un "heraldo de la Ilustración", tanto por haber adoptado la actitud de curiosidad y reflexión universal sin exigencias eruditas que conduce al género que llamamos "ensayo", como por la materia de esa reflexión.

Numerosos capítulos de El hombre práctico tratan de educación: la conveniencia de alejar a los niños de cuentos de duendes y fantasmas, que crean en ellos la propensión a la superstición y la irracionalidad; la de aprender latín y francés, lenguas universales de cultura, y matemáticas, disciplina que acostumbra el entendimiento a "despreciar las quimeras"; el valor formativo de la Historia -que aporta las leyes del devenir social y cultural-, sin excluir la historia comparada de las religiones, vía por la que el XVIII desembocó en una de sus más apasionantes aventuras intelectuales, el deísmo, alternativa a su otra conclusión posible, el ateísmo; el interés por la ciencia experimental, en detrimento del escolasticismo aristotélico privado de base empírica y en favor de la aplicación de las ciencias naturales al progreso y al aumento de la productividad, el bienestar y la riqueza. El conde fue asimismo partidario del viaje educativo de los jóvenes por Europa, como escuela de relativismo, tolerancia y adquisición de conocimientos útiles al país y a la propia hacienda: condenó la creencia en magia, astrología y encantamientos, burdas manifestaciones de ignorancia alentadas por los desaprensivos que obtienen ventaja de ellas. Consideró que la verdadera nobleza consistía en unir el mérito al apellido, y actualizar con el esfuerzo la dignidad heredada; señaló las desventajas económicas de los mayorazgos ya establecidos, y recomendó limitar la constitución de otros nuevos. En Literatura tuvo una mentalidad del todo neoclásica, al sostener el carácter didáctico del teatro, creer nocivo el ejemplo de las comedias de capa y espada o de santos y los autos sacramentales, y rechazar el Barroco en nombre del clasicismo de la Antigöedad y del Renacimiento. Los editores y Cajasur han prestado con esta publicación un gran servicio a todos los interesados en la historia de la modernidad española.