Ensayo

La formación de Grecia

Alexandra R. Osborne

4 julio, 1999 02:00

Traducción de T. de Loyola. Crítica, 1999. 463 páginas

En 1985 la misma editorial publicó El mundo griego, 479-323, donde se anunciaba la traducción de una colección titulada Historia de las civilizaciones clásicas y se exponía en la solapa una serie de títulos con la indicación de sus autores. Parece que la colección vuelve a emprender la marcha. El libro de Osborne sustituye al que se anunciaba de J. K. Davies sobre La Grecia arcaica, con un título menos convencional.
Sin duda, la situación permite que se ponga al día metodológicamente, por lo que la obra de Osborne responde a las exigencias actuales de la investigación. Entre éstas, se encuentra un cierto escepticismo en relación con las fuentes, compensado con los avances que pueden alcanzarse gracias a la creciente colaboración entre el estudio de la Historia a través de los testimonios escritos y al investigación arqueológica. De este modo, es notable la sensación de que la realidad arcaica griega sólo puede conocerse si junto a la literatura se acude a la cerámica o a los monumentos funerario, cada vez mejor conocidos. Al mismo tiempo, la actitud crítica si bien puede rozar en ocasiones la hipercrítica, al mostrar la convicción de que toda obra que trata del pasado está reflejando preocupaciones del presente, revela un rasgo ineludible de la investigación histórica, en el sentido de que todo análisis es una manifestación del presente del autor.
Con este telón de fondo, la obra revela muchos de los principales problemas en que se debate la historia de la Grecia arcaica. Se desprende que uno de ellos es el de las fuentes y el de la posibilidad de conocer una época tan cargada de elaboraciones imaginarias a través de la imagen del tirano. Osborne consigue un inteligente equilibrio. A veces parece no creerse nada, pero en la lectura se alcanza la conclusión de que sólo es posible llegar a una posición válida en la crítica histórica a través de la conciencia de que el conocimiento es accesible a través de fuentes históricamente condicionadas.
En ese ambiente de crítica histórica, se conoce con firmeza, gracias a la actitud de Osborne, cuáles son las posibilidades de comprender determinados momentos de la Historia de la antigua Grecia, entre la oscuridad del período posterior a la caída del mundo micénico y el clasicismo. La época arcaica se revela así en toda su vitalidad, escenario de una transformación radical sin la que el clasicismo posterior no es fácil de comprender. De este modo, el libro aparece como un ejemplo de las corrientes renovadoras que instauran una nueva periodización de los momentos clave de la antigua Grecia.