Mónica Ojeda. Foto: Isabel Wagemann

Mónica Ojeda. Foto: Isabel Wagemann

Letras

Sicarios, armas, padres borrachos y cadáveres en las aceras: el territorio salvaje de Mónica Ojeda

La escritora propone al lector huir hacia lo hermoso en su nueva y arrebatadora novela, ambientada en un Ecuador ancestral y futurista.

9 marzo, 2024 01:46

Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) ha escrito una novela arrebatadora. Chamanes eléctricos en la fiesta del sol propone al lector huir hacia lo hermoso, aceptando que lo bello es con frecuencia atroz o, mejor, asumiendo que la ruta a la belleza es ardua y lacerante. Aquí hay un territorio vivo, piedras, rayos, volcanes que llevan en su quietud la música del planeta. Un sonido soterrado que prende fuegos esperanzados y violentos.

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol

Mónica Ojeda

Random House, 2024. 287 páginas. 19,90 €

Ahí adentro, al territorio salvaje de un Ecuador ancestral y futurista, se van Noa y Nicole porque saben que ninguna violencia podrá ser más dañina que la que hay en Guayaquil: sicarios, armas, padres borrachos o ausentes, cadáveres que se pudren en las aceras, madres que lavan las cenizas de sus casas con manzanilla. Frente a eso, un festival electrónico y alucinado donde las drogas y el pogo se convierten en instancias de acceso a lo sagrado.

Pero decir sagrado es también decir horror; de ahí el miedo y la fascinación que envuelve a los personajes de la novela. Siempre en las fronteras entre dolor y pasión, Noa y Nicole van configurando sus identidades, ensayando algún sentido a sus vidas en un mundo cruento y sin ternura.

Todo gira alrededor de Noa, protagonista central de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Sin embargo, no escuchamos su voz. Y esto no es un ningún capricho, sino un aspecto fundamental de la novela; la tesis de Ojeda es que toda vida humana necesita un origen, una herencia, una memoria.

Sin esto, no sabemos quiénes somos, imposible construir un relato de vida. Y hacia eso se dirige Noa: lucha contra fuerzas amenazantes con la única intención de encontrar a su padre, de comprender el legado del hombre que la abandonó cuando solo era una niña.

La novela revienta de poesía, su lenguaje es caricia y también es puñetazo

Esta búsqueda es el auténtico motor de la trama; la fiesta en el volcán inactivo (pero que sigue vivo porque lleva en su interior la memoria de la Tierra) es la primera parada del viaje iniciático. Un paraíso-infierno donde hallarán guías y charlatanes, ritmos telúricos, danza y poesía, formas hermosas de hacerse daño, cuerpos entre dos mundos. Como el padre, que vive aislado en el Bosque Alto para poder existir sin sentirse un desalmado.

Así pues, de Noa sabemos por testimonios de otros. Nicole, Pedro, Mario y Pamela son sus compañeros de viaje y a través de sus testimonios se va trazando la imagen de la protagonista como un pajarito enflaquecido encerrado en sí mismo. Las voces de las Cantoras, coro de las fuerzas de la Tierra, y los cuadernos que el padre escribe en soledad, completan la historia, estructurada en siete partes de voces intercaladas. Un entramado perfecto que crece y va revelando las otras dos tesis de la novela.

[Crítica de 'Mandíbula', novela de Mónica Ojeda]

La primera, que la forma poética es una instancia de acceso a la verdad, a realidades-fantasma que de otro modo se mantendrían silentes en forma de oscuridad; por eso, la novela revienta de poesía, su lenguaje es caricia y también es puñetazo; tierna y perturbadora, se mueve entre la crudeza y la estructura onírica. Se eleva como un sonido ancestral directo a la emoción. La segunda idea es que la palabra escrita es algo así como el silencio de dios. Al final escucharemos a Noa, pero no seré yo quien les cuente ese milagro.