El entusiasmo de Pedro Álvarez de Miranda (Roma, 1953) por las cuestiones del lenguaje resulta contagioso. No solo por el tono ameno de sus artículos, sino por la actitud indulgente y desprejuiciada que el filólogo y miembro de la Real Academia Española exhibe hacia las modas, los neologismos, los anglicismos y otros fenómenos lingüísticos que rara vez califica como errores.

A diferencia de los apocalípticos que alertan del deterioro del español —y que, curiosamente, no suelen ser lingüistas—, el también catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid a menudo utiliza adjetivos como "interesante" o incluso "bonito" para referirse a usos que hoy son errores pero que mañana, quién sabe, podrían convertirse en norma.

Y, si eso ocurre, no pasaría absolutamente nada, viene a decirnos en Medir las palabras, su último libro. Esta recopilación de artículos escritos en los últimos ocho años y publicados en diversos medios, editada por Espasa, aborda todo tipo de cuestiones y curiosidades lingüísticas, de la gramática de Nebrija al plural de fan, desde el debate sobre el masculino genérico hasta las lenguas cooficiales de España, pasando por viejuno, putiferio, la "dichosa" almóndiga, la disyuntiva entre idosiros o ese "pequeño prodigio expresivo, casi una obra maestra de la sintaxis" que es la caprichosa construcción me voy a ir yendo, con el verbo ir por partida triple.

Pregunta. Su tono es siempre ameno, y su actitud indulgente. Es más un maestro que despierta la curiosidad que un juez enfadado que suelta una reprimenda. Esto para usted es muy importante, ¿no?

Respuesta. Sí. Hay una tradición de columnismo lingüístico en español en la que ha habido figuras importantísimas como la de Fernando Lázaro Carreter, a quien conocí y me parece una persona valiosísima por muchas razones. A menudo me recuerdan como precedente sus artículos de El dardo en la palabra, que yo aprecio mucho, pero creo que nuestras actitudes son muy diferentes. Aunque don Fernando lo negaría, me parece que su actitud y la de otros columnistas muchas veces ha tendido al purismo lingüístico o, por lo menos, al misoneísmo, es decir, el odio a lo nuevo. Es algo muy frecuente, mucha gente muestra un rechazo instintivo de las novedades léxicas.

"Los historiadores de la lengua tenemos una actitud tolerante. Eso no quiere decir que todo valga, pero casi"

»Los historiadores de la lengua, en cambio, tenemos una actitud más prudente y, desde luego, más tolerante, no descalificamos un fenómeno de entrada. Eso no quiere decir que todo valga, pero casi. Los académicos y profesores no tenemos la potestad última ni penúltima, la lengua es de los hablantes. Podemos tratar de orientar el uso, pero si los hablantes se empeñan en algo, lo acaban consiguiendo. Hay muchísimos ejemplos de cómo la Academia se ha resistido a aceptar determinados usos y al final no le ha quedado más remedio que aceptarlos. Esta es mi línea y mi caballo de batalla.

P. Es curioso que normalmente sean los filólogos los menos apocalípticos con respecto al supuesto deterioro del idioma.

R. Es lógico, porque quienes conocemos la historia del idioma tendemos a relativizar y sabemos que las lenguas cambian y que adoptar actitudes rígidas no tiene sentido. Igual que hay gente que se rasga las vestiduras por la invasión de anglicismos de los siglos XX y XXI, también había quienes se las rasgaban en el XVIII y el XIX por la invasión de galicismos y se ponían realmente catastrofistas y apocalípticos, pero no llegó la sangre al río y la lengua asimiló los galicismos sin mayor problema, como probablemente pasará con los anglicismos. En el siglo XVIII el escritor Juan Pablo Forner llegó a publicar un libro titulado Exequias de la lengua castellana, dando a entender que esta había muerto. Es una exageración flagrante.

P. Usted se muestra comprensivo incluso con la palabra influencer. En un artículo habla de las posibles alternativas en español que se han barajado hasta ahora, como “influente”, “influyente” e “influenciador”, pero cree que ninguna desbancará al préstamo del inglés. ¿Qué opción preferiría de todas las anteriores?

R. Me da igual. No creo que ninguna alternativa tenga éxito. Influencer no me parece una opción problemática. No es una cuestión de tolerancia sino de realismo. Y otra cosa importantísima: más que un anglicismo, es un internacionalismo. La globalización ha hecho que ya no haya préstamos de una lengua a otra, sino de una lengua a todas. Si el español quiere ir por libre y buscar una alternativa a esa palabra, lo puede intentar, pero probablemente fracasará porque es muy cómodo que haya esa especie de internacionalismo con palabras comunes en muchas lenguas. ¿Qué más da? Yo siempre he preferido no rasgarme las vestiduras para no tener que coserlas después.

P. Dice que es probable que sigamos pensando cómo adaptar influencer cuando la palabra deje de usarse. ¿Es ese otro efecto de la globalización y las nuevas tecnologías, que los neologismos se extienden a toda velocidad pero en muchos casos son efímeros?

R. Exacto. Lo efímero (qué rabia que no haya un sustantivo para efímero, desde ya me atrevo a proponer efimeridad) del léxico es un rasgo clarísimo de nuestro tiempo. O, dicho de otro modo, la importancia de las modas lingüísticas. Las palabras pueden tener una aparición fulgurante y luego caer en desuso, de penumbra o de stand by. Pasan de neologismos a arcaísmos rápidamente. Otra de mis ideas que creo que tienen originalidad es que el léxico nunca se empobrece, sino que se enriquece, porque aunque una palabra caiga en desuso, siempre se podrá recuperar. Es decir, es difícil que una palabra muera del todo.

P. A propósito del auge del término viejuno y otros adjetivos acabados en -uno, señala como responsable a los cómicos de Muchachada Nui, que son de La Mancha. Pero lo más interesante es cómo tira del hilo y encuentra un ejemplo del uso de viejuno ya en una antigua revista manchega de principios del siglo XX, lo que demuestra que es un término asentado en esa zona. ¿Cómo realiza esa investigación? ¿Se ayuda de buscadores en línea o bucea en los archivos hasta que los encuentra?

R. Esto forma parte del secreto profesional… Por supuesto no tengo una varita mágica, sino que manejo fuentes digitales que están en Internet. Precisamente vengo de una clase en la que enseño a mis alumnos a hacer ese tipo de búsquedas. Es impresionante la cantidad de posibilidades que tenemos hoy, es algo que a los que tenemos cierta edad no deja de sorprendernos. Yo me pasé horas leyendo libros en la Biblioteca Nacional y ahora tengo el carné caducado porque ya no voy, sencillamente porque en la pantalla del ordenador tengo muchísimo más de lo que me ofrece la BNE en papel. Por un lado tenemos los corpus —los de la Academia y otros—, pero además hay dos herramientas que son absolutamente increíbles: Google Libros y la hemeroteca digital de la BNE.

"Google Libros ha transformado la filología, si se maneja con inteligencia y cuidado es una herramienta apabullante"

»Google Libros ha transformado la filología, si se maneja con inteligencia y cuidado es una herramienta filológica apabullante aunque no estaba concebida como tal. A veces resulta excesiva, porque te sientes abrumado por la cantidad de material que hay, pero existen trucos para acotar las búsquedas, y eso sí que me lo reservo. Y la hemeroteca digital de la BNE también es impresionante, aunque también hay que manejarla con cuidado porque el escáner puede equivocarse al leer los textos. Pensemos que un periódico del siglo XIX tenía una tipografía un poco borrosa, sucia, de modo que el escáner puede cometer un disparate al leerla, por eso hay que cotejar el facsímil en la pantalla, no solo la transcripción.

P. En el artículo “Burgeses e burgesas… todos” usted se posiciona contra el desdoblamiento de género y otras fórmulas (la @, la x, la e) que se han propuesto para acabar con el masculino genérico. ¿Qué le parece el uso del femenino genérico?

R. Es un asunto verdaderamente complicado y al que dediqué un librito aparte, El género y la lengua. El tema me satura un poco porque he opinado tantas veces sobre ello que no sé qué más se puede decir. En cuanto al uso del femenino genérico, cada vez choca menos escucharlo y hay que respetarlo. Lo que está claro es que no se puede reducir a una cuestión aritmética, no puedo entrar a un aula y ponerme a contar si hay más chicos o chicas. Yo trato de desdramatizarlo todo, pero entiendo que hay gente a la que sí le importa este tema. Es un tema muy complejo que no se puede despachar de un plumazo.

P. Usted trabajó muchos años en el proyecto del Diccionario histórico de la RAE, que en 1996 se suprimió y hace unos años se retomó. Es una tarea titánica de la que la Academia ha hecho partícipes a otras instituciones y centros de investigación y que se puede consultar en línea aunque está incompleto. ¿Cómo va ese proyecto?

"La falta de un diccionario histórico es la carencia más grave de nuestra lengua, y soy poco optimista al respecto"

R. En este nuevo proyecto yo no tengo nada que ver. La falta de un diccionario histórico es la carencia más grave de nuestra lengua, y soy poco optimista al respecto porque hoy tenemos tal cantidad de materiales que hacer un diccionario histórico se vuelve cada día más difícil. Hubo un momento en que se produjo el espejismo de que la informática iba a ser una panacea y que todo sería coser y cantar. Ni hablar. Quizá la inteligencia artificial cambie las cosas, pero creo que un artículo sobre la historia de una palabra basándose en cien textos históricos es algo que solo puede hacer la mente humana. A lo mejor me equivoco, pero me lo tendrían que demostrar. Si a eso añadimos que somos 500 millones de hablantes con más de diez siglos de historia y una geografía impresionante, la tarea resulta de una envergadura colosal. Evidentemente ha sido una buena idea dar entrada en el proyecto a departamentos de Filología de universidades españolas y de Hispanoamérica.

P. ¿Qué momento vive la Real Academia Española?

R. El momento es bueno, desde luego. La Academia ha pasado por algunas etapas de dificultades económicas que ahora se han superado y hay mucha gente trabajando en los proyectos. Desde el punto de vista de la investigación filológica, la web de la RAE es sin duda la más importante. Los corpus que ha hecho la Academia y también una aplicación que se llama Nuevo tesoro lexicográfico, que es una especie de diccionario de diccionarios, han supuesto una revolución para los filólogos. Y el Diccionario de la lengua española tiene un número de consultas apabullante.

P. De vez en cuando se hacen públicos algunos enfrentamientos entre académicos, como la guerra de la tilde en solo del año pasado. ¿Qué bando ocupó usted?

R. No hay propiamente bandos y, en cuanto a la tilde de solo, me atengo a lo que venía diciendo la Academia desde hace mucho tiempo: que esa tilde y la de los demostrativos no era obligatoria como algunos creían, sino potestativa y tirando a muy infrecuente.