Antecesora de 1984 de George Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley, Nosotros, de Yevgueni Zamiatin (1884-1937), fue definida por Ursula K. Le Guin como el mejor libro de ciencia ficción jamás escrito. Había un poco de justicia poética en aquellas palabras pronunciadas en 1973 por una de las máximas exponentes del género en el siglo XX. A Zamiatin su país le había negado aquel éxito. Padre del género distópico, escribirla le había supuesto a su autor el destierro definitivo de su Rusia natal hasta el punto de que, cuando finalmente se publicó allí en 1988, el escritor llevaba ya más de cincuenta años muerto.

Para entonces, el mundo de casas de cristal ambientado en el siglo XXVI que Zamiatin vislumbró, regido por números y sin nombres, donde el individuo se había transformado en una masa y la felicidad y la libertad eran incompatibles, se había convertido casi en una reconocible realidad.

Poco más de un siglo después de su escritura, Salamandra recupera este clásico de la literatura distópica en una edición que incluye la opinión de la propia Le Guin y de Orwell, además de una introducción de otra maestra del género, Margaret Atwood, y que nos permite echar la vista aún más hacia adelante. Tal vez porque como el propio Zamiatin escribió en una ocasión: “Una literatura que está viva no se rige por el reloj de ayer, ni por el de hoy, sino por el de mañana. Es un marinero que se encarama al palo mayor y otea los barcos que zozobran, las masas de hielo flotantes y las vorágines aún no visibles desde la cubierta”.

Una literatura del mañana

Hijo de un sacerdote de la Iglesia Ortodoxa y de una maestra de música, Zamiatin fue ingeniero naval de profesión y escritor por vocación. Luchador incansable por la libertad, simpatizante bolchevique en su juventud, fue arrestado y exiliado por primera vez durante la Revolución rusa de 1905, mientras estudiaba, y más tarde, otra vez, en 1911, aunque recibió una amnistía dos años después. En 1913 escribió una sátira sobre la vida de un pequeño poblado ruso, Un cuento provincial, que adquirió cierto reconocimiento, al que siguió su relato antibelicista, En medio de la nada, escrito durante la Primera Guerra Mundial y censurado por las autoridades zaristas.

Visionario, cuando Zamiatin terminó Nosotros, esa realidad utópica donde en vez de nombres, los seres humanos tenían números, era 1921. Aquella novela alertaba sobre los peligros de perder la libertad individual en un mundo regido por cálculos, gobernado por un Benefactor todopoderoso y regido por unas reglas rígidas de horarios fijos, donde los hombres se veían abocados a vivir sin pasión, sin creatividad y sin sueños.

Los campos de exterminio de Hitler -recordaba recientemente Atwood en su introducción de 2020-, aún no les habían tatuado los números a sus reclusos, y nosotros todavía no nos habíamos convertido en carne de algoritmo. Stalin todavía no había instaurado el culto a su persona, faltaban décadas para el Muro de Berlín, las escuchas electrónicas no existían, los juicios farsa y las purgas masivas de Stalin tardarían aún una década en llegar. Sin embargo, en Nosotros distinguimos, claro como el agua, el plan general de las futuras dictaduras y de los capitalismos de vigilancia”.

La suerte de aquel manuscrito fue, sin embargo, dispar. Censurado en su país natal, aunque no trataba sobre Rusia ni guardaba relación directa con su política, se denegó su publicación al considerarla una burla encubierta del sistema comunista. Traducido por Marta Rebón directamente del ruso con las peculiaridades gramaticales y tipográficas del original, aquel título sin embargo, subraya la traductora, no era una sátira. “En palabras del autor, es un panfleto social vestido con el elegante uniforme de una novela irónico-fantástica”, precisa.

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Sea como sea, la novela sí se publicó en el resto del mundo en inglés y checo y alcanzó su éxito mundial después de la edición francesa de 1929. En 1931, el propio autor, cansado del silencio que se le había impuesto y de una campaña orquestada en su contra por otros compatriotas, se exilió a París, tras pasar por Riga y Berlín, donde permaneció hasta morir en la pobreza en 1937.

“La vida de Zamiatin fue una tragedia –escribió Le Guin entre 1973 y 1977-, pero también representa un triunfo: nunca recurrió al poder para perjudicar a sus enemigos; nunca se sirvió de la violencia, y ni siquiera era una persona rencorosa. Habló con claridad, en voz alta y firme, con humor y valentía, mientras pudo hacerlo sin traicionar aquello que amaba; cuando se encontró en el exilio y ya no pudo seguir haciéndolo, guardó silencio”.

La influencia de Zamiatin en Huxley y Orwell

Pero mientras en su país era prohibido, en el resto del mundo gozó de cierta popularidad. El propio Orwell, en una interesante crítica publicada en 1946 en Tribune que podemos leer en la presente edición, mostró también su interés por Nosotros. “No he conseguido un ejemplar de la traducción inglesa, publicada en Estados Unidos en su día, pero circulan ejemplares de la traducción francesa, y finalmente he logrado que me prestasen uno”, compartía sobre este manuscrito que en su opinión no era “un libro de primer orden, pero sí claramente original”.

Su influencia hoy reconocida en otra obra emblemática del género como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, le resultaba al autor de 1984 también indiscutible. “Ambos libros tratan de la rebelión del espíritu humano primitivo contra un mundo racionalizado, mecanizado, donde no existe el dolor, y se supone que ambas historias tienen lugar dentro de unos 600 años –analizaba–. La atmósfera es parecida en los dos libros y, en términos generales, la sociedad que se describe viene a ser la misma”.

Si bien, reconocía Orwell, “el libro de Zamiatin tiene más que decirnos sobre nuestra propia situación”, ya que “capta de una forma intuitiva el aspecto irracional del totalitarismo –el sacrificio humano, la crueldad como finalidad en sí misma, el culto a un líder al que se atribuyen cualidades divinas-, por lo que Nosotros es superior a Un mundo feliz de Aldous Huxley”.

Otros horizontes filosóficos

Poco después de aquella opinión, Orwell escribió una de sus más aclamadas obras. Pero tal vez, como reflexiona Atwood, “cuando él escribió 1984, las purgas y liquidaciones de Stalin ya se habían producido, Hitler había llegado y se había ido, y se sabía hasta qué punto era posible humillar y desfigurar a una persona mediante torturas, por eso su visión del mundo es mucho más oscura que la de Zamiatin”.

Admiradora de la obra de Orwell, Atwood, no obstante, confiesa que tardó en descubrir la obra del escritor ruso, al que leyó por primera vez tiempo después de haber escrito su aclamada distopía de El cuento de la criada.

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Nosotros se escribió en un momento histórico muy concreto: el momento en que la utopía prometida por el comunismo empezaba a desvanecerse en la distopía; el momento en que, en nombre de la felicidad general, la herejía suponía un delito de pensamiento, y la discrepancia con un autócrata equivalía a la deslealtad a la revolución, los juicios farsa proliferaban y las liquidaciones estaban a la orden del día”. ¿Cómo pudo Zamiatin ver el futuro con tanta claridad?, se pregunta la creadora de Gilead, para acto segundo responderse: “No lo vio, por supuesto. Lo que vio fue el presente y lo que acechaba entre sus sombras”.

Quizás, porque como había escrito el propio Zamiatin en uno de sus ensayos, “lo que necesitamos en la literatura de hoy son vastos horizontes filosóficos: horizontes vistos desde el palo mayor, desde un avión. Lo que necesitamos son un ‘¿por qué?’ y un ‘¿y después?’ definitivos a más no poder, pavorosos al máximo, insuperablemente valerosos”. Casi un siglo después, seguimos necesitándolos.