Hanya Yanagihara, autora de 'Al paraíso' (Lumen). Foto: Brigitte Lacombe

Hanya Yanagihara, autora de 'Al paraíso' (Lumen). Foto: Brigitte Lacombe

Letras

'Al paraíso': el embrujo del eterno retorno

Hanya Yanagihara aborda en esta ambiciosa novela las grandes cuestiones universales, y las responde de una manera original y atractiva

14 febrero, 2022 02:55

¿Puede una mujer asiáticoamericana escribir una espléndida novela estadounidense? ¿Debería una gran novela estadounidense ir de Nueva York a Hawái saltándose el Medio Oeste? ¿Puede pasar del realismo a la distopía? Y, quizá lo más importante de todo, ¿puede girar en torno a homosexuales?

Al paraíso. Hanya Yanagihara
Traducción de Laura Manero Lumen, 2022. 952 páginas. 24,90 euros

Es un mérito considerable de Hanya Yanagihara (Los Ángeles, 1975) que su nueva novela plantee estos interrogantes. Con más de 900 páginas y un recorrido de 200 años, Al paraíso empieza en Nueva York en 1893. Allí tenemos a un patriarca, niños y riquezas; hay un matrimonio concertado, una herencia, un amor verdadero, división de clases y un giro significativo. La historia, diestramente acompasada y detallada con criterio, hace uso de las convenciones de la novela decimonónica. Pero eso no es todo. Con una audacia asombrosa, la autora recrea Estados Unidos, y en su relato, de la Guerra Civil no ha salido un país unido, sino un conglomerado de territorios, entre ellos uno llamado los Estados Libres. En este país dentro del país, el matrimonio homosexual está permitido, aunque los matrimonios concertados también lo están.

Yanagihara –directora de T, la revista de estilo de The New York Times– reescribe también la historia de otros siglos, incluso cuando traslada la acción de Nueva York a Hawái y de vuelta a Nueva York, se desenvuelve con soltura en tres cambios de tiempo mayores y nueve menores, y lo más asombroso, saca de escena a sus personajes para devolverlos a ella repetidas veces en otras épocas y con otras apariencias.

Por dar solo un ejemplo: David Bingham, heredero de una mansión en la primera parte, vuelve un siglo después como un asistente legal enamorado de un tal Charles Griffith. (Griffith también nos ha sido presentado antes como el pretendiente mayor e imperturbable que fue rechazado por el David Bingham de la primera parte. Ahora es uno de los socios, aún más mayor, pero apuesto y cosmopolita, del despacho de David. Es más, éste, que antes era de piel blanca, ahora es mestizo).

Los actos de amor y bondad hacen más liviano este libro, cuyos temas son tanto lo vulnerable como lo ineludible

Hay varias docenas más de reencarnaciones como estas que deslumbran y confunden. Si en una novela rusa cuesta seguir quién está emparentado con quién, en esta lo difícil es no perder la pista de quién se ha convertido en quién, especialmente cuando la autora readapta con maestría temas, situaciones y motivos. También las pandemias, las mansiones, las muertes, las cartas y las herencias reaparecen como en un caleidoscopio, al igual que los amantes, los inválidos, o los utópicos, entre otros.
Cada capítulo del libro cuenta con un útil anclaje en su propio drama. Alguien lega una mansión; un hombre ayuda a organizar una cena de despedida para el examante moribundo; otro hombre y su familia se baten con las inadmisibles decisiones profesionales de él. Las readaptaciones tienen un propósito. En determinado momento, un David se pregunta qué pasaría si las cosas fueran diferentes: “¿Se conocerían de todas maneras? ¿Se habrían enamorado? ¿Seguiría David necesitando a Charles? ¿Seguiría David encontrando algo que amar en él?”.

Y, efectivamente, a lo largo del libro vemos que, a medida que los personajes se transforman, lo mismo ocurre con sus relaciones. En un momento dado, uno de los Charles –al parecer, expresando la preocupación de la autora por “la verdad de quiénes somos, nuestro yo esencial, aquello que emerge cuando todo lo demás se ha consumido”– escribe que la pandemia que padece “ha clarificado todo lo que somos; ha revelado las ficciones sobre nuestras vidas que todos habíamos construido”.

No solo eso: “Ha revelado lo frágil que es en realidad la poesía de nuestras vidas; ha dejado al descubierto la amistad como algo endeble y condicional [...]. Ninguna ley, ningún acuerdo, ningún amor, por grande que fuera, ha sido más fuerte que nuestra necesidad de sobrevivir”.

Este Charles cuenta una sugerente historia que le narró su abuela hawaiana sobre un lagarto hambriento que, tras comerse todo lo que había en la tierra, se comió la luna y explotó. La tierra se recupera, y la luna también, y el lagarto vuelve como un hombre que también acaba comiéndose imprudentemente la luna.

Sin embargo, la moraleja no es la que cabría esperar. Antes bien, es que “nosotros somos el lagarto, pero también somos la luna. Algunos moriremos, pero otros seguirán haciendo lo que siempre hemos hecho, recorriendo nuestro propio camino inconsciente, haciendo aquello que nuestra naturaleza nos empuja a hacer, mudos, inescrutables, imparables en nuestros ritmos”.

Un futuro distópico

Los actos de amor y bondad hacen más liviano este libro, cuyos temas, al fin y al cabo, son tanto lo vulnerable como lo ineludible. Pero qué maravilla que la historia se repita, el progreso social sea efímero, y la libertad una esperanza intermitente. En su evocación del eterno retorno y la naturaleza ilusoria de la vida, Al paraíso trae a la mente las ideas budistas y una sabiduría tal que podría parecer absurdamente prosaico calificar esta novela de pieza de artesanía.

Al igual que en Tan poca vida, Yanagihara muestra su preocupación por lo horrible, y el futuro distópico que se describe en el capítulo final es, en efecto, terrible. Pero cuando leemos lo que ocurre en la sociedad, quizá añoremos la delicadeza con la que se abre la novela. En vez de la exploración emocional típica de la autora, el último capítulo nos depara revelaciones fragmentarias, no solo en las cartas de un brillante científico afligido, sino también en los recuerdos de su nieta.

Esta ambiciosa novela aborda las grandes cuestiones universales, y las responde de una manera original y atractiva. Es una novela de grandes sensaciones, aunque al final sea en los momentos menores en los que Yanagihara demuestra su grandeza.