Image: Espido Freire: La familia Romanov estaba condenada

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Letras

Espido Freire: "La familia Romanov estaba condenada"

7 abril, 2017 02:00

Espido Freire

La escritora publica Llamadme Alejandra (Planeta), XXIV Premio Azorín, una novela que narra la vida de Alejandra Románova, la última zarina rusa, una mujer compleja e incomprendida por su entorno inmersa en una época que acabaría arrasando su mundo.

La precocidad siempre ha sido una constante en la carrera literaria de Espido Freire (Bilbao, 1974), que en 1999 se convirtió en la ganadora más joven del Premio Planeta con su novela Melocotones helados. Precoz fue también su interés en la figura central de su nueva novela, Llamadme Alejandra (Planeta), por la que ha ganado el XXIV Premio Azorín. En ella, Freire narra en primera persona la vida y avatares de la última zarina rusa, una mujer compleja e incomprendida por su entorno, inmersa en una época que acabaría arrasando su mundo. "Mi interés por la figura de Alejandra nació cuando era una niña. Un día, ojeando el diccionario ilustrado Sopena, me topé con una fotografía de una mujer muy hermosa y muy triste con una corona y un niñito precioso al lado", recuerda la escritora. "Fue también la primera vez que vi la palabra fusilar, y pregunté qué les había pasado… Los fusilaron el día de mi cumpleaños. Entonces, con esas cosas de los niños, que crean vínculos emocionales de la nada que duran para siempre, empecé una relación con ella".

Pregunta.- El libro muestra varias facetas, percepciones personales que contradicen la visión popular que ha trascendido de Alejandra. ¿Cuál es la verdadera zarina?
Respuesta.- ¿Y quiénes somos los verdaderos nosotros? Yo misma observo que cómo yo me veo o me ve mi gente cercana, nunca encaja con la idea que se imagina la gente de mí. En ese sentido lo que vivía Alejandra estaba multiplicado hasta el infinito, porque ella no solo era la emperatriz, sino también la matrioska de todo un pueblo, lo mismo que el padrecito zar. Rehuía constantemente el contacto con la aristocracia pero se sentía muy identificada con el gran pueblo. Tenía además una gran contradicción entre su vida íntima, que defendía celosamente, en la cual era adorada y amada, y la sensación creciente de ser aborrecida por la aristocracia. Sin embargo nunca creyó ser odiada por el pueblo llano. Alejandra vivía una gran tortura interna con esa dualidad entre la personalidad privada y la pública. Familiarmente fue muy feliz, pero el problema era toda esa dimensión pública a la que no se sabe enfrentar.

P.- Por sus diferencia no encajaba con la excesiva nobleza rusa, pero después ese mismo pueblo que adoraba se volvió contra ella y contra la realeza, ¿por qué?
R.- Nos pasa con toda autoridad, el más amado es el que más nos decepciona, el más querido es el más odiado. Nicolás II no dejaba de ser una figura dictatorial. Por muy simpático, apacible, e incluso atractivo físicamente que fuera, era un autócrata. Así se definía y esa era su manera de conducirse, porque era lo que le habían enseñado que estaba bien. Desde la perspectiva contemporánea podemos salvar la elegancia, la exquisitez, la buena intención, pero no el hecho de que tenían la idea de ser instituidos por Dios para mantener una dinastía. Hay muchos choques culturales con el hoy, aunque solamente haya pasado un siglo.

Nicolás II no dejaba de ser una figura dictatorial. Por muy simpático que fuera, era un autócrata"

P.- Pero esa mentalidad tan cerrada era chocante incluso entonces. Hasta la zarina, con lo moderna que era para muchas cosas, aseguraba que los rusos no podían tener un Parlamento ni una Constitución, ¿cómo explica esa visión?
R.- Porque eran sus hijos. Ellos tenían la idea, como muchos monarcas de la época, de que el pueblo iletrado debía ser protegido y dirigido. Como los niños. A un niño no le dejas meter los dedos en un enchufe. Era un paternalismo que a nosotros ahora nos irrita y consideramos intolerable, pero ellos lo hacían por el bien del pueblo. Y cuidado, estas actitudes las seguimos encontrando entre muchos dirigentes políticos. Alejandra quería hacer las cosas bien, pero le faltaban datos. No tenía una visión completa del país, vio la Rusia que le enseñaron.

P.- El punto de no retorno para la familia fue la gran matanza del Domingo Sangriento de 1905. En su novela da la sensación de que tanto Alejandra como Nicolás II nunca fueron partícipes reales de todas esas malas decisiones y catástrofes que fueron su condena.
R.- Es que no lo fueron. Siempre tendemos a buscar un culpable, pero lo mismo que con el asesinato de Kennedy, los culpables ofíciales posiblemente no sean los reales. En el caso de lo que ocurrió el día de su boda, o de esa matanza, fueron errores logísticos o decisiones erróneas de otras personas. Aunque el zar era el responsable último. De hecho todo esto le trastornó profundamente. En los últimos años, durante la guerra, perdió mucho peso, vivía atormentado por la culpa, porque tenía la sensación de que le estaba fallando a su pueblo, a Rusia. Tenía un acusado sentido del deber. Esto no le exime de todo lo que hizo mal, pero en muchos casos era muy manipulado. Eso, en un momento histórico en el que todo se estaba rodando. Nadie sobrevivió de todo su entorno.

Nicolás II con su familia

P.- En ese contexto en el que las cosas se empiezan a poner peor, aparece una de las figuras más controvertidas relacionadas con la familia, Rasputín. La novela ofrece una visión de él muy particular, ¿es la que tenía la Alejandra?
R.- Claro. ¿De Rasputín qué sabemos? Que era un hombre muy raro, un calculador y un manipulador. Alejandra no vio nada de eso. Lo que vio fue a un enviado de Dios que era el único capaz de frenar las hemorragias de su niño. Solo por eso era intocable. Era alguien que podía hacer lo que fuera y siempre era excusado. Ese vínculo era muy explicable desde la mentalidad de Alejandra. Ella no veía lo malo de él. Solo veía que aliviaba a su hijo. Rasputín como gran manipulador que era, era muy hábil para mostrar lo que quería. Además, era una figura muy habitual en la Rusia de la época donde los santones, estaban muy extendidos entre la nobleza. Los reyes españoles tenían a su confesor de cabecera, y ella tenía el suyo.

P.- Tomando a esta figura de ejemplo, pero hablando en general, quizá tiene el peligro la novela de provocar un posicionamiento muy rápido a favor de la visión de la zarina. ¿Habría que completarla con más fuentes?
R.- Ese es el juego que propongo al lector. Aquí presento únicamente una visión que debe completarse con lo que el lector ya sabe, algo que no tengo porqué repetir. El lector ya viene con una herencia sobre el tema extraído por lo menos de la cultura popular, si no más completo. Creo mucho en la fórmula de la recepción, en la labor del lector como receptor. Yo le confronto este texto y a ver qué hace con él. Creo que la novela es un puente tendido, un punto de encuentro entre lector y escritor. No soy una escritora decimonónica que usa un narrador impositivo, me gusta que mis novelas sean mucho más porosas y permeables.

P.- La caída de estos grandes imperios se produjo en casi toda Europa por esas fechas, pero ¿por qué en Rusia llegó hasta el extremo de asesinar a toda la familia real?
R.- Habían pasado años de una guerra durísima, y arreciaba una guerra civil. Hambre y miseria eran moneda común entre un pueblo enorme e incomunicado reducido a la ignorancia y a la obediencia de una forma decidida. El alma rusa es muy complicada, y para los occidentales todavía continúa siendo un misterio. Pensamos que es Europa, pero lo es relativamente. Posiblemente la causa última fue una orden mal dada. Tan sencillo como eso, porque la intención no era matarles en un principio. Ellos mismos creían que llegarían a un acuerdo y los liberarían. Pero cada vez van bajando más de categoría y sirven menos como elemento de intercambio. Hay un momento en el que se evalúa que como símbolo son muy importantes y deben desaparecer. Los zares no se enteraban de nada, y no sospecharon que iban a ser asesinados hasta el último minuto. Tenían una ingenuidad conmovedora respecto a su gente, la percepción de ser amados, de ser los padres del pueblo. Pero al final...

La figura de los zares poco a poco ha ido variando su lugar y se ha revalorizado mucho dentro de Rusia"

P.- El hecho de que fuera un fenómeno global, ¿sugiere que iba a ocurrir de una manera o de otra?
R.- Esta familia estaba condenada. No creo en el destino en particular, pero por condiciones históricas hay gente que va a ser barrida, gente que por nacer en determinado lugar y época no puede escapar. Tendemos a pensar que los poderosos están más protegidos, pero no es así. En este caso, ¿qué figura hubiera sido capaz de oponerse a lo que se les venía encima? Ni siquiera sus parientes mayores, gente que llevaba toda la vida en el poder, pudieron prever nada. O los asesinaron o escaparon. No estaban preparados para los nuevos tiempos, que acabaron con ellos porque los consideraban víctimas prescindibles.

P.- Tras la caída del comunismo ha habido una recuperación de la figura de los zares, incluso han sido santificados, ¿cuál es la visión de la que gozan hoy en Rusia?
R.- La figura de los zares poco a poco ha ido variando su lugar y se ha revalorizado mucho dentro de Rusia. Del mismo modo que en occidente se ha puesto de moda la corriente hipster y la gentrificación, en Rusia la tendencia generacional es una nueva juventud muy conservadora en valores familiares y religiosos y en la revalorización de la figura del zar. Es relativamente común encontrar iconos de la familia Romanov integrados dentro de un conservadurismo político, moral y religioso. Es absolutamente lógico que tras el comunismo, una sociedad vacía de creencias se vuelque en su pasado inmediato y en la búsqueda de una Rusia idealizada, que posiblemente nunca existió, pero que están tratando de reconstruir. Quizá nunca volveremos a ver un zar en el Kremlin, aunque ¿no lo tenemos hoy en día?