Foto: cerealbawx via Foter.com / CC BY-SA

Durante este mes de agosto, El Cultural adelantará por entregas, de lunes a jueves, cuatro cuentos de autores españoles que se publicarán este otoño. Comenzamos con Mucho ruido y pocas nueces (unos preparativos), de Hipólito G. Navarro, que saldrá a la venta el 6 de octubre en la editorial Páginas de Espuma.



- Parte I

- Parte II

- Parte IV

E
reanudan entonces su trabajo sin dejar de murmurar: sería mucho más productivo organizar los sectores de otra forma, más entrelazadamente, como hace el inglés en sus escenas principales, que se trabaran mejor unos oficios con los otros, por ejemplo, y de camino también que se ligaran más las féminas con los muchachos; las hembras con los varones quieres tú decir, ¿no?; hombre, no tan claro, pero eso más o menos, sí... Pero reunir a carpinteros con jardineras es una insensatez, va rumiando por su parte el encargado, en la compañía hay asuntos oscuros que los eventuales no podrán nunca conocer del todo, ellos llegan al tajo desde la empresa de empleo temporal como Benedicto y Claudio al palacio de Mesina desde los campos de batalla, in albis. Ignoran que al herrero fulano le gusta un montón el de las luces mengano, y que mengano está por los huesos del de sonido zutano, que a su vez se interesa por el de administración que pasa todo el rato en una furgoneta con remolque, sin salir, probándose los vestidos de la gente del baile de máscaras, hasta que lo pille perengano, el escenógrafo... (habrá que asignar los nombres y géneros de nuestra versión en algún momento, cuando encontremos un plan a seguir, una estrategia; seguro que el dramaturgo inglés lo tenía todo previsto y bien previsto desde el mismísimo comienzo).



Perengano, ya está bautizado, no fue capaz de mantenerse demasiado tiempo en ninguna de las divisiones. Fue medrando en todas y cada una de ellas y ahora conoce de primera mano los trucos de todo quisque. Escuchó detrás de las puertas, debajo de las mesas, protegido por los bardales, y hoy conoce las habilidades y las miserias de todos sus subordinados, por eso la compañía lo mantiene ahí para que coordine y vigile a un tiempo, apurando permanentemente al personal con sus lacónicas y vulgares instrucciones: ¡esos focos, carajo!, ¡esa acústica, pendejos!, ¡esa escala que cuelga malamente del balcón, jodeeer!... Sus muertos, qué tío más pesado. Perengano sabe cuándo y dónde tiene que apretar: se enfrenta a los eventuales, pone verde a los peones, la toma sin consideración con los aprendices… Pero nunca dice ni pío ni se encara con los oficiales primeros electricistas; con esos no se atreve jamás, no vayan a soltarle una descarga. Tampoco por supuesto reta a los actores, ¡faltaría más! Ahora se ha hecho muy amigo de los que van a interpretar los papeles de policía, el alguacil y el corchete, este último un ministro inferior de justicia encargado de prender a los delincuentes, según la sexta y última acepción del diccionario, mira tú.



¡Esos flecos, hostias!, gruñe enseguida sin perder puntada, pues que haga buenas migas también con Úrsula y Margarita, las espléndidas doncellas de la actriz protagonista, y que se entretenga con la hermosa Beatriz, la prima de la otra, eso no significa que deje de acechar por el rabillo del ojo al departamento entero de jardinería, que batalla el pobre con todos sus efectivos intentando apuntalar con férreas grapas dos ramas de sauce llorón para la escena segunda del acto tercero. ¡Un sauce llorón para la escena segunda del acto tercero, manda huevos el inglés!



Aparece de sopetón en escena un operario de carpintería metálica con el invento del siglo: los planos de la mansión circular, giratoria, compuesta por siete diferentes paralelepípedos conexos. Mientras uno de los lados se ofrece a la platea como si fuese mismamente el aposento de Hero o de su amado padre, Leonato, en los seis cubículos escondidos al público se pueden ir acomodando los actores en los sucesivos escenarios de la comedia, la cárcel, la iglesia, un jardín, el mausoleo que posee en el cementerio esta familia tan principal...



Pero esto, canijo, no sirve para nada en esta obra, replica con propiedad el regidor, un jefe más. Este invento tuyo no permite al público ver que unos escuchan mientras los otros parlamentan y a la viceversa. No, claro, esto va por separado, son aposentos que sirven para que algunas escenas tengan por sí solas más enjundia y entidad, y así quienes no intervengan en ellas se puedan dar un descansito de camino. Anda, anda, tira pa'llá, canijo, aquí no se te paga por pensar, y deja ya de entretenerme al personal.

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