Image: Hombres buenos, hombres justos

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Letras

Hombres buenos, hombres justos

23 febrero, 2016 01:00

Unamuno, en primer término, junto a varios estudiantes, entre ellos Julián Marías

Octavio Ruiz-Manjón recoge en Algunos hombres buenos (Espasa) las historias de diecisiete hombres y mujeres que, durante la guerra civil, antepusieron su conciencia a la aniquilación del contrario. El libro se presenta mañana en la Real Gran Peña de Madrid, a las 20.00 h., con la presencia de Juan Pablo Fusi

El libro pudo llamarse Gente cabal, pero la editorial lo terminó cambiando. El título final, como el de la película, es Algunos hombres buenos, y lo firma Octavio Ruiz-Manjón, profesor emérito de la Universidad Complutense, en donde fue Catedrático de Historia Contemporánea. Ruiz-Manjón, crítico también de El Cultural, recoge casi al comienzo una cita de Julián Marías: "Si hay un caso en que me ha parecido siempre inadmisible la noción de la inevitabilidad, es la guerra civil". E ilustra esta convicción (que la guerra civil no era en absoluto inevitable) con las historias de diecisiete hombres y mujeres que antepusieron su conciencia a la aniquilación del contrario.

Para Ruiz-Manjón, la guerra pudo no suceder, "como es propio de la contingencia de cualquier hecho histórico y del imperio de la libertad de los individuos". A su juicio, "nadie empezó una guerra civil el 18 de julio de 1936. Se trató de un simple pronunciamiento militar fracasado que provocó una profunda revolución social y llevó a un encarnizado enfrentamiento civil". Los protagonistas de Algunos hombre buenos son héroes y mártires, algunos de cuyos nombres no son, sin embargo, todo lo conocidos que debieran: Julián Besteiro, Melchor Rodríguez, Juan Peset, Manuel de Irujo, Julián Marías, Mercedes Sanz-Bachiller, Luis Lucia, Marcelino Olaechea, Manuel de Falla, Ramón Rubio, Ricardo Amor, Antonio Machado y Miguel de Unamuno.

"Lejos de ampararse en el comportamiento de los que estaban a su alrededor -escribe el profesor en el prólogo-, o de buscar la tranquilidad de su conciencia en la obediencia debida, supieron discernir la iniquidad de algunos comportamientos para decir rotundamente que no estaban dispuestos a secundarlos". Ruiz-Manjón se ha centrado en hombres que vivieron la guerra de principio a fin, y en España, con una sola excepción, puesta aquí por su evidente relevancia: Miguel de Unamuno, que murió en diciembre de 1936, apenas medio año después de que comenzase la contienda. La del legendario rector de la Universidad de Salamanca fue, dice el autor, "una experiencia vital de tanta intensidad que no podía dejarla fuera". Y habla de su encanto y posterior desencanto con los sublevados ("Sí, he llorado. He llorado porque una tragedia ha caído sobre mi patria. España se enrojece y corre la sangre"), de su famosa intervención en el paraninfo y de su triste y solitario final.

A casi todos los héroes del libro, íntegros en medio de la sinrazón, los quisieron fusilar rojos y azules. "Me molesta mucho que me pregunten si he elegido a personas de los dos bandos para escribir el libro", dice el historiador. "¡Pues claro que lo he hecho! ¿Cómo no iba a hacerlo si el mérito de estas personas fue, precisamente, anteponer su conciencia a la división entre bandos?".

Documentación inédita: la denuncia contra Julián Marías

Ruiz-Manjón ideó el libro durante una estancia académica en Estados Unidos en 2012. Desde entonces ha venido buscando documentación, y testimonios, lo cual, dice, no ha sido fácil, pues muchos de estos héroes no dejaron prácticamente nada escrito. La propia naturaleza del libro le complicó la tarea: "Quería recorrer la actuación de aquellos que se quedaron en la penumbra de la historia".

El historiador ha hallado algún documento de indudable importancia, como la denuncia contra Julián Marías, que firma "un triste comparsa del régimen vencedor". Al filósofo le pilló la guerra con veintidós años. El golpe le sorprendió yendo a misa con su compañera de facultad Lolita Franco ("no podían saber que aquella iba a ser la última misa que oirían en casi tres años"). En la denuncia, del 12 de abril de 1939, Julio Martínez Santa-Olalla, "camisa Vieja de Falange Española, militante de FET y de las JONS", acusaba a Marías de, entre otras cosas, colaborar (y presumir de ello) en el Pravda, el ABC y en Mundo Obrero. "Este sujeto debe poseer documentación abundante y nombres de todos los que intervenían en aquella criminal propaganda", concluía el delator.

Ruiz-Manjón no quiso hacer un libro más sobre la llamada Tercera España, de ahí que eligiera a gente que se quedó y vivió toda la guerra. Y pone el ejemplo de Antonio Escobar, coronel de la Guardia Civil y hombre de sólidas creencias religiosas que desde el principio entendió que su deber era respetar la legalidad republicana. Escobar vio pronto que "aquello era una salvajada". Y terminó él mismo, en 1940, fusilado por los vencedores, pese a los intentos de Yagüe, a cuyas tropas se había entregado Escobar en Ciudad Real, por ponerle a salvo al otro lado de la frontera portuguesa. "Bendita sea la divina voluntad", escribió junto a su firma en la sentencia.

Ruiz-Manjón advierte de los peligros de juzgar, desde nuestro cómodo y democrático sofá, a quienes vivieron la guerra. Habla de "guerracivilismo" cuando se le menciona la controvertida lista de la Universidad Complutense sobre el callejero de Madrid. "Hay una corriente guerracivilista en la vida española que además es anterior a la propia guerra civil. Se remonta a las primeras confrontaciones entre absolutistas y serviles en las cortes de Cádiz. Son personas partidarias de resolver por la violencia los conflictos. Por eso no me extraña que al cabo de ochenta años todavía haya personas empeñadas en clasificar en dos bandos a la gente". Frente a la cerrilidad, termina el profesor, "nos queda la defensa de la conciencia individual y del respeto al individuo; la reivindicación de los hombres buenos y cabales".