Image: La frontera

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Letras

La frontera

Por Nicolás y Martín Casariego

10 agosto, 2015 02:00

El Cultural ha convocado a algunos de nuestros mejores escritores actuales con el fin de armar relatos a cuatro Este tercer capítulo lleva el sello de dos de los hermanos Casariego, Nicolás comienza a narrar y Martín firma el cierre.

L
e despertó el llanto ahogado de su hijo. Consultó la hora: las tres de la mañana. Miró a su mujer, que dormía a su lado, y se levantó. Sentía el cuerpo pesado, las sienes palpitantes. Fue a oscuras hasta el dormitorio de Tomás y tropezó con unas zapatillas. Al oírle, su hijo dejó de sollozar.

-¿Qué te pasa? -dijo, sin poder evitar un tono de reproche.

-Nada.

Se sentó en la cama y bostezó. Quería acabar con aquello cuanto antes, pero sabía que debía ser paciente. Ahora que su hijo tenía once años, la comunicación no era tan fluida como antes.

-Pues algo te pasa.

Apenas veía su rostro. Se quedaron un rato en silencio. Unos borrachos pasaron por la calle, riendo.

-He tenido pesadillas -dijo el niño.

El padre sonrió y le revolvió el pelo.

-¿Sí? Yo también tengo, sobre todo con mi jefe -bromeó-. Piensa en algo bonito y duérmete, que es muy tarde.

El padre quiso dar por zanjado el asunto. Le besó, y se disponía a marcharse cuando la voz del niño le retuvo. -Hoy vi algo horrible.

-¿El qué?

Mientras su hijo pensaba si responder o no, trató de imaginar qué podía haber sido aquello tan horrible que le había producido pesadillas. Supuso que sería una imagen impactante. Algo que podría haber visto en la calle, de vuelta del colegio. Un mendigo tullido de los que a él mismo le agobiaban. O una paloma muerta, infestada de hormigas. Tomás era muy impresionable, quizá demasiado. Estaba barajando la posibilidad de que hubiera sido el telediario, esa deprimente sucesión de horrores y banalidades, cuando el niño por fin respondió.

-Un vídeo porno. Era asqueroso.

Ahora sí saltaron las alarmas del padre.

-¿Un vídeo porno? ¿Cómo se te ocurre? -preguntó, elevando la voz- ¿En casa de un amigo, o dónde? ¿No te hemos dicho tu madre y yo que no entres en páginas raras? ¿Qué has visto?

Tomás calló, quizá asustado por la vehemencia de su padre.

-El porno… No es bonito, no es sexo con amor ni cariño, hijo, es una cosa diferente -dijo su padre, más calmado, midiendo las palabras ahora que pisaba terreno minado-. Es algo para un cierto tipo de adultos. A ellos… A ellos no les afecta, es una especie de entretenimiento.

-¿Tú ves porno, papá?

La pregunta le cogió desprevenido.

-¿Yo? -dijo el padre, ganando tiempo-. Yo no, a mi no me interesa nada. Lo que tienes que hacer tú es olvidarlo y no volver a verlo.

Supuso que sería una imagen impactante. Algo que podría haber visto en la calle, de vuelta del colegio

Tomás tardó en hablar.

-Pues lo vi en tu ordenador. Buscaba en el historial una página y me encontré con…

El padre se quedó rígido. ¿Cómo podía ser tan idiota? Siempre olvidaba borrar el historial del buscador.

-Pues no sé, hijo, porque yo no… Mala suerte, supongo. Oye -dijo, levantándose-, es muy tarde. ¿Por qué no lo hablamos mañana? Y mejor no se lo digas a tu madre, ¿eh?

-Vale.

El padre volvió a la cama, deseando haber olvidado aquella conversación a la mañana siguiente.

No tardó en dormirse.


E
speraba con otros niños a que vinieran a recogerle, sentado como ellos a la sombra, con la mochila al alcance de la mano y bajo la vigilancia de los monitores. Acababan de abrir la puerta del colegio, y su madre no tardaría. El calor, ya en junio, era aplastante.

-¿Y cómo era la tía? -preguntó Lucas.

Lucas estaba en su equipo, pero era de un curso inferior.

-Ya lo he contado mil veces -dijo con displicencia Tomás.

-Pero yo no estaba.

-Haber estado. Además, tú eres demasiado pequeño para esas cosas.

-Pero yo no -intervino Alejandro-. Y luego te cuento uno que vi yo.

Hicieron un aparte, dando la espalda al más pequeño.

-Tenía unas tetas enormes, era rubia. Uno de los tíos le daba azotes en el culo, que lo tenía así, en pompa, y a ella le gustaba. El otro le metió por...

Le dijo algo al oído.

-¡Venga ya! -dijo Alejandro-. ¿Y eso también le gustaba?

-Pues sí, era una motivada.

-Pues yo quiero ver ese vídeo.

-Mola un montón, no sé por qué no nos dejan ver esas cosas. Y el que viste tú, ¿cómo era?

-Bueno, he visto bastantes, uno que molaba era de...

Lucas, el pequeño, se había acercado, y ya pegaba la oreja, muy interesado.

La madre probó a coger la mano de su hijo suavemente. Para su sorpresa, sin decir palabra, Tomás no la apartó

Así siguieron, hasta que llegó la madre de Tomás, con la lengua fuera, como siempre. Hizo un gesto al monitor para que viera que se llevaba a su hijo, y los dos se encaminaron hacia la puerta.

-¿Qué tal el día?

-Bien.

-¿Algún examen, algún problema, algo especial?

-Nada.

-¿Nada de nada? ¿Seguro? Algo habrá, todos los días hay algo. Por ejemplo hoy, en la oficina, han cambiado por fin la máquina del café.

Caminaban calle abajo, buscando las sombras. Tuvieron que pegarse a la pared para dejar pasar a un grupo incontenible de adolescentes que ocupaba toda la acera con sus gritos y bromas. El niño tenía la cara colorada por el calor y el esfuerzo físico. La madre a veces se preguntaba si no sería un error haberle apuntado a multideportes a esa hora, con el verano ya tan cerca.

-Hoy tengo la tarde libre -dijo de buen humor-. Podemos aprovechar que no está tu hermano para ver una peli de las que él no puede ver. ¿Qué te parece?

Se rozaron las manos en el balanceo del caminar, y la madre probó a coger la de su hijo suavemente. Para su sorpresa, sin decir palabra, Tomás no la apartó. Andaban ahora de la mano, ya no muy lejos de su casa.

-Bueno, mamá -dijo Tomás después de pensar un poco-. En realidad lo que más me apetece es que hagamos uno de esos maratones de oca y parchís que hacíamos antes, ¿te acuerdas?

-Creí que ya no te gustaban... Las últimas veces me has dicho que no.

-¡Claro que me gustan! Me pido las fichas rojas.

La madre sonrió contenta.

Le gustaba que su hijo aún fuera un niño.