Image: Ve y pon un centinela

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Letras

Ve y pon un centinela

Harper Lee

24 julio, 2015 02:00

Harper Lee

Traducción: Belmonte Traductores. Harper Collins. Barcelona, 2015. 304 páginas, 19,90 €

Todos recordamos a Atticus Finch, del clásico de Harper Lee de 1960 Matar a un ruiseñor, como la conciencia moral de aquella novela: amable, sensato, honrado, una encarnación de la integridad que usaba sus dotes de abogado para defender a un hombre negro injustamente acusado de violar a una mujer blanca en una pequeña ciudad de Alabama plagada de prejuicios y odio, durante la década de 1930. Inolvidablemente interpretado por Gregory Peck en la película de 1962, era el hombre perfecto: padre modélico e idealista con principios, partidario de la justicia y la imparcialidad, casi un santo. En la vida real, la gente ponía a sus hijos el nombre de Atticus. Los universitarios estudiaban Derecho y se hacían abogados por Atticus.

Sorprendentemente, en la esperadísima novela de Lee Ve y pon un centinela, Atticus es un racista que una vez asistió a una reunión del Ku Klux Klan y dice cosas como: "Los negros de por aquí siguen estando en su infancia como pueblo". O le pregunta a su hija: "¿Quieres tener montones de negros en las escuelas y las iglesias y los teatros? ¿Los quieres en nuestro mundo?". En Matar a un ruiseñor, que Oprah Winfrey describió como "nuestra novela nacional", Atticus elogiaba los tribunales estadounidenses por ser "los grandes igualadores", consagrados a la defensa de la premisa de que "todos los hombres son creados iguales". En Ve y pon un centinela, ambientada en la década de 1950, critica al Tribunal Supremo, dice que quiere que al estado donde vive "lo dejen encargarse de sus propios asuntos sin los consejos de la NAACP" (Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color) cuyos abogados "acechan como águilas ratoneras".

En Matar a un ruiseñor, Atticus era un modelo de conducta para sus hijos, Scout y Jem (su estrella polar, su héroe, la figura moral más importante de su vida). En Ve y pon un centinela, se convierte en fuente de profundo dolor y desilusión para una Scout de 26 años (a la que ahora llaman Jean Louise). Aunque está escrito en tercera persona, Ve y pon un centinela, refleja el punto de vista de la Scout adulta: la novela narra la historia de su regreso a Maycomb (Alabama) para una visita -desde la ciudad de Nueva York, en la que vive- y su intento de afrontar la consternación que siente cuando cae en la cuenta de que Atticus y su novio de siempre, Henry Clinton, tienen ideas abominables sobre la raza y la segregación. Aunque Ve y pon un centinela se publica ahora por primera vez, fue en esencia una versión preliminar de Matar a un ruiseñor. Según la información publicada, la novela fue enviada a una editorial en el verano de 1957; después de que su editora le pidiese que la reescribiera centrándose en la infancia de Scout dos décadas antes, Lee se pasó cerca de dos años adaptando la historia, que se convirtió en Matar a un ruiseñor.

Algunos de los elementos de la trama de Matar a un ruiseñor que se han convertido en referentes se aprecian ya en la versión anterior de Ve y pon un centinela. El hermano mayor de Scout, Jem, que es un niño lleno de vida en Matar a un ruiseñor, está muerto en Ven y pon un centinela; el juicio del hombre negro acusado de violar a una joven blanca, que es un elemento esencial de la trama en Matar a un ruiseñor, solo se menciona de pasada en la nueva novela. (Curiosamente, el juicio acaba con un veredicto de culpabilidad para el acusado, Tom Robinson, en Matar a un ruiseñor, pero termina en absolución en Ve y pon un centinela).

A los estudiantes de escritura creativa, Ve y pon un centinela les resultará fascinante por tres motivos: ¿cómo se convirtió una irregular historia sobre el doloroso descubrimiento por parte de una joven de las ideas intolerantes de su padre en un clásico sobre el fin de la infancia de dos niños y sobre su devoto padre viudo? ¿Cómo se transformó una angustiosa narración llena de personajes que sueltan peroratas cargadas de odio -que van de lo indiferentemente condescendiente a lo asquerosamente grotesco (y que, se supone, pretenden reflejar los prejuicios extremos que existían en las ciudades del Sur Profundo en los 50)- en una novela de redención asociada al movimiento de los derechos civiles y aclamada, en palabras del antiguo activista de los derechos civiles y congresista Andrew Young, por ofrecernos "una sensación de humanismo y decencia nacientes?".

¿Cómo pasó de ser una historia sobre el descubrimiento de las terribles opiniones de un padre reverenciado a convertirse en una parábola universal sobre la pérdida de la inocencia, tanto la inevitable pérdida de inocencia que experimentan los niños al tomar conciencia de la complejidad de la vida adulta como la cruel destrucción de la inocencia por parte del mundo (cuyo símbolo es el ruiseñor y que encarnan Robinson y el elusivo e inadaptado Boo Radley)?

El retrato de Atticus en Ve y pon un centinela constituye una lectura perturbadora, y para los admiradores de Matar a un ruiseñor resulta especialmente desconcertante. Scout se horroriza al descubrir, durante su viaje al hogar, que su adorado padre, que le enseñó todo lo que sabe sobre la justicia y la compasión, se ha estado relacionando con unos locos racistas contrarios a la integración, y el lector comparte su horror y confusión. ¿Cómo ha podido el venerado Atticus -descrito al principio casi en los mismos términos que en Matar a un ruiseñor- transformarse de repente en un intolerante? Las ideas sobre los tiempos que cambian y los efectos polarizadores del movimiento de los derechos civiles parecen insuficientes cuando se trata de explicar un cambio tan radical, y el lector no puede evitar sentirse perplejo y consternado.

Aunque carece del lirismo de Matar a un ruiseñor, las partes de Ve y pon un centinela que guardan relación con la infancia de Scout y su romance con Henry, ya de adulta, retratan el ritmo cotidiano de la vida en una ciudad pequeña y están salpicados de descripciones de personajes secundarios cuyas limitadas vidas puede recordar a la de Barbara Pym, condimentada con un rústico toque de humor estadounidense. Y nos recuerda que Matar a un ruiseñor, la novela, tenía más que ver con las tramas cotidianas de la vida de Scout y Jem y el universo de Maycomb que la película del mismo título, más centrada en Atticus y el juicio de Robinson.

El consejo que Lee recibió de su primera editora fue muy acertado: trasladar la historia 20 años atrás, a la infancia de Scout, y ampliar lo que en Ve y pon un centinela son escenas retrospectivas que sirven para subrayar la desilusión que Jean Louise siente ante el Atticus actual, de 72 años. ("No volveré a creerme nada de lo que me digas. Os desprecio a ti y a lo que representas"). La desilusión de Scout en Ve y pon un centinela es curiosamente similar a la de Jem en Matar a un ruiseñor, cuando Atticus no consigue la absolución de Robinson y Jem se da cuenta de que la justicia no siempre prevalece.

Otra diferencia fundamental entre ambos libros atañe a la decisión de convertir a Scout ("forajida juvenil, camorrista") en narradora de Matar a un ruiseñor, una decisión que Lee ha ejecutado con destreza, logrando la doble hazaña de reflejar tanto el punto de vista de una chica franca, traviesa y lista como la sabiduría retrospectiva de una adulta. En algún punto del camino, el impulso que mueve la escritura también parece haber cambiado. Ve y pon un centinela se lee como si estuviese alimentada por el distanciamiento que una hija -que, como Lee, se traslada de una pequeña ciudad de Alabama a Nueva York- podría sentir al regresar a su casa natal. Parece querer documentar lo peor de Maycomb respecto a los prejuicios raciales, la animadversión y la hipocresía y estrechez de miras de la gente. Matar a un ruiseñor, en cambio, supone un esfuerzo decidido por ver tanto lo malo como lo bueno de la vida de una ciudad pequeña, el odio y la humanidad; presenta una relación idealizada entre padre e hija (en Ve y pon un centinela, un familiar señala que dicha relación le ha impedido a Jean Louise llegar a ser ella misma) y contempla el pasado como un recuerdo muy preciado. En una entrevista de 1963, Lee, que ahora vive en su ciudad natal, Monroeville (Alabama), decía de Matar a un ruiseñor: "El libro no es tanto una acusación como una petición, un recordatorio para la gente de mi lugar de origen".

Uno de los argumentos transversales en las dos novelas es la petición de empatía. En la primera, Atticus le dice a Scout: "Uno nunca entiende de verdad a una persona hasta que se plantea las cosas desde su punto de vista". La diferencia es que Matar a un ruiseñor insinuaba que debemos sentir compasión por los inadaptados como Boo y Tom Robinson, mientras que Ve y pon un centinela nos pide que tratemos de entender a un intolerante llamado Atticus.

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW