Image: Los túneles del paraíso

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Letras

Los túneles del paraíso

Luciano G. Egido

31 julio, 2009 02:00

Luciano G. Egido. Foto: J. M. García

Tusquets. Barcelona, 2009. 400 páginas. 20 euros


Luciano G. Egido (Salamanca,1928) irrumpió en la novela española de finales del siglo XX con su madurez creadora de escritor tardío. Su prestigio entre la crítica más solvente y los lectores más atentos ha permanecido incólume. Y perdura en la primera línea de los mejores novelistas actuales, fiel a sí mismo en la expresión de conflictos universales a partir de su literaria provincia salmantina. Prueba ejemplar es la última novela, Los túneles del paraíso, de cuyo significado suscribo estas palabras del autor en un colofón titulado "Creden-ciales": "me parece una metáfora sobre la condición humana, empeñada en elaborarse nuevos fracasos, que le ocultan su nada germinal, abocada siempre al desencanto [...]. Pero su grandeza estriba en seguir ensayando los caminos de una felicidad esquiva"(p. 388).
En perfecta simetría con la explicación autorial de "Credenciales" la novela se abre con una "Introducción", en la cual el autor implícito pone a prueba su fuerza creadora para "contar aquella historia épica, sin héroes, de trabajos y de muertos, de absurda voluntad de hacer, [...] de cambiar el mundo, de inconformismo, de avaricia, de sueños y de egoísmo" (pág. 14). Son muchas más las simetrías compositivas que anudan la estructura coral de esta novela polifónica, encabezada por cuatro textos que adelantan un pórtico multiplicado en varios tiempos y espacios, narrada en 4 partes con mayor número de capítulos en las dos centrales y cerrada con un "Epílogo" en 2 capítulos que enlazan con los 4 del comienzo.
La historia novelada recrea la épica cotidiana en la hercúlea labor de miles de trabajadores en la construcción de los ferrocarriles que comunicarán los pueblos salmantinos del Duero con los vecinos de Portugal. Los cuatro años (1883-1887) que duró la construcción de aquella gigantesca obra de ingeniería ferroviaria aportan el marco a partir del cual el autor crea un microcosmos de pasiones primarias alimentadas por miles de obreros a solas con la montaña hostil, con la voracidad explotadora de sus jefes y con el peso de su pasado turbio, en busca de un destino mejor que sólo les ofrece un precario sueldo con el que poder emborracharse los domingos y consolar sus carnes con una puta inglesa que también acaba siendo engañada, como todos.
Pasiones elementales encarnadas en la ruda hombridad, que también sabe de sentimientos nobles y solidarios, marcan el eje argumental de la novela y su primer nivel de significado. Nada humano queda sin registrarse: la épica de la lucha diaria, la explotación sin límites, la amistad, el odio, el sexo, el amor y la muerte son sus manifestaciones más destacadas. Pero el sentido profundo de la novela está en su metáfora del fracaso de las aspiraciones humanas y, por encima de la derrota, en la necesidad de volver a intentarlo. Dicha complejidad temática recibe su adecuado tratamiento en el perspectivismo múltiple que permite contar y describir los mismos hechos, personas y lugares desde puntos de vista diferentes. Sólo citaré la fecunda complementariedad que el predominio del narrador omnisciente (cuyo interés por el hombre concreto le hace presentar con nombre y apellido a sus personajes) recibe de las cartas en primera persona que un ingeniero escribe a su prometida. Basta con leer la primera (I parte, cap. 1), en la cual descubre sus emociones estéticas ante el paraíso natural al que acaba de llegar, y la última (IV parte, cap. 1), donde se despide con la revelación de su fracaso. Al cabo, unos ponen la fuerza y otros se llevan los honores. Por eso Eleuterio, acabadas las obras en las que ha perdido un brazo, no puede ni regresar en el tren que él ha ayudado a poner en marcha y es arrojado en la primera estación por no poder pagar su billete. Y hay que destacar como cualidad sobresaliente la riqueza y fuerza expresiva de una prosa ajustada al rito narrativo, envolvente y musical en afortunadas descripciones del paisaje, de factura humorística y grotesca en muchos retratos animalizados, descarnada y brutal en los diálogos de voces fantasmales cuyo eco es lo único que queda de tanto dolor.

Algo personal

- En la introducción anuncia una historia épica sin héroes. ¿Tan escéptico es respecto a su existencia?

- No creo en los héroes y menos en los de novela. En la literatura actual no hay héroes salvo en algunas novelas decimónonicas que todavía se escriben...

-¿Qué queda de la solidaridad de los trabajadores de su novela?

- Queda mucho menos que antes, y no sé si es una ventaja o un inconveniente.

-¿Conducen a alguna parte los túneles de la vida?

- Al principio el túnel era un dato geológico y sólo al acabar la novela se me hizo evidente que constituía una metáfora de la vida y de la historia. No, no conducen a ningún sitio o, al menos, no lo sabemos.