Image: Gustavo Martín Garzo

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Letras

Gustavo Martín Garzo

“Las editoriales contestaban con cartas tan corteses como implacables”

3 julio, 2008 02:00

Gustavo Martín Garz. Foto: Christian Maury

Corría el año 1991 cuando gané un premio literario en León. Era un premio a un libro de relatos, y lo mejor era su jurado, en el que estaban Antonio Pereira, Antonio Gamoneda, Luis Mateo Diez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio. El libro se titulaba El amigo de las mujeres, y lo había escrito siguiendo las huellas de Gómez de la Serna, que es un escritor que me encanta. Todavía recuerdo la voz de Luis Mateo Diez anunciándomelo por teléfono. Entonces no le conocía, y su llamada me hizo tocar el cielo.

Recuerdo que acababa de terminar El lenguaje de las fuentes, y lleno de euforia por el premio me decidí a probar suerte a lo grande. Hice seis copias, que envié a las editoriales que más me gustaban, y me puse a esperar. Las editoriales contestaban entonces religiosamente, y unas semanas después empecé a recibir las negativas. Debo reconocer que me deprimía mucho, y todavía hoy en mi casa suelen recordarme en bromas los disgustos que me llevaba cuando recibía aquellas cartas tan corteses como implacables en que me decían que la publicación de mi libro no entraba en sus planes editoriales de ese año. Es un rasgo negativo de mi carácter, siempre tiendo a pensar que los demás tienen razón en sus críticas, tal vez porque soy el primero en saber que mis libros están llenos de defectos.

Ya lo daba todo por perdido, cuando inesperadamente recibí una llamada de la editorial Lumen de Barcelona. Querían informarse si me había comprometido con otra editorial y les dije perplejo que no. Al día siguiente fue Esther Tusquets quien me llamó para decirme que le había gustado mucho mi novela y quería publicarla en su colección Palabra en el tiempo. No daba crédito a lo que estaba oyendo. Lumen era una editorial mítica para mí, y en aquella colección Esther había publicado a escritores como Franz Kafka, Flannery O'Connor. Herman Broch o James Joyce. Y, aunque la posibilidad de estar junto a ellos me pareció un auténtico disparate, le dije entusiasmado que sí.

Todavía recuerdo cuando recibí el primer ejemplar. Tenía una portada de Dante Gabriel Rossetti, y su color blanco y su brillo le hacían parecer un esmalte oriental. Creo que pocas veces he sido tan feliz. No podía separarme de él, y en los días siguientes lo llevaba conmigo a todos los lados. Fuimos a un restaurante para celebrarlo. Lo eligieron nuestros hijos, por lo que terminamos en uno chino llamado la Gran Muralla. No importaba, nuestra felicidad nos compensó sobradamente del arroz tres delicias y los rollitos de primavera.

Enseguida llegó la Feria del Libro de Madrid y me pidieron que fuera a firmar. Me pareció partir a la conquista de la capital, pero pronto se enfrió mi entusiasmo. Ver aquella cantidad de casetas, y los miles de libros expuestos en ellas heló mi sangre. ¿Que sería de mi pobre libro en medio de aquella selva innumerable y umbría? Firmé dos ejemplares. Mientras esperaba en la caseta, se acercó Mario Vargas Llosa. Pensé en regalarle mi novela, pero no me atreví. Entonces, creyéndome un dependiente, me pidió que le acercara uno de los libros de un estante lejano, y lo hice sin rechistar.

Esa misma semana se organizó una presentación en la FNAC, y cuando llegué el salón estaba lleno de gente. Yo no podía entender que les había reunido, pues nadie me conocía, y empecé a hablar de mi novela con entusiasmo. Pero hablaba y hablaba y mi público no manifestaba interés alguno por mis palabras. No sólo eso, sino que, al terminar, nadie se movió de su asiento. Cuando abandoné la sala me explicaron lo que pasaba. Aquellas gentes no habían sufrido la abducción de su alma, como en la película Los ladrones de cuerpos, sino que justo después se presentaba la versión cinematográfica de La pasión turca, y habían asistido a mi acto sólo para guardar sus asientos.

Debo decir que no me importó, incluso me sentí afortunado. Volvía a casa con algo que contar, algo gracioso que sin duda haría sonreír a quienes me escucharan. ¿Qué mejor bautismo, me dije, para mi recién estrenada vida de escritor?

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DESDE ENTONCES

Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) ha dado a la imprenta novelas y libros de relatos como Marea oculta (1995), La princesa manca (1995), La vida nueva (1996), ña y Bel (1997), El pequeño heredero (1997), Las historia de Marta y Fernando (premio Nadal, 1999), El valle de los gigantes (2000), La soñadora (2001), Los amores imprudentes (2004) (2006), em>El jardín dorado (2008), Tan cerca del aire (Premio Ciudad de Torrevieja, 2010) o Y que se duerma el mar (2011). El autor vallisoletano ha escrito además libros infantiles tales como El hilo azul (2001) o El libro de los encargos (1993) y ha obtenido en su última edición el premio Castilla y León de las Letras.