Letras

Premios y Príncipes

20 octubre, 2005 02:00

25 años del Premio Príncipe de Asturias

Parece mentira. De pronto, sin apenas darnos cuenta, han pasado veinticinco años de la creación de los Premios Príncipe de Asturias. 25 años de incertidumbres y desafíos en todos los órdenes. También en lo cultural. Los jurados han intentado, con sus luces y sus sombras, premiar la excelencia. Y lo han conseguido. En el campo de las Letras, por ejemplo, es evidente que sí son todos los que están, a pesar de alguna ausencia voluntaria como la de García Márquez. Francisco Umbral, premiado en 1996, nos escribe sobre “este premio de cuello largo” que “va asomándose a todos los espejos de la cultura”. También recorremos muy brevemente los trabajos ejemplares de alguno de los grandes galardonados: desde José Hierro, que abrió brecha en 1981, hasta la brasileña Nélida Piñón, que mañana subirá al escenario del Teatro Campoamor para recoger su premio. Nada menos que doce, de los veinticinco galardonados con el premio de las Artes, son artistas o arquitectos. Dos poetas, Luis García Montero y Andrés Sánchez Robayna, rinden homenaje en estas páginas a los dos grandes pintores vivos premiados: Antonio López y Tàpies. En el apartado teatral, han sido cuatro nombres esenciales los distinguidos: los dramaturgos Francisco Nieva y Arthur Miller y los actores Vittorio Gassman y Fernando Fernán Gómez, que también son hombres de cine, como los también premiados Luis García Berlanga y Woody Allen, con quien ha hablado El Cultural. La música ha tenido un destacado papel en la historia de los Premios. El primer premiado fue el director Jesús López Cobos, que nos habla sobre el significado del galardón. Llegaría después el reconocimiento al “canto colectivo” del Orfeón Donostiarra, cuyo director José Antonio Sainz Alfaro nos recuerda en un artículo la euforia general que provocó el premio en todo el coro. Y, finalmente, la ciencia, un territorio que los Príncipe de Asturias han mimado especialmente. El Cultural ha hablado con el neurólogo portugués Antonio Damasio, último galardonado en el apartado de Investigación Científica y Técnica, y recorre algunos de los principales nombres de la ciencia realizada en español reconocidos con el premio.

El Príncipe de Asturias es un premio esbelto que acoge el fulgor americano de Nélida Piñón y de Claudio Magris. Otro año desvela a la gran escritora norteamericana Susan Sontag, en compañía del exotismo de Fatema Mernissi, o viaja al realismo norteamericano de Arthur Miller, o he aquí que todo el jurado vuelve el cuello hacia Doris Lessing, Augusto Monterroso o Gönter Grass, Francisco Ayala o álvaro Mutis. Francisco Umbral 1996, Carlos Bousoño, Carlos Fuentes, Claudio Rodríguez, Francisco Morales, Uslar Pietri, Ricardo Gullón. El Premio Príncipe de Asturias llegó a entusiasmarme por primera vez en el ensayismo profundo y sombrío de Susan Sontag, esa mujer que es por antonomasia la intelectualidad de América, el éxtasis femenino de la mujer pensante, la violencia inmóvil de esos contingentes de mujeres tan importantes en aquella democracia. Norteamérica es un país volcado en la satisfacción de la mujer, invención cotidiana de eso que Gilles Lipovetsky ha llamado “el imperio de lo efímero”. Por eso una mujer como ella, padre y madre de las pioneras, puede escribir en perpetua rebeldía para enseñanza del mundo entero. Todos los presidentes han pretendido ganarse electoralmente a la mujer minoritaria, adusta, pensante, pero, metidos en faena, nunca han ido más allá de los sainetes presidenciales de Clinton. Ahora se está pensando en encontrar una presidenta, lo cual sería una trampa para sujetar a las subversivas y ganarse a la multitud de rubias que todavía quieren ser libres como en las películas, no como en la vida.

Así vemos cómo este Premio de cuello largo va asomándose a todos los espejos de la cultura desde Claudio Rodríguez a Paco Nieva, desde el pueblo de Puerto Rico a Ricardo Gullón, desde Carmen Martín Gaite a la poesía intelectual de José ángel Valente y desde la saga poderosa de Camilo José Cela a la página americana de Vargas Llosa más aquella poesía realista y sincera de ángel González.

El Príncipe de Asturias es un premio académico que visita a Rafael Lapesa, un premio críptico que visita a Pablo García Baena en su Andalucía donde la noche pasa como una procesión. O el milagrismo de Juan Rulfo o el emparejamiento de Torrente y Delibes, hasta llegar al hierro colado de José Hierro.

A Arthur Miller le conocí aquí en Madrid. Donde se tenía más cerca al inteligente judío. Miller hizo un teatro realista y se casó con Marilyn Monroe, cubriendo así todo el cielo social americano, de la starlette al viajante de comercio, ese viajante que son todos los americanos que a los treinta años no han hecho fortuna ni tienen un casino de juego en Atlanta. Miller acabó el ciclo Marilyn escribiendo para ella una película, Vidas salvajes, donde la dejaba en mitad del desierto frente a la urgente violencia de América y a la fugacidad del propio mito de la estrella. En aquella película no sólo se mataban caballos sino también grandes estrellas desconocidas. Así, el premio de literatura Príncipe de Asturias reclama a los autores palpitantes de Norteamérica, a las mujeres de Suramérica, mujeres de caligrafía cálida y mucho que contar, a los poetas españoles posteriores al 27, a los prosistas, a los poetas que dio la tierra, como Claudio, a los académicos de condición pensante, a esas escritoras madrileñas de abanico y visillos, como la Martín Gaite, a los grandes galdosianos, como Torrente y Delibes, etc.

Gönter Grass es uno de los intelectuales europeos de mayor influencia en sus compatriotas. Escribe cosas muy bellas y hace la crítica de su país directamente, mediante el ensayo, o indirectamente, mediante la novela. Gönter Grass es ese escritor fundamental serio y profundo, que encontramos siempre en el nudo de Europa, bien sea con Goethe con su clariver, bien sea Voltaire, que resume en sí a Montaigne y Montesquieu. Gönter Grass es el alemán que no gana ni pierde batallas porque sólo combate en batallas intelectuales. Y tiene un único enemigo, el poder.

Este premio plural, original en el mundo, actualísimo y divulgado, es como un segundo Cervantes más letraherido, como ese café que hay en Oviedo, lleno de tertulias. Una tertulia recoge a los americanos, otra a los yanquis, otra a los paisanos ilustres, como Bousoño, y otra a los niños de la postguerra como Claudio, Valente y José Hierro, que acabaron con la poesía prosaica y encendieron nuevas galaxias por el cielo de España.

Los habitados vinos de José Hierro, las derribadas milanas de Delibes, los relatos sonámbulos de Rulfo, las fantasías teatrales de Paco Nieva, los corrales de Claudio, como sábanas de sol tendidas en el cielo, la prosa germánica y minuciosa de Gönter Grass, el tropel neoyorquino de Miller, el heroísmo femenino de Nélida Piñón, etc.

El premio anual Príncipe de Asturias va de la literatura a la música y de la política al periodismo. Es un premio como de cuento de hadas que se hizo realidad cuando Letizia y el Príncipe Felipe se conocieron en él. Como decíamos al principio, un premio esbelto bajo la sonrisa aplaciente de la Reina y el saludo juvenil y erguido del Príncipe.

Yo recuerdo que me cogí el avión de Oviedo e hice el viaje con el grupo de Adolfo Suárez. Llegamos a Asturias descargados de política y a mí me esperaba mi familia en el aeropuerto. En el hotel recuerdo a los Tamames, a Cándido, a Esperanza Aguirre y a un periodista italiano, Indro Montarelli, de quien había sido amigo en Roma cuando él tenía tertulia en la Piazza Navona y yo en la Piazza del Popolo, con Aquilino Duque. En mi libro de Argöelles me parece que lo cuento. Ya en el escenario, me confundí de micrófono, pero luego leí muy bien y Lázaro Carreter y su señora me felicitaron. Para echar un buen discurso me tomé una ginebra con valium. Por entonces era mi fórmula.

25 años del Premio Príncipe de Asturias
Premios y Príncipes, por Francisco Umbral
Los Príncipe de Asturias de las Letras
Ser y estar a medias, por Luis García Montero
Realidad sin mediación, por Andrés Sánchez Robayna
Artistas Príncipe de Asturias
Cómicos y poetas de la escena, por Javier Villán
Woody Allen, Príncipe de Asturias de las Artes 2002
Jesús López Cobos, Príncipe de Asturias de las Artes en 1981
Músicos Príncipe de Asturias
Orfeón Donostiarra, el canto colectivo, por José Antonio Sainz Alfaro
Antonio Damasio, Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2005
Los Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica