GSteiner

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Letras

Lecciones de los maestros

21 octubre, 2004 02:00

George Steiner

Traducción de María Condor. Siruela, 2004. 187 páginas. 17,45 euros

En el examen de su vida que Steiner publicó en 1998, Errata, confiesa, entre sus errores, el no haber sido capaz de formar una escuela surgida de su obra, pese a afirmar que la relación entre maestro y alumno es una alegoría del amor desinteresado y hacer mención, en los agradecimientos, a sus discípulos, si bien con ese deje de acíbar consustancial a lo que escribe.

Este tema, el del magisterio, domina en el presente libro, fruto de las Charles Eliot Norton Lectures que Steiner dió en Harvard durante el curso 2001-2002 a modo de despedida. Y lo hace con una serie de glosas acerca de los grandes maestros, pero sus reflexiones lo llevan desde los sofistas hasta nuestro comienzo de siglo, tan incierto para el futuro de las Humanidades. Steiner cierta vez se definió como “un mandarín autista... que sufre el cáncer de la visión” y no deja de hacer gala aquí de todo ello, pues por una parte exhibe su rara erudición y por otra se nos muestra una vez más como develador pesimista de la posmodernidad. En todo caso, el magisterio tiene para él dos caras inconfundibles: representa un ejercicio más de relaciones de poder, pero se explica desde el mistérico uso de la palabra.

Lógicamente, comienza con la figura de Sócrates, el maestro ágrafo que negó la virtualidad de la escritura para transmitir el saber, tal y como se recoge en el Fedro platónico. Y establece un paralelismo entre él y Jesús, pues a ambos los considera ejes centrales de nuestra civilización. Página a página, capítulo a capítulo, a veces con piruetas funambulescas que producen vértigo en el lector, el ensayista va desarrollando su tema a través del tiempo y del espacio, saltando del neoplatonismo al cristianismo, de los maîtres à penser franceses a los entrenadores deportivos, que le parecen iconos de la sociedad norteamericana, repudiada y admirada a la vez por Steiner, donde desde su costa del Pacífico se propaló “lo que se suponen revelaciones indias, chinas y del Extremo Oriente” ya prendidas “en el inquieto corazón de la modernidad y su pavor al vacío” (pág. 149). Y siempre, el gran tema de los judíos, un pueblo de profesores, según cita de Saul Bellow, una estirpe en perenne discipulazgo “como aprendizaje de Dios” (pág. 145).

Esta impronta judaica penetra en la poética y la filosofía modernas a través de figuras como H.Bloom y Lévinas. Y las disquisiciones de Steiner, por más omnicomprensivas que nos puedan parecer, no dejan de remitir a su experiencia directa de scholar en los campus americanos.

Steiner concluye este ensayo -más ligero, menos “atormentado” que otros suyos- analizando la situación actual del magisterio, y la interferencia en su proceso de la sociedad tecnológica y la casi obligada especialización. Mencionando a Ortega, aduce que la aristocracia intelectual inherente a la transmisión de la sabiduría tampoco parece ser ya de hoy, cuando la única distinción que suele admitirse es la del deporte y el show business. No sabemos bien si como un aserto o como un conjuro afirma que la vocación de enseñar, “cómplice de una posibilidad trascendente” (pág. 173), siempre existirá, así como también del amor sciendi de algunos discípulos.