Letras

Amor entre hielo y fuego

Diego Morón

1 julio, 2004 02:00

Accésit premio Cajamadrid. Lengua de Trapo, 2004. 21 páginas, 16 euros

Que la pulsión violenta es una de las que gobiernan las acciones del hombre es algo que a estas alturas no nos sorprende. Sin embargo, el asunto suscita interés entre nuestros narradores más jóvenes. Y no sólo interés: también repulsa y una actitud crítica que obliga a tomar posiciones frente a una de las grandes lacras de la modernidad.

Eso ha hecho, precisamente, Diego Morón (Madrid, 1975) en su primera novela -accésit al II premio de Narrativa Caja Madrid- al presentarnos unos personajes que parecen sacados de una película americana: un jugador de hockey sobre patines, Burt Smith, su mujer Vicky, sus tres niños, su entrenador, sus rivales, su abogado y su psiquiatra. El tal Smith, un personaje repugnante del cual el autor no se apiada ni por un momento, es un "supermacho" aclamado por multitudes de enfervorizados fans, cuya concepción de la vida se resume así: "Ir por ahí machacando cráneos es algo que está mal pero relaja muchísimo" (pág. 14).

No es nada difícil imaginar que el tal Smith se mete en un lío y que ese lío tendrá que ver con su brutalidad. En efecto: uno de sus contrincantes morirá degollado. ése es el punto de inflexión a partir del cual el novelista se explaya diciendo que la violencia a menudo es el único recurso y que, cuando nada sirve para esconderla o negarla, sólo cabe la mentira. Un mensaje que coloca a parte de la sociedad estadounidense en el punto de mira y que se suma a los discursos que intelectuales de todo el mundo están lanzando contra el presidente del país más poderoso del mundo. En ese sentido, la novela no puede más que despertar las simpatías de quien esto firma.

Sin embargo, debemos analizar los aspectos puramente literarios. Pese a que el realismo de que el autor ha querido dotar a los abundantes diálogos que jalonan la acción, hay algo en ellos que no acaba de funcionar. Acaso el autor debería haber ido más allá en su apuesta lingöística: distinguir con mayor claridad entre narrador y personajes, pulir ciertos deslices -cacofonías, vulgarismos...- y jugar más la baza de la caracterización. Qué bien le hubiera sentado a esta historia un discurso mucho más malintencionado. Con todo, la reflexión sobre la violencia y la fina ironía sobre el desenlace, a base de trapicheos, está servida. Degústenlo.