Image: El Rey según Paul Preston

Image: El Rey según Paul Preston

Letras

El Rey según Paul Preston

El historiador británico publica su biografía sobre Don Juan Carlos

27 marzo, 2003 01:00

Juan Carlos I. Foto: Mercedes Rodríguez

Tras décadas de estudio, el historiador Paul Preston acaba de publicar su esperada biografía sobre Juan Carlos. El rey de un pueblo (Plaza & Janés), un análisis exhaustivo que recorre la vida del Rey de España desde su nacimiento hasta el año 2002. Con una salvedad esencial: el hispanista ha preferido basar su riguroso trabajo en su investigación y en otros libros publicados anteriormente y no entrevistar personalmente al monarca y su entorno, a pesar de las facilidades que desde Zarzuela se le han ofrecido.

La biografía de Paul Preston comienza planteando los dos "misterios centrales en la vida de Juan Carlos". El primero son las razones por las que el joven príncipe aceptó "que su padre le entregara atado de pies y manos" al franquismo. El segundo, "algo más impenetrable" según Preston, es cómo un príncipe heredero de una familia "con tradiciones autoritarias, obligado a actuar dentro de unas normas inventadas por Franco" se comprometió con la democracia. Y la clave de ambos la da el propio monarca: "Para un político, el oficio de Rey es una vocación, ya que le gusta el poder. Para un hijo de Rey, como yo, es otro asunto distinto. [...]En casa de los Borbones, ser Rey es un oficio".

El joven Príncipe (1948-55)
A dar respuesta a estos enigmas dedica Preston su libro, en el que analiza la personalidad del joven Príncipe que llega a España en 1948, tras el pacto alcanzado entre su padre, Don Juan, y Franco. Según el testimonio de Jesús Pabón, "la impresión -primera y última- que produce y deja Don Juan Carlos es la de ser, fundamentalmente, bondadoso". Fontanar -prosigue Preston- entraba en más detalles, describiendo al Príncipe como "generoso, afectuoso, dócil, bondadoso, modesto, desconocedor del rencor, simpático, valiente, guapo y habilidoso en los ejercicios físicos". Pabón decía: "El Príncipe es naturalmente tímido y como todo tímido reacciona superando, por compensación, la timidez mediante una cierta vehemencia y hasta violencia en la expresión, en el gesto o en la palabra".

Tras analizar los estudios del joven Juan Carlos y su vida cotidiana, se adentra Preston en una de las cuestiones claves de la biografía: su designación "como sucesor a título de Rey" en 1969. En este caso, el historiador afirma que ya hacia 1966 "Juan Carlos había aceptado la idea de desbancar a su padre". Y lo había ido asumiendo por un buen puñado de factores entre los que destaca sus contactos con figuras del régimen como Carrero Blanco o tecnócratas como López Rodó, que "le habían convencido de que su padre nunca sería nombrado sucesor".

Meta a la vista (1966-1969)
También su educación y viajes por España le habían dado una imagen del país muy diferente a la que existía en Estoril, la imagen de un país con inmerso en los planes de desarrollo de los 60. Y Preston va más allá: "Para don Juan, Franco era el traidor que le había privado del trono con argucias. El Franco paternal que conoció Juan Carlos parecía más benévolo que dictatorial" (pág. 237).

Fue una época dificilísima, en la que el Príncipe hubo de protegerse de las asechanzas de los falangistas ultramontanos y del entorno de Franco. No hay demasiadas sorpresas en estas páginas. Tampoco el relato de la visita de la Reina Victoria Eugenia a España para asistir al bautizo de Don Felipe contiene ninguna revelación, pues coincide con la versión de Pabón según la cual la Reina le pidió a Franco que terminara su obra y designara al Rey de España: "Ya son tres. Elija. Hágalo en vida: si no, no habrá Rey", dice que dicen que dijo la Reina. Según Preston, que sigue a Pabón, López Rodó y Salgado-Araujo, Franco afirmó que la reina había dicho que aceptaría al sucesor que él eligiera, siempre que fuera descendiente de Alfonso XIII. Añadió además que ella "había indicado su predilección por Juan Carlos, al que veía maduro y bien preparado, pero que no hizo ningún comentario sobre la sucesión". En realidad, apunta, su preferencia debió hacerse patente cuando, al saludar a don Juan en el aeropuerto, se inclinó con una reverencia, como ante un rey". Eso sí, Preston apunta que Luis María Anson discute toda la historia,y especialmente que la Reina hablara en ese tono a Franco.

Más interés tienen las páginas sobre la designación, en las que señala que cuando Don Juan Carlos fue a visitar a Don Juan a Estoril en julio de 1969, sí tenía motivos para pensar que iba a ser el sucesor, aunque no la certeza. También descubre que fue Miguel Primo de Rivera, entonces alcalde de Jerez, y buen amigo del Príncipe, el primero en dar a Don Juan Carlos la noticia de su inminente designación. Tras una reunión con Franco, que le pidió que guardara el secreto, Primo de Rivera subió a su coche " y, mirando constantemente el espejo retrovisor por si le seguían, se dirigió velozmente hacia La Zarzuela. Allí encontró a Juan Carlos en la piscina. Cuando le dio la noticia al Príncipe, este dio un grito de alegría, y los dos saltaron a la piscina, aunque el alcalde de Jerez aún llevaba puesto el chaqué de rigor para las visitas a El Pardo" (pág. 263). También López Rodó fue a contárselo "confidencialmente". Pero, ¿cuándo fue informado por el dictador? Preston, con Pabón, Armada y el propio Rey en sus conversaciones con Vilallonga, apuesta por el 15 de julio, y no por el 12, como afirma Rodó, fecha en la que el príncipe estaba en Estoril con su padre, porque, apunta, ese retraso de tres días"implicaría una duplicidad y cobardía por parte de Juan Carlos sumamente atípicas", e indicaría un descuido "muy poco característico por parte de Franco". Sobre la reacción de Don Juan, se atiene a lo expuesto por Anson en su biografía.

Por la democracia (1980-81)
A pesar del interés de los capítulos que estudian lo ocurrido hasta la muerte de Franco ("Bajo sospecha, 1969-1974") o los avatares de la Transición ("En el poder, 1974-1977"; "Jugándose la Corona"), vale la pena detenerse en el décimo, "Luchando por la democracia, 1980-1981". Tras analizar la crispación que rodeó la dimisión de Suárez y el malestar del ejército ante los atentados y secuestros perpetrados por ETA, Preston descubre a los personajes clave que acabaron con la intentona golpista. Por ejemplo, el general Juste Fernández, al que la insistencia de Pardo Zancada en que la Reina apoyaba el golpe le suscitó serias dudas, pues siendo agregado militar en Roma en 1967 la había conocido y "había quedado totalmente convencido de que nunca daría su aprobación a un golpe militar en España". También el general Quintana Lacaci, "profundamente conservador pero fieramente leal al Rey", sería clave.

Cuando Don Juan Carlos ya estaba informado del golpe y trabajaba para desmontarlo, la diputada socialista Anna Balletbó, que logró salir del Congreso tomado por los golpistas de Tejero, le telefoneó para preguntarle qué pensaba hacer. La respuesta de Don Juan Carlos fue tajante: "El Rey está al servicio de los más altos intereses de España"; "al añadir ella ‘¿y?’ prosiguió: ‘y de la democracia’". Y subraya Preston: "Las frenéticas operaciones para desmantelar el golpe estuvieron coordinadas desde Zarzuela por el Rey, quien aportó su autoridad y su decisión, y por Sabino Fernández Campo", al que define como el estratega decisivo. Sobre este episodio, Preston aporta una perspectiva de la que carecieron obras anteriores.

La sombra del éxito (-2002)
Treinta páginas desentrañan lo sucedido desde entonces a nuestros días, es decir, desde que Don Juan Carlos, al hacer frente al golpismo "dio una segunda oportunidad a la democracia española" hasta que pudo dejar de actuar como "bombero" de la situación política nacional. Así, explica Preston cómo "Las excesivas expectativas de 1977 habían desaparecido con los años de terrorismo y golpismo, y se aceptaba mayoritariamente que la democracia era [...] una cuestión de vida o muerte para la nación". A pesar de los intentos de socavar la posición del Rey intentando implicarle en el 23-F, y de algunos atentados frustrados, los 80 fueron años tranquilos, en los que España se convirtió en un "Estado semifederal", y la corona, en "símbolo de la unidad y permanencia del Estado". Su influencia siguió siendo "una constante en la política española". En cambio, en los 90, denuncia Preston, se intentó "desprestigiar su imagen asociándola a los escándalos financieros que iban a plagar la vida política española". Sin éxito. Y concluye: "Para Juan Carlos [...] vivir como un rey ha significado sacrificio y dedicación en un grado tal que ha dotado a la monarquía de una legitimidad impensable en 1931, en 1939 e incluso en 1975".

El piloto del cambio
Una de las primeras biografías del Rey y sin duda alguna una de las más interesantes fue El piloto del cambio. El rey, la Monarquía y la transición a la democracia (Planeta) con la que Charles Powell obtuvo en 1991 el premio Espejo de España. A diferencia de la de Preston, que además la menciona y utiliza profusamente, la de Powell se centra en el papel esencial del monarca en la transición, pero carece de la rigurosa investigación sobre la infancia y antecedentes del Rey de la de Preston.

El rey, de José Luis de Vilallonga (Plaza & Janés) cuenta en cambio con el aliciente de contar con el testimonio directo de Don Juan Carlos. Así, sobre la diferencia entre la España evocada por Don Juan en Estoril y la que se encontró, afirma el Rey: "Cuando me hablaba de España lo hacía de una España que formaba parte de su memoria histórica, de su nostalgia, una España convertida en un sueño, un puro reflejo de su espíritu. Y yo, que vivía en España, que la respiraba, que le tomaba el pulso cada día, me decía: ‘La España de que me habla mi padre ya no existe’".

Don Juan Carlos recuerda su designación como sucesor de una manera similar a lo narrado por Preston, aun cuando bailan las fechas. Según el hispanista, Franco se lo anunció el 15, porque el 12 de julio el Príncipe estaba en Estoril celebrando el día de San Juan y esperó a que regresara. Y las razones para ocultárselo son en las dos versiones las mismas: evitar ponerle en un compromiso de lealtades enfrentadas.

Quizá la premura de espacio impide a Preston, cuando estudia los últimos veinte años de reinado y alude a las amenazas terroristas, recoger el testimonio del propio Rey: "Nunca pienso en la muerte. No se puede vivir teniendo miedo a la muerte. Y menos cuando se es rey, porque, sabes, no es un oficio sin riesgos".