Image: La industria del Holocausto

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Letras

La industria del Holocausto

por Norman G. Finkelstein

5 junio, 2002 02:00

Tras el éxito de obras como Los verdugos voluntarios de Hitler, de Goldhagen o Aquellos hombres grises, de Ch. R. Browning, está a punto de aparecer en España uno de los libros más polémicos y vendidos de la nueva historiografía europea: La industria del Holocausto, de Norman G. Finkelstein (Siglo XXI). Se trata de una denuncia implacable de los abusos económicos, políticos y sociales perpetrados en nombre de las víctimas judías. Los padres del autor sobrevivieron a los campos de concentración; gran parte de su familia desapareció en ellos. Y, sin embargo, denuncia sin contemplaciones las extorsiones a las que la mala conciencia por el Holocausto ha conducido a Occidente hasta nuestros días.

La expresión "superviviente del Holocausto" designaba originariamente a aquellos que habían pasado por el excepcional trauma de soportar los guetos judíos, los campos de concentración y los campos de trabajos forzados, muchas veces por este orden. El número de personas que encajaban en esta definición de supervivientes del Holocausto cuando terminó la guerra suele situarse en torno a 100.000. Hoy, la cifra de supervivientes que siguen con vida no puede superar la cuarta parte de la original. Haber sufrido los campos de concentración se convirtió en el martirio por excelencia y, por ello, muchos judíos que habían vivido en otros lugares durante la guerra se hicieron pasar por supervivientes de los campos. Esta superchería tuvo además otro motivo de índole material. El Gobierno alemán de posguerra indemnizó a los judíos que habían vivido en guetos o en campos de concentración. Numerosos judíos reinventaron su pasado con objeto de satisfacer ese requisito para recibir una indemnización. "Si todos los que hoy día aseguran ser supervivientes, lo son -solía exclamar mi madre-, ¿a quién mató Hitler?"

Muchos estudiosos han puesto en duda la fiabilidad de los testimonios de los supervivientes. "Un elevado porcentaje de los errores que descubrí en mi propio trabajo -comenta Hilberg- podía atribuirse a los testimonios". La desconfianza se halla incluso dentro de la industria del Holocausto, y así, por ejemplo, Deborah Lipstadt observa con ironía que los supervivientes del Holocausto aseveran frecuentemente que fueron interrogados personalmente por Josef Mengele en Auschwitz.

Fallos de la memoria aparte, los testimonios de algunos supervivientes del Holocausto pueden ponerse en tela de juicio por otros motivos. Como a los supervivientes se les reverencia hoy día como si fueran santos profanos, nadie se atreve a poner en entredicho lo que dicen. Afirmacines disparatadas se dan por buenas sin ningún comentario. Elie Wiesel recuerda en sus aclamadas memorias que, recién liberado de Buchenwald, cuando sólo contaba dieciocho años, leyó La crítica de la razón pura..., ¡no vayan a reírse!, en yidish. Aun sin tener en cuenta que el propio Wiesel confiesa que en aquella época "no tenía ni idea de gramática yídica", hay que decir que La crítica de la razón pura nunca se ha traducido al yidish.

En los últimos tiempos, la expresión "superviviente del Holocausto" se ha redefinido y ha pasado a designar no sólo a quienes sufrieron a los nazis, sino también a quienes lograron huir de ellos. Lo que da cabida, por ejemplo, a más de 100.000 judíos polacos que encontraron refugio en la Unión Soviética tras la invasión nazi de Polonia. Sin embargo, "quienes vivieron en Rusia no recibieron un trato distinto del de los ciudadanos de ese país", observa el historiador Leonard Dinnerstein, mientras que "los supervivientes de los campos de concentración parecían muertos vivientes".

Un participante de una web sobre el Holocausto afirmaba que, pese a que había pasado la guerra en Tel Aviv, era un superviviente del Holocausto porque su abuela murió en Auschwitz. A juzgar por los criterios de Israel Gutman, Wilkomirski es un superviviente del Holocausto porque "su dolor es auténtico". El departamento del Primer Ministro israelí ha situado recientemente la cifra de "supervivientes vivido del Holocausto" en cerca del millón. El motivo básico de esta revisión inflacionaria tampoco es difícil de hallar. Sería complicado apoyar la avalancha de nuevas solicitudes de indemnizaciones si sólo siguieran con vida un puñado de supervivientes del Holocausto. La cuestión de las indemnizaciones nos ofrece una visión singular de la industria del Holocausto.

Como hemos visto, al ponerse de parte de los Estados Unidos en la guerra fría, Alemania fue rápidamente rehabilitada y el holocausto nazi se olvidó. A pesar de todo, a comienzos de los años 50, Alemania entabló negociaciones con las instituciones judía y suscribió diversos convenios de indemnización. Prácticamente sin presiones externas, Alemania ha pagado hasta el momento unos 60.000 millones de dólares en concepto de indemnización.

En primero lugar, compararemos este comportamiento con el de los Estados Unidos. Entre cuatro y cinco millones de hombres, mujeres y niños murieron como resultados de las guerras de Estados Unidos en Indochina. Tras la retirada estadounidense, rememora un historiador, Vietnam tenía una desesperada necesidad de ayuda. "En el Sur quedaron destruidas 9.000 de las 15.000 aldeas, veinticinco millones de hectáreas de tierras de cultivo y doce millones de hectáreas de bosque, y murieron millón y medio de animales de granja; se calcula que había 200.000 prostitutas, 879.000 huérfanos, 181.000 discapacitados y un millón de viudas; las seis ciudades industriales del Norte estaban muy deterioradas, igual que las ciudades y capitales de provincia y que 4.000 de las 5.800 comunidades agrícolas". Sin embargo, Carter se negó a pagar ninguna indemnización y adujo que la "destrucción era recíproca". El secretario de Defensa de Clinton, Willliam Cohen, declaró que no veía la necesidad de "disculparse, ciertamente, por la guerra en sí", y opinó: "ambas naciones han quedado heridas. Las dos tienen sus cicatrices de guerra. Nosotros, desde luego, tenemos las nuestras".

El Gobierno alemán se propuso indemnizar a las víctimas judías mediante tres convenios diferentes suscritos en 1952. Los particulares que lo solicitaron recibieron pagos establecidos según lo dispuesto en la Ley de Indemnización (Bundesentschädigungsgesetz). Otro acuerdo independiente suscrito con Israel pretendía subvencionar la absorción y rehabilitación de varios centenares de miles de refugiados judíos. Al mismo tiempo, el Gobierno alemán negoció un acuerdo económico con la Conferencia sobre Solicitudes Materiales Judías contra Alemania, donde se habían unido las principales organizaciones judías, incluidos el Comité Judío Americano, el Congreso Judío Americano, el Bnai Brith, el Comité Conjunto de Distribución y otros.

El objetivo era que la Conferencia sobre Solicitudes Materiales asignase el dinero recibido -diez millones de dólares según el cambio actual- a las víctimas judías de la persecución nazi que no se habían beneficiado debidamente del proceso de indemnización. Mi madre fue una de ellas. Pese a ser una superviviente del gueto de Varsovia, del campo de concentración de Majdanek y de los campos de trabajos forzados de Czestochowa y Skarszysko-Kamiena, mi madre sólo recibió 3.500 dólares del Gobierno alemán. Otras víctimas judías (muchas de las cuales no lo eran en realidad) recibieron pensiones vitalicias de Alemania, con lo que las cantidades totales que percibieron algunas de estas personas ascendían a cientos de millares de dólares.