Image: ¿Cuál es el futuro de Israel?

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Letras

¿Cuál es el futuro de Israel?

por Shlomo Ben Ami

27 marzo, 2002 01:00

La búsqueda de responsabilidades por el fracaso del proceso de paz se ha ampliado considerablemente en estos últimos tiempos hasta el punto de ocupar el centro de la escena política. Así, Rob Malley, uno de los consejeros del presidente Clinton en Camp David, publicó en el "New York Review of Books" un artículo sobre Camp David que pretendía ser equilibrado y en el que intentaba descargar a Arafat de una parte del enorme peso de la responsabilidad que le corresponde en el fracaso de la cumbre para cargarlo sobre Ehud Barak, antiguo jefe del gobierno israelí. Este último, así como William Safire, representante declarado de la derecha del judaísmo estadounidense, le respondieron en el "New York Times" con virulentos ataques a Arafat. El debate divide también a la opinión pública israelí, y supongo que sucede lo mismo, al menos en parte, con la opinión pública europea.

La importancia de la polémica reside no sólo en la voluntad de definir las responsabilidades, sino también y sobre todo en el hecho de que en torno a esta cuestión se libra una batalla relativa a la identidad política de la izquierda y de la derecha israelíes. La izquierda se siente obligada a acusar a Barak y los negociadores israelíes que le acompañaban de "no haber dado bastante a los palestinos" y de haber formulado sus propuestas "de manera masiva y desprovista de la menor sensibilidad con relación a las necesidades de los palestinos". La culpabilidad de Barak y Ben-Ami se convierte así en la última tabla de salvación de la extrema izquierda de Israel. Aquella audacia nuestra -por la que con toda franqueza decíamos que habíamos intentado todo antes de descubrir, para nuestro gran pesar, que los dirigentes palestinos rechazaban resueltamente las propuestas más atrevidas jamás presentadas por un gobierno israelí en la historia del conflicto porque no querían, y porque aún no quieren, un compromiso que reconozca el derecho a la existencia moral de un Estado judío en esta parte del mundo-, aquella audacia es rechazada por la extrema izquierda porque el reconocimiento de esta verdad la obligaría a separarse de su discurso tradicional y a cambiarlo. Con la derecha las cosas son más simples. En la medida en que la derecha jamás ha creído en un acuerdo con el mundo árabe y, en particular, con los palestinos, el fracaso de las conversaciones de paz ha sido para ella la prueba definitiva de lo bien fundado de su visión del mundo. Así pues, la salvación de la derecha y de la extrema izquierda parece pasar por la acusación contra Barak y Ben-Ami. La izquierda pretenderá que no fuimos lo suficientemente lejos, lo que en realidad quiere decir que nos reprochan el que nos negásemos a suicidarnos como nación. La derecha, acompañada de determinados componentes del centro-izquierda, de personalidades como Peres, por ejemplo, nos acusa de haber ido demasiado lejos. Esta derecha nos ha mostrado últimamente lo que disponía en materia de solución menos onerosa.

Pronto escribiré mis memorias sobre las diferentes etapas de nuestras conversaciones con los palestinos, con detalles y documentos probatorios. Hoy deseo aclarar un cierto número de puntos a modo de participación en el debate que ha surgido en torno a la imputación "de las responsabilidades de Camp David".

El hecho de que se aborde Camp David independientemente del proceso negociador en su conjunto, es decir, al margen de las conversaciones que se celebraron durante largos meses en Tel Aviv, en Jerusalén, en Washington, en la base aérea de Bowling y en Taba, tiene como consecuencia directa deformar la verdad sobre la naturaleza del "acuerdo que los palestinos se negaron a aceptar". Es indispensable por tanto recordar que aunque las propuestas territoriales de Camp David fueron más modestas que las que se hicieron más tarde, no fueron en modo alguno la verdadera razón del fracaso de la conferencia en la cumbre. El propio presidente Clinton me dijo que Arafat le había dejado la tarea de definir los intercambios territoriales para demostrar hasta qué punto estaba dispuesto a aceptarlos. Arafat se desdijo después de esta posición en una carta que hizo llegar a Clinton. Por lo tanto, Camp David no fracasó porque Israel rechazase poner fin a la ocupación. Camp David fracasó por las obsesiones panislámicas de Arafat, la cuestión de Jerusalén y el derecho al retorno.

Puedo testimoniar que jamás pensé que el proceso llegaría a su término en Camp David. Recuerdo que durante una conversación privada con el presidente Clinton, en la última noche de la conferencia, mientras él esperaba la respuesta de Arafat a sus últimas propuestas relativas a Jerusalén, quise animarle recordándole que la conferencia del primer Camp David, con Jimmy Carter, no había terminado en un acuerdo de paz. Para concluir el acuerdo había sido necesario que Carter consagrase ocho meses suplementarios de trabajo abrumador -incluyendo un viaje a la región y un discurso ante la Knéset. A partir del momento en que fui nombrado ministro de Asuntos Exteriores, en agosto de 2000, incité a los estadounidenses para que continuasen su impulso e incluso pedí en varias ocasiones al presidente Clinton que contemplase la posibilidad de realizar una visita completa a la región, en el curso de la cual habría podido celebrar conferencias regionales en la cumbre con vistas a crear un marco propicio para un acuerdo. Pero Clinton sólo realizó una visita relámpago al presidente Mubarak, en El Cairo. No era lo que yo había esperado.

Sin embargo, incluso sin visita diplomática estadounidense a la región, todas las partes comprometidas en las negociaciones, el presidente estadounidense y su equipo, claro está, y también nosotros mismos y los palestinos, habían hecho esfuerzos muy importantes en el curso de un gran número de reuniones para intentar llegar a un acuerdo. En algún momento del mes de septiembre de 2000, el presidente Clinton pensó en recorrer la región, después de Camp David, con un conjunto de propuestas de paz, "un paquete de paz" que debía recoger los progresos realizados en el curso de las conversaciones. Los palestinos sabían pertinentemente que las propuestas de Clinton, sobre casi todos los parámetros particulares del acuerdo, debían ser más generosas que las que figuraban en el paquete de "Camp David".

No dejé de animar a los estadounidenses para que viniesen con sus propuestas. Pero los palestinos no eran del todo favorables a que el presidente Clinton las hiciese públicas. En efecto, una de las razones decisivas que sin duda determinó el momento en el que estalló la Intifada fue la voluntad de Arafat de impedir que Clinton presentase dichas propuestas, pues tenía intención de rechazarlas aunque fuesen más generosas que las de Camp David. Lo que Arafat quería evitar a toda costa era ser presentado de nuevo a los ojos del mundo, por segunda vez en menos de dos meses, como el hombre del rechazo en serie de la paz. La Intifada evitó que corriese ese riesgo. Prefirió la seguridad que le daba la continuación de su surf sobre la ola retórica del martirologio palestino y la marginalización de Israel en la esfera internacional.

La historia no se detiene ahí. Las conversaciones continuaron y, en un momento crucial de las mismas, el 23 de diciembre de 2000, en la sala de debates de la Casa Blanca, junto a la sala oval, Clinton presentó a las delegaciones israelí y palestina sus parámetros para llegar a un acuerdo. Dichos parámetros constituían el punto de equilibrio que el presidente y su equipo habían localizado entre las diferentes posiciones de las partes, tales como se habían expresado en el curso de las conversaciones sostenidas desde el comienzo de las negociaciones y sobre todo desde Camp David. De hecho estos parámetros fueron elaborados en dos etapas en ese mismo diciembre de 2000. En la primera fase, el 20 de diciembre, en la misma sala de debates, el presi-
dente presentó los parámetros ampliados. Se trataba de principios que constituían la base de las negociaciones que debíamos sostener con los palestinos los siguientes días en la base aérea de Bowling, cerca de Washington. Los parámetros definitivos nos fueron presentados el 23 de diciembre. Así pues, eran el resultado de las conversaciones entre las partes, el punto de equilibrio entre las posiciones de unos y otros en esa fase muy avanzada de las negociaciones.

¿Cuáles eran las propuestas del presidente Clinton aquel sábat nevado en Washington para las que él había pedido una respuesta de ambas partes, a más tardar el miércoles siguiente?

Los territorios
Israel debía recibir entre el 4 y el 6 por ciento de los territorios de Cisjordania para crear tres enclaves de asentamientos en los cuales se reagruparían entre el 70 y el 80 por ciento de los habitantes judíos de los territorios. Como contrapartida, Israel debía ceder entre 1 y un 3 por ciento de su territorio actualmente bajo soberanía israelí. Se trataba por tanto de una restitución a los palestinos del 97 por ciento de los territorios. Significaba un auténtico terremoto de una dimensión desconocida en la historia del Estado de Israel. Comparada con esta restitución, la evacuación de los asentamientos judíos del Sinaí tras el acuerdo de paz con Egipto parecía una nimiedad.

Pero además, Israel tendría que dar a los palestinos un "paso de seguridad" entre Gaza y Cisjordania, sobre el que la soberanía israelí sería únicamente "aérea", desprovista de todo control sobre los desplazamientos terrestres. Este paso habría constituido una continuidad territorial ininterrumpida, y por consiguiente un paso libre entre las dos partes del Estado palestino, lo que habría permitido resolver el conjunto de las necesidades prácticas de dicho Estado. El paso asegurado, añadido al derecho de utilización por parte de los palestinos de diferentes bienes sobre el territorio soberano del Estado de Israel, podía ser considerado como un equivalente al tres por ciento de los territorios de Cisjordania. A los palestinos se les proponía por tanto la recuperación del 100 por 100 de los territorios. Así pues, la restitución territorial era total.

Jerusalén
Los parámetros del presidente Clinton pretendían acabar con los temores de los palestinos de ver Jerusalén sometida a un mosaico de soberanías parciales. Así pues, la fórmula que el presidente adoptó era simple: "Todo lo que es árabe es palestino, todo lo que es judío es israelí." En otras palabras, se trataba del reparto puro y simple de Jerusalén. Con relación al monte del Templo, los parámetros reconocían la soberanía palestina sobre el monte y la soberanía israelí efectiva sobre el muro occidental, así como una soberanía israelí simbólica desprovista de todo significado práctico sobre el "Santo de los Santos o Santísimo".