la atracción de esta obra de Marquerie se basa en una dialéctica de rechazo y fusión de contrarios. La primera antítesis aparece en los textos en los que se mezcla un lenguaje coloquial y bronco con hallazgos de deslumbrante belleza. Esa violencia estructural -música estridente, instantes poématicos, soporte audiovisual y excesos contorsionistas de los actores- se corresponde con el objetivo perseguido: un mensaje antiviolencia, caótico y radical. Lo que aparece en escena es una realidad fragmentada, una lógica hecha pedazos y ciertas evocaciones a la turbulenta emocionalidad de un
Tito Andrónico shakesperianos que no en vano aparece como sustrato de
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