La historia no ha sido benévola con Cherubini. El músico florentino, considerado el compositor más grande por Beethoven, admirado por Wagner, Weber o Haydn, que reinó en el París del Antiguo Régimen y en el París del Nuevo, idolatrado hasta su muerte en 1842, hoy es apenas un espectro del personaje que fue y del que se interpretan con cierta asiduidad un puñado de obras, entre ellas Medea.

Esta ópera, estrenada originariamente en francés en París en 1797, tuvo un escaso recorrido y desapareció del repertorio hasta bien entrado el siglo XX, cuando María Callas la recuperó, en su versión italiana, y la incorporó como personaje fundamental en su carrera. Cantó este título en más de 30 funciones y quizá una de las más conocidas fue cuando la interpretó en Dallas en noviembre de 1958 junto a una desconocida Neris, la mezzosoprano Teresa Berganza.

Pero no es un título que se mantenga recurrentemente en el circuito internacional. Aparece y desaparece al albur de sopranos que asumen el reto de interpretar el durísimo, complejo y alambicado papel protagonista. Pueden pasar años sin que se programe y de repente está en las temporadas de numerosos teatros.

Actualmente estamos en racha y a partir de haberse programado en el Festival de Salzburgo en 2019 atrajo la atención de varias sopranos (Yoncheva, Radvanoksky, Pirozzi recientemente...) que la han incorporado en sus carreras. El próximo aniversario del centenario del nacimiento de Maria Callas el 2 de diciembre está siendo aprovechado en numerosos teatros para programar este título. Como sucede en el Teatro Real, que ha dedicado las funciones de esta Medea a María Callas por su aniversario.

Hasta donde a uno le alcanza la memoria esta obra cherubiniana no se había presentado en Madrid así que estamos de enhorabuena: una estupenda oportunidad de asomarse a un pedazo de historia musical de la mano de Maria Agresta, la gran Medea del estreno de esta temporada.

Escena de 'Medea' en el Teatro Real. Javier del Real

Agresta es una soprano de grandes recursos vocales y escénicos que abarca todos los registros de este personaje, que requiere la técnica de una soprano lírica, el color y el centro de una spinto y la profundidad y graves de una soprano dramática. Un campo de minas que pocas cantantes se atreven a cruzar.

Agresta ha resuelto una Medea extraordinaria, con una voz poderosa, agudos afilados y una enorme musicalidad que a momentos se veía empañada por cierto descontrol vocal, producto del extremo riesgo al que llevó la voz. Sin duda una extraordinaria interpretación que se ganó una más que merecida y unánime ovación del público.

Junto a Medea, otras dos mujeres de gran nivel salvan esta producción. Nancy Fabiola Herrera interpreta una sentida Neris, que resolvió con inteligencia y un excelente recurso vocal su aria 'Solo un pianto'. Voz carnosa, un color bellísimo, un fraseo depurado y brillante, una interpretación canónica.

Sara Blanch, que cerró la temporada anterior con un gran éxito en su Fiorilla del 'Turco in Italia', ha vuelto a cosechar una gran noche en su excelente rol como Dirce. Tiene una fresca voz ligera, con facilidad para la coloratura y la zona alta y un color hermoso, además de talento teatral para moverse con naturalidad en el personaje.

Lástima que en el segundo acto Azorin la saca cubierta por completo y en el tercero la esconde en una plataforma suspendida. Perdimos la excelente presencia escénica y talento dramático de esta soprano.

Los roles masculinos fueron más flojos. El Creonte de Jongmin Park sonó oscuro, entubado y con un fraseo ininteligible. Enea Scala, una joven promesa que está acaparando cada vez más repercusión internacional, es un estupendo tenor que en esta ocasión ha asumido un rol equivocado.

Es una Medea que no aprovecha el imponente escenario en el que una plataforma se convierte en un segundo escenario anclada a una alta torre

Como Jason está apretado, con agudos abiertos, un sonido turbio, un fraseo esforzado y una emisión incómoda y desabrida. Tiene una preciosa voz de tenor ligero, rossiniano que puede ir madurando hacia roles más pesantes de tenor lírico, pero este Jason no es su mejor elección. Goza de una imponente presencia escénica.

La musicalidad de Bolton nos ha dado grandes noches en el Teatro Real, y esta Medea se suma a ese grupo de recuerdos. Nunca Medea arrancó tan mozartiana, tan chispeante y ligera, tan “vienesa” pero el maestro británico va modulando la orquesta hacia una lectura clásica, con grandes momentos dramáticos y una depurada lectura limpia, con grandes trazos armónicos y aprovechando los espectaculares coros.

Paco Azorin, director de escena y escenógrafo, ha hecho un enorme esfuerzo personal, técnico, creativo y económico en explicarnos su Medea. El problema es que uno no termina de entender qué le están contando. En el escenario pasan cosas, muchas cosas, pero el desconcierto va creciendo y el vestuario no ayuda, con ese poutpourri de trajes a cuál más desconcertante: túnicas babilónicas, clero ortodoxo, un ejército camuflado o un despliegue de los GEO.

Hay una historia, supongo que Azorín ha querido contar un relato. Pero uno no lo encuentra ni lo entiende. El regista plantea esta Medea desde la perspectiva de los hijos de Jason y su asesinato es una obsesión que recorre toda la función. Los mata una y otra vez, arrancando la obertura con su muerte, y llega hasta el punto de que la sombra de Medea los mata constantemente hasta convertirlo en un juego de los niños, que en bucle mueren de la misma forma.

Por si el público se pierde, va explicando en una pantalla móvil lo que ocurre en los 3 actos que componen la obra y como notas a pie de página, cuenta los numerosos asesinatos de niños a manos de sus padres o cuidadores, y nos enumera la Declaración de derechos de los niños. Curioso.

Pero es una Medea que no aprovecha el imponente escenario en el que una plataforma se convierte en un segundo escenario anclada a una torre de varios pisos donde lo más escalofriante es el trabajo de tres furias, que suben y bajan y se mueven por las alturas sin ningún tipo de seguridad. Pasmoso.

Azorín en todo caso es un tipo listo y sabe lo importante que es terminar de manera apabullante: el final de la obra es probablemente lo mejor de la noche: junto a la opulencia sonora que Bolton extrae de la Orquesta, el clímax escénico es memorable. Aunque el último recurso de fuego recuerda llamativamente el final de Il Trovatore de la temporada del 19, cuando Francisco Negrín debió utilizar la misma cañería de gas.

En los pasados días salió publicada la noticia de que el Coro del Teatro Real haría huelga. Desconoce uno qué ha podido pasar, pero realmente ha sido una estupenda noche para este cuerpo estable del teatro, que desde esta temporada cuenta con la guía de su nuevo director, Jose Luis Basso.