Rafael Riqueni. Foto: Manuel Naranjo Martell

Rafael Riqueni culmina su lenta travesía creativa con Parque de María Luisa, un canto a la fuerza de la naturaleza, a la belleza escondida de Sevilla, en la que se inspira el guitarrista trianero. "He querido transmitir el rumor del agua, sus olores, las voces de los pájaros..."

Hay una historia dolorosa y callada que va por dentro, amenazando todo intento de actividad artística, pero es precisamente la energía que surge del arte, como fuente poderosa de liberación, la que se transforma en el impulso que otorga sentido a la existencia. El no darse por vencido, manteniendo una lucha épica ante las agresiones del tiempo, tiene al fin su recompensa y el triunfo de Rafael Riqueni se llama Parque de María Luisa (Universal), una obra exquisita, de elaboración lenta pero continuada, que comenzó en 1992, y que a pesar de las adversidades y en medio de los derrumbes que amenazaban con destruirlo, el guitarrista trianero fue componiendo en una travesía tan pausada como heroica.



Parque de María Luisa es, paradójicamente, un canto a la vida, a la fuerza de la naturaleza, a la belleza escondida, que Riqueni descubre paso a paso. "He querido transmitir las voces de los pájaros, el rumor del agua, los distintos olores que te van envolviendo. Mi intención es ofrecer una serie de argumentos musicales por ese mundo diverso para dibujar luces, aromas, las múltiples sensaciones y la cadencia de la vegetación". Podemos considerarla una obra exclusivamente descriptiva pero, según su autor, "los recuerdos están muy presentes y me trasladan a otra época. Es una obra melancólica, pero también jubilosa, dado el carácter de la ciudad de Sevilla. Puedo decir que tiene unos perfiles románticos, ya que al comenzar a construirse el parque en el siglo XIX, el espíritu que se percibe de ese periodo -incluso con una bellísima glorieta dedicada a Bécquer- conserva una particular presencia, tanto en el ámbito arquitectónico como en el diseño de los jardines".



Rafael Riqueni, sevillano de 1962 y uno de los más prestigiosos compositores y guitarristas flamencos de nuestra época, poseedor de un lenguaje propio e inconfundible y con una explosiva disposición para crear atmósferas musicales de una punzante originalidad, publicó de 1986 a 1996 seis títulos. Ahora, al cabo de veinte años de sequía discográfica, aparece el tan esperado y mágico Parque de María Luisa, un trabajo de altísima calidad artística, en el que Riqueni no solo comunica a través de su guitarra la visión de los elementos que configuran ese paraje, sino que trata de traducir los infinitos sonidos que se desprenden de él.



Tomando como referencia la frase del compositor norteamericano John Cage de que no hay dos silencios iguales, Riqueni afirma que "en el Parque de María Luisa hay una enorme profusión de sonidos pero también de silencios que se traducen en áreas armónicas, en magnitudes rítmicas especialmente colocadas entre una y otra frase, en bajos que están sueltos. Los silencios forman parte de mi discurso artístico. Llegan a ser sonidos, aunque ausentes de notas convencionales. El silencio es también un espacio musical". Olivier Messiaen declaró que los pájaros eran los más grandes compositores, aunque por mucho que se lo propuso, nunca consiguió llevar su canto al pentagrama. "Messiaen llevaba razón", asegura Riqueni. "Me iba a la zona más profunda del parque y me ponía a escuchar: una locura. Eso no se puede imitar ni reflejar en pautas musicales. Percibía que eran como medios tonos, glisandos, sonidos intermedios, sistemas acústicos desconocidos, pero imposibles de definir y localizar en una escala normal. Así que en el pasaje Trinos he intentado plasmar esos sonidos según mi interpretación: en invierno con una dimensión lejana y desnuda; en primavera, multicolor y polifónica, el canto de la estación propicia para el renacer de la vida".