Música

Pablo González y José Miguel Pérez Sierra, cara a cara

González: “Para dirigir no basta sólo el carisma” / Pérez Sierra: “La tradición es un terreno muy resbaladizo”

29 junio, 2006 02:00

Pablo González (Foto: Assumpta Burgués) y José Miguel Pérez Sierra (Foto: ángel Arias)

Dos jóvenes directores de orquesta españoles son actualidad. El asturiano Pablo González, de 31 años, acaba de arrasar en el Concurso de Cadaqués, uno de los más importantes de Europa, que aupó a nombres tan respetados como como Fiedler, Noseda o Petrenko. González tiene el mérito añadido de haber superado una enfermedad, tan extraña y de difícil diagnóstico, como es el síndrome de fatiga crónica. Por su parte, el madrileño José Miguel Pérez Sierra, de 25 años, asistente de maestros como Ferro o Zedda, debutará este verano en el Festival de Pésaro, siendo el más joven en la historia del certamen. Mano a mano comentan las complejidades de sus incipientes carreras.

-¿Primer paso hacia la meta?
Pablo González: En mi caso, las circunstancias han sido muy especiales. Tras estudiar en Oviedo y la Guildhall de Londres, fui asistente en la Bournemouth Symphony para, con 25 años, ganar el Concurso Donatella Flick de la London Symphony. Después padecí una enfermedad muy extraña como es el síndrome de fatiga crónica, del que me he recuperado, pero que me apartó de los escenarios casi cinco años. Ganar el Concurso de Cadaqués me ha devuelto a los circuitos.
José M. Pérez: Empecé estudiando piano en el Conservatorio de Madrid y me gradué con 16 años, siendo el más joven de España. Al principio parecía lógico dedicarme a ser concertista pero mi vocación auténtica era la dirección. Giancarlo del Monano me instó a ello porque decía que mi forma de tocar era sinfónica. Estudié cuatro años con Gabriele Ferro en Siena, del que me convertí en asistente, para serlo después de Alberto Zedda. Tras haber trabajado con varios conjuntos, el Festival Rossini de Pésaro me ha propuesto dirigir este verano Il viaggio a Reims.

-¿Cómo determinan las circunstancias personales y formativas la visión de la música?
P. González: Mi caso es algo especial. Haber trabajado con maestros importantes desde joven ha sido muy útil y me he beneficiado. Pero no niego que me he visto muy condicionado por los difíciles años de mi enfermedad que, supongo, me han hecho madurar como persona, influyéndome como director. Aunque la visión de las cosas no haya variado de forma tan evidente, en la música, con los años siempre se mejora.
J. M. Pérez: Creo que, pese que en una carrera tan longeva como es la dirección estoy empezando, me ha sido de gran utilidad el ser pianista. Es muy valiosa la posibilidad de ver las obras de modo vertical, en bloque y con su polifonía desarrollada. Luego ya he buscado desarrollar el gesto teniendo en cuenta que a los directores jóvenes se nos dan menos ensayos que a los veteranos y, como tal, hay que saber qué y cómo pedir a los músicos con el mínimo esfuerzo posible.

Generación más completa
-¿Qué características tiene su generación frente a las anteriores?
P. González: Es una generación más completa. Ahora no basta con tener carisma. Hace años existía una diferencia entre el grupo que, simpáticamente, podemos llamar "barroqueros", especializados en instrumentos de época, y los otros. A los primeros se les consideraba, con gran injusticia, como fracasados. Pero ahora hay que reconocer y valorar el esfuerzo que hicieron. El peligro es que ahora recibimos ahora tanta información, tan apabullante, que hay que depurarla para lograr una personalidad. Y, desde luego, el punto de partida de cualquier composición está en la partitura.
J. M. Pérez: Hace cuarenta años había muchas cosas que se hacían por eso que podemos llamar tradición. Se dirigía imitando el modo como lo hacían los grandes. Con el tiempo nos hemos dado cuenta de que la tradición es un terreno muy resbaladizo, es una gran montaña que te aplasta. Un director actual debe conocer bien el tiempo del compositor, la historia, el ambiente sociocultural y los estilos a la hora de encontrar el porqué, la lógica de la música. Yo escucho una versión de Furtwängler o Knappertbusch, por citar personalidades, pero mi fuente principal siempre es la partitura.

-Pasado el tiempo de la dictadura de la batuta ¿qué lugar corresponde al director en un orquesta de principios del siglo XXI?
P. González: El papel del director de orquesta es el de unificador que mantiene un vínculo con un colectivo cuya energía debe incitar para que fluya de manera espontánea y natural. Es una influencia, más que nada, psicológica. Recuérdese el caso de los músicos de la Filarmónica de Berlín que cambiaban el sonido sólo con saber que Furtwängler estaba en la sala. Tiene algo de mágico y, como tal, de incomprensible.
J. M. Pérez: No es nada fácil responder a algo que conecta muchos campos. Sobre todo ahora que las orquestas son cada vez mejores. El nivel medio de cualquier conjunto ha mejorado mucho en todo el mundo. Algo que hace que resulte cada vez más difícil imponer tu visión dictatorialmente -ante lo que los profesores se rebelan- y hay que intentar hacer música de forma natural. Por ello, la manera de ganarte a los músicos viene a través de la autoridad y ésta sólo surge del trabajo y del conocimiento de la partitura.

-Es muy habitual que en las orquestas profesional se levanten todo tipo de susceptibilidades cuando se enfrentan a maestros muy jóvenes.
P. González: La verdad es que en casi todas las orquestas que he dirigido siempre se percibe el ejemplo de algún profesor que muestra, eufemísticamente, una sensación de distancia. Pero en la mayoría de ellas son casos muy aislados. Las orquestas, como todo, han cambiado mucho. Aunque es verdad que siempre parecen respetar en mayor medida a aquellas batutas que han superado los cincuenta años, también son conscientes de que un director joven tiene una energía que puede transformar a la orquesta.
J. M. Pérez: Recuerdo la impresión de estar ante la Sinfónica de Galicia siendo, con mucho, el más joven entre todos los que estábamos en el escenario. Entiendo que los músicos se planteen qué ha hecho ése que está ahí para alcanzar el podium. No es tanto un conflicto sino una sensación. Pero, al final, se trata de hacer música juntos, buscando una comunidad de intereses.

Caer en la rutina
-La dirección de orquesta es algo muy expuesto que puede llegar a quemar o, por el contrario, abocar a cierto tipo de rutina.
P. González: Por mi forma de ser me resulta difícil pensar que pueda ser rutinario porque la música es mi pasión. Sin embargo, entiendo que algo tan intenso puede generar reacciones múltiples. Por eso es bueno buscar momentos para trabajar y momentos para respirar. Como en todo, no se puede forzar la cuerda.
J. M. Pérez: Viendo un poco las características de la "profesión", por llamarla así, creo que en esta primera etapa lo más necesario es construir un repertorio. Quiero decir que debo dedicar el máximo tiempo posible a una serie de obras importantes, las tengas que dirigir o no. Al comienzo las propuestas surgen casi sin planificar, por lo que resulta muy valioso contar con el mayor número de obras a las que puedas enfrentarte. Siempre es deseable, para no quemarte, alternar tiempos de trabajo y tiempos de estudio. Pero, claro, cuando eres joven tampoco tienes tantas opciones para poder elegir.

-Aunque suene a tópico, ¿el director nace o se hace?
P. González: Una parte muy importante nace. Pero ésta es una experiencia que te exige un estudio permanente que sólo esa vocación puede sostener.
J. M. Pérez: Hay muchas cualidades que se hacen y otras que, seguramente, nacen. Es un equilibrio. Hay directores, y en general músicos, que pueden ser víctimas de su facilidad. La música y, sobre todo la dirección, requiere un cultivo especial. Para mí, el director perfecto es aquel que nace con predisposición y tiene suficiente fuerza de voluntad para llevarla al límite.

-¿Hay un gran salto entre lo que se prepara mentalmente a los resultado que se obtienen?
P. González: Cuando afronto una obra tengo una idea clara de lo que quiero hacer pero la orquesta te conduce a lugares muy interesantes. El director ha de estar abierto a esa energía que se intercambia y que conduce por caminos tan inesperados como fascinantes.
J. M. Pérez: En mi caso creo que obtengo mejores resultados en aquel repertorio con el que me siento más próximo por sensibilidad, que es el que va del XIX a principios del XX.